Si la cuestión sobre unas tablas es ser o no ser teatro, es importante decir que no todo ni todos los que suben a ellas lo son en su totalidad. Ni siquiera en la cartelera del Teatro Juan Bravo de la Diputación. Si la cuestión sobre unas tablas es ser o no ser teatro, es importante decir que muchos duermen, mueren, tal vez sueñan en el intento. No es el caso de L’om imprebís, que representó el viernes ‘Hoy no estrenamos’. No es el caso de Víctor Lucas, Santiago Sánchez, Carles Castillo y Carles Montoliu, especialmente en el caso de estos dos últimos, capaces de mantener despierto al espectador, de dar vida a sensaciones muy dispares y de convertir en realidad la extraña mentira que es el teatro.
Quien escribe estas líneas confiesa que, después del apabullante inicio de ‘Hoy no estrenamos’, tan frenético, tan brillante, tan rítmico, tan imparable, resultaba complicado imaginar que lo que sucedería en la clase de Antonio a lo largo de la hora y media siguiente lograría mantener el compás, la intensidad y la genialidad. Acababan de apagarse las luces y una pequeña mesa de escritorio se iluminaba junto al escenario, cuando, en lugar de empezar la clase, comenzaba la lección.
Con tan sólo dos intérpretes, los personajes se multiplicaban sobre el escenario en un engaño doble al público: visual y mental. Visual, porque mientras Conchín, el coronel o el maestro aparecían sobre el escenario, también desaparecían del mismo, quedándose, de algún modo, sobre él. Mental, porque era fácil pensar que resultaría imposible retener el nombre, el aspecto o el motivo de cada quién para querer asistir a las clases de teatro de Antonio.
Al final del montaje, a todos conmovió el mimo de Kevin y nos preguntábamos qué luces había encendidas junto a su semáforo. Todos habríamos abrazado a Juan y su depresión. Todos se preguntaron cómo una estrella como Rodolfo había perdido su brillo por no haber querido entender su lugar en el universo. Al final del montaje, los espectadores aplaudían con fuerza porque en una peluca, un maletín, un bolso, una diadema, una gorra de uniforme o dos trapos, cada uno de un color, habían encontrado una obra maestra de ingeniería teatral. Gestos, acentos, motivos, prejuicios o tics que hacían ver a cada uno de los alumnos de Antonio y, después, a cada uno de los personajes de ‘Hamlet’. Pero, además, se había descubierto todo lo que Shakespeare, Chéjov, Ibsen o cualquier dramaturgo que se precie, quieren enseñarnos al escribir sus obras: que ninguna vida está a salvo del teatro. Todas guardan sus comedias, sus dramas y sus tragedias.
Se acaba el espacio y quien escribe estas líneas guarda la duda de saber si ha logrado estar con sus palabras a la altura del espectáculo y animar con ellas a quien no haya visto a L’om imprebís a buscar una fecha y acercarse a verlos actuar. Porque si ser o no ser teatro es la cuestión sobre unas tablas, L’om imprebís y, en concreto, ‘Hoy no estrenamos’ es la acción, es la emoción, es el plano de luces, es la transformación, es la reflexión, es la dirección, lo que hay entre bambalinas, el texto, el sonido, la carcajada o el silencio. Es, en definitiva y sólo eso, en definitiva y todo ello: teatro.
