Las manos de Geminiano Herranz Ayuso hablan de siglos de historia, transmiten los secretos de un oficio centenario y son la memoria viva de varias generaciones que se forjaron a base del polvo del camino, de tiempos en los que más que de más, había de menos, de conocer a las familias de toda la comarca y de un profundo respeto por la tierra y los animales, gracias a los que vivían.
Geminiano ofreció ayer una exhibición de esquila a tijera en el Esquileo de Cabanillas ante un público venido de Segovia, de Madrid y de otros puntos, atónitos al ver cómo poco a poco, tijeretazo a tijeretazo y con suma delicadeza, el anciano despojaba a la oveja tendida en el suelo de su manto de lana.
El anfitrión, Rodrigo Peñalosa, pedía un poco de silencio para dejar a este sabio esquilador hacer su trabajo y para que se escuchasen sus explicaciones. Entre el público, alguno de sus hijos y nietos miraban con ternura cómo este abadero, “de la familia de ‘los Pajaritos’” transmitía su legado.
Hijo y nieto de esquiladores, Geminiano aprendió el oficio aún a costa de su padre que tenía pensado otro futuro para él, el de regentar el bar que su familia llevaba en su pueblo natal. “Pero a mí me gustaba el campo, los animales y el ir y venir de los esquiladores— explica—. Nuestra llegada a los pueblos era una verdadera fiesta”.
Comenzó a “luchar la vida” muy temprano. Quedó huérfano de madre a los catorce años y un año después, murió su padre. Él se hizo cargo de sus hermanos más pequeños— que no sumaban veinte años entre los tres— y comenzó a esquilar con sus tíos.
NUEVOS TIEMPOS
Pasaron varias décadas en las que este abadero recorrió miles de kilómetros con la vaina colgada al hombro y sus tijeras dentro. El esquilador pasó 35 primaveras desempeñando su labor de pueblo en pueblo. Una tarea imprescindible para que la cabaña ganadera estuviese libre de parásitos, lo que aseguraba parideras de calidad. Uno de los elementos que hacen que la carne de lechal segoviano sea una de las más apreciadas.
Geminiano fue testigo de cómo los tiempos cambiaban y el valor del vellón se quedaba en residual, como lo hiciese siglos atrás la industria pañera de Segovia, cuyo Sello Real de Paños convirtió a la provincia en la referencia industrial de la lana entre los siglos XV y XIX, dejando atrás siglos de importancia económica para la provincia.
Cambiaron los tiempos y la técnica. De la tijera pasó a a la máquina y aún estuvo otros catorce años más esquilando, mano a mano con dos de sus hijos, “llegamos a esquilar 20.000 ovejas en una temporada”, afirma orgulloso.
En la sala central del Esquileo, el lugar donde personajes como Laura Ponce han celebrado sus enlaces matrimoniales, y justo cuando Geminiano pegaba los últimos tijeretazos, el esquilador comenzó a entonar una oración cantada, al tiempo que guardaba las viejas tijeras en la vaina curtida por el paso del tiempo.
Los versos son los de la ‘Salve de los Esquiladores’, una letanía que las cuadrillas cantaban en los años cuarenta mientras esquilaban y que a punto estuvo de perderse. Partiendo de sus recuerdos y con la ayuda de su vecina Sagrario Bermejo, Geminiano recuperó esa oración, con la que los esquiladores de Abades pedían la protección de la Virgen.
A sus 84 años, Geminiano Herranz es consciente de que su oficio sí acabará desapareciendo. Por eso, “mientras pueda seguiré enseñando a la gente lo que hacíamos”, dice con su eterna sonrisa, sabedor de que mientras dure el recuerdo, esa parte de la historia que cuentan sus manos, también seguirá viva.