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Lola Romero: “El niño que nació en la primera guardia se llama Licinio en honor al Hospital”

por Alberto García de Frutos
28 de diciembre de 2025
Lola Romero posa junto el acueducto de Segovia, ciudad que considera la suya pese a ser madrileña./ HÉCTOR CRIADO

Lola Romero posa junto el acueducto de Segovia, ciudad que considera la suya pese a ser madrileña./ HÉCTOR CRIADO

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Un hospital en continuo crecimiento

El Hospital de Segovia tuvo un primer día, una primera guardia, los primeros puntos de sutura, el primer parto… y allí estaba Lola Romero. “Acabé la carrera en la Complutense de Madrid en junio de 1974 y me llamó un compañero diciéndome que iban a abrir una residencia sanitaria en Segovia y que necesitaban médicos para hacer guardias, que si me apuntaba, y dije que sí. Iban a ser unos meses antes de empezar a hacer la especialidad de cardiología infantil en La Paz. Me vine para aquí y me encontré un hospital que empezaba totalmente de cero, un hospital que en la primera guardia tenía ocho residentes asistenciales, así llamaban a los médicos de guardia, un hospital en el que me quedé”.
Casi se puede hablar de amor a primera guardia. “El hospital me enganchó de tal manera que hice en él la especialidad, saqué la oposición y conseguí plaza en Pediatría, y desde entonces no me moví para nada de él porque estaba en mi casa. Era una forma de trabajar y una ilusión por hacer las cosas, por tirar para adelante, por aprender, todo nuevo y todos jóvenes. La edad media de los jefes de servicio cuando empezamos era de 35 años, por detrás de ellos estaban los especialistas de cada servicio, que acababan de terminar la especialidad, y luego estábamos los de puerta, que éramos los que recién habíamos acabado la carrera”, recuerda la pediatra jubilada.
Como recién licenciada, Lola Romero tuvo pronto su primer contacto con la medicina a pie de calle, su primera guardia. “No tenía ni idea de nada, había hecho mis prácticas, pero en la vida había sido responsable de un enfermo porque la carrera no se hacía como ahora. El primer paciente que vino fue un señor que trabajando con una azada se había destrozado la mano, y yo me dije: ‘¿Señor, y ahora qué hago yo con esto?’. Llamé a un compañero que me dijo cómo tenía que coser la herida y lo tuve que hacer bien porque el señor dijo: ‘Usted tiene que ser una eminencia para estar aquí para recibir al primer enfermo que llega’”.

“‘Usted tiene que ser una eminencia para estar aquí para recibir al primer enfermo que llega’, me dijo la primera persona que atendí”

Romero también recuerda el primer parto del recién estrenado hospital. “Un niño prematuro que llegó al mundo el primer día de guardia y que se llamó Licinio, en honor al nombre del hospital, que era ‘Licinio de la Fuente’, el ministro que lo impulsó”.
En los primeros pasos de la entonces Residencia Asistencial de Segovia fue muy importante la figura del doctor Diego Reverte Cejudo, el jefe de servicio de Medicina Interna. “Él y los otros jefes de servicio consiguieron que los que veníamos de hacer las guardias de puerta se nos concediera la especialidad. El primer año, a parte de las guardias, rotamos en los servicios más importantes, fue la base de lo que luego sería el sistema MIR. Después nos presentamos a las plazas para hacer la especialidad, yo pedí Pediatría en Segovia y otros compañeros se fueron fuera. Éramos gente joven con ganas de trabajar, con ganas de estudiar… la biblioteca fue de las primeras cosas que se hicieron y estaba subscrita a todas las revistas médicas, hacíamos un montón de sesiones clínicas”, recuerda.
Había de todo, pero no dejaban de ser los años 70. “Las diapositivas las hacíamos nosotros y escribíamos a mano. Los ordenadores tardaron en llegar. Todo era manual y personal”.

Compañeros
De ese trabajo personal surgió lo que más enganchó a la ya pediatra Lola Romero a Segovia. “No era normal. Éramos todos compañeros. En una guardia, por ejemplo, tanto la enfermera como el residente como el jefe estábamos todos a piñón haciendo la que hiciera falta. Era un compañerismo y un cariño que ya es difícil que se de”.
Eso también ha cambiado en 50 años. “Ahora el trabajo es muchísimo mayor y cada uno se dedica a lo suyo. Hay mucha más tecnología pero la tecnología deshumaniza”, reflexiona.
Como pediatra, Romero considera vital el trato personal. “Al final estás tratando con niños y con padres que están agobiados. Para nosotros entonces era impensable no jugar con los niños, eso ahora es más complicado”.
En los primeros años del Hospital de Segovia su relación con los hospitales madrileños fue importante. “A los médicos madrileños, al principio, nos veían con recelo, pero luego se dieron cuenta de que la cosa funcionaba y que las relaciones que teníamos con los hospitales de Madrid eran muy buenas. Con ellos comentábamos las patologías más graves o mandábamos a los pacientes a Madrid. Yo he ido muchas veces en ambulancia acompañando a niños prematuros, para operar o para llevar a cuidados intensivos”.
Lola Romero entiende la medicina como una relación personal con los pacientes, pero también como un compromiso con la docencia. “Siempre tuve relación con la formación de los especialistas, fui jefe de estudios durante siete u ocho años. Es algo idílico, pero siempre he pensado que todo lo que hiciéramos por los jóvenes con ganas e ilusión serviría para meterles la espinita por el gusto por la medicina, por eso hasta que me jubilé siempre me dediqué a la docencia”.
Ahora la presión asistencial ha relegado en parte a la docencia, según Romero. “La presión asistencial manda y ha quitado tiempo a la docencia. Son nuevos tiempos y hay que adaptarse”, concluye Romero una romántica de la medicina que se siente afortunada de haber crecido junto al Hospital de Segovia. “Ha sido una suerte enorme”.

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