La guerra en Ucrania mantiene, como todas, su marchamo de mentiras y manipulación. La corriente gubernamental del Kremlim, marca el paso de todo aquello que se debe decir y pensar. La censura de medios en Rusia cobra un especial protagonismo y al disidente obstinado… ¡polonio al canto! En la vieja Europa continúa la censura en las artes y la información; la historia se repite como un péndulo inexorable.
“Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada. ¡Quémalo!”. Así se expresa un protagonista de ‘Fahrenheit 451’ la novela distópica de Bradbury que, además, salpica de gotas de realidad a nuestro presente. Me admira ver cómo en Kiev se construyen barricadas con neumáticos llenos de libros. Los tanques contra las palabras. ¡Ojalá que los libros rebosasen en las mentes que han ideado la invasión y no en los parapetos que defienden a Ucrania!
Periódicamente se señala a los libros —y con ello a las ideas— como el germen maldito de nuestro feliz modelo de sociedad. La estigmatización de autores, obras o pensamientos (reales o delirantes) cobra vida en nombre de una idílica corrección —mejor manipulación— política que censura lo antagónico. No digo la mentira, digo lo opuesto. Una vez señalado el pecho con la mácula de la letra escarlata, se produce el rito purificador de la quema de libros, ideas…
En Cataluña, no hace tanto, se retiraron libros como ‘Caperucita Roja’, ‘La Cenicienta’ y otros 200 títulos por ser considerados ‘tóxicos’
En Cataluña, no hace tanto, se retiraron libros como ‘Caperucita Roja’, ‘La Cenicienta’ y otros 200 títulos por ser considerados ‘tóxicos’ y perpetuadores de los roles patriarcales y machistas. ¡Casi nada! Fuera de España, concretamente en Canadá, hace pocos meses, Tintín o Astérix han sido considerados tan vejatorios que se han quemado junto con otros 4.700 títulos. Literal. ¡Arrojad sus páginas al fuego purificador!
No hay nada nuevo. La biblioteca de Alejandría ardió tres veces y no todas accidentales. En El Quijote, la quema de libros dañinos se produce a manos del ama, el cura y el barbero. Hoy el cura y el barbero, imbuidos en su ficción, se han mudado en el político embaucador, en el histrión de voluntades y el criminal ideólogo que invade países. Más cercano, en 1933, el nacionalsocialismo quemó libros por existir una ‘ignominiosa contradicción’ entre la literatura y la tradición del pueblo alemán.
También Stalin disponía de una pléyade de pirómanos didácticos a los que se conocía como yesqueros o cerilleros. Y más cerca aún, en la España de 1931, recién instaurada la II República, la anarquía quemó la tercera biblioteca más importante de España, la de San Francisco de Borja, con 80.000 volúmenes. También hubo purgas franquistas con ‘La Regenta’, ‘La Celestina’, ‘La Rebelión de las masas’, ‘Sonata de otoño’… ¡Consecuencias de ir contra la moral imperante y castradora! Pero en la actualidad la vergüenza social perdura y la guerra no sé si es su causa o su efecto. Tal vez las dos cosas. La persecución política y la intransigencia —que se lo pregunten a Salman Rushdie— es el sustrato de la amputación cultural; de la tacha como argumento; de la ceguera como mordaza; de la censura de lo controvertido y el acallamiento de lo opinable. La necedad también está en el combate y así se mejora el mundo, con muerte, egos e ignorancia. Con pensamiento único y estabulado.
Lo he visto en las imágenes de Kiev. El libro se convierte en trinchera y por ello en el objetivo de la ira ideológica; el abanderado del pensamiento activo. Así, arde en una hoguera de vanidades avivada en la creencia de que los problemas sociales se solucionan con censura; nadie debe de leer ni pensar lo que puede ofendernos. Lo que es peligroso para nuestra sociedad —miren El guardián entre el centeno— debe enviarse a la hoguera para que la gente sea feliz y ganemos las guerras.
Es mejor que todos nos parezcamos en la forma de vivir y de pensar, como en ‘Fahrenheit 451’, y así nos evitemos los dolores de cabeza que nos dan los libros
Y, sin embargo, a los libros también se les puede quemar sin ningún fuego purificador y catártico. Basta con que el mundo se llene de personas que no leen ni quieren leer y que no aprenden ni quieren aprender. Gentes que no reflexionan por evitarse la molestia de pensar. Es suficiente con tener una sociedad idiotizada y manipulable que le baste con que su líder les entregue las conclusiones de lo que deben pensar, que no recapacite por sí misma sobre lo que le rodea, que piense que en la quema de libros hay soluciones que evaporan los problemas y que acabe llamando educación a lo que realmente es adoctrinamiento. Es mejor que todos nos parezcamos en la forma de vivir y de pensar, como en ‘Fahrenheit 451′, y así nos evitemos los dolores de cabeza que nos dan los libros. Libros malditos; malditos libros. Esos que, en Kiev, al menos, se amontonan en las calles formando parapetos para intentar frenar al terror.
