1996
Acudía como cada año con mi familia a la fiesta de la Virgen del Rosario en Orejana. La celebración tuvo (y tiene) lugar en un paraje de inigualable belleza y misticismo: el enclave donde se encuentra la iglesia de San Juan Bautista y el sabinar circundante. Yo, todavía niño, contemplaba la escena como mero espectador. Viví circunstancias parecidas en fechas pasadas, pero ese año lo tengo grabado a fuego en mi corazón: los danzantes, ellos con enagüillas y ellas con manteo, frente a la Virgen; y junto a ellos, un señor de pelo cano y su compañero, algo más joven. Comienza la procesión alrededor del templo, y se suceden las tocatas de gaita y tamboril de danzas de paloteo y de jotas. Antes de entrar a la iglesia, el Arco efímero formado por la danza; y ya dentro del templo, la Salve. Una Salve que a mí, de niño, me suena distinta: de vez en cuando sonaba la dulzaina. La única que yo había escuchado hasta esa fecha consistía en canto vocal.
Comencé el aprendizaje de la dulzaina. Cada año volvíamos al Rosario. Y allí estaban los dos. Y en una ocasión, mi padre le dijo a Demetrio: “Oye, ¿puede tocar el chico?”. Demetrio accedió a que tocase una pieza con ellos. Y su respuesta posterior fue toda una arenga: “No lo dejes, chaval”. Seguí con ello y comencé a estudiar Etnomusicología. Pude acercarme a Demetrio como músico y como investigador, recibiéndome en su casa alguna vez. Y eso que de niño me impactó, más adelante fue objeto de investigación.
Efectivamente, nos encontramos con un músico entregado a la causa folklórica y que supo reconocer el valor de la tradición oral. Sus esfuerzos en la promoción y divulgación de la danza ritual son de vital importancia en una época en la que el éxodo rural dejó los pueblos vacíos. Él resistió, y desde su residencia de La Matilla, con un celo inefable luchó por la pervivencia de las prácticas coreo-musicales folklóricas. Como dulzainero, supo hacer de la sobriedad, un estilo único y bello caracterizado por una suavidad melódica cercana al lirismo, con frases largas, una ornamentación contenida y una articulación delicada, poco violenta… del gusto, por otra parte, de los dulzaineros de la tierra de Pedraza. Y en el momento de despedida de las fiestas dedicadas a la Virgen María la sonoridad antigua y modal de esa Salve que de su dulzaina salía hecha puro canto para fundirse con los responsorios del resto del pueblo.
La historia, a veces, puede ser reconstruida a través de la gente sencilla. Este es el caso de Demetrio, el dulzainero de La Matilla. Un dulzainero que se hizo así mismo y que, a base de perseverancia y trabajo, logró el dominio del instrumento. Era uno de los pocos instrumenteros de la última generación nacida antes de la Guerra Civil y que se inició en el aprendizaje de la dulzaina con unos cuernos de cabra y unos pitos de caña hechos entre su hermano Gregorio y el propio Demetrio al final de la cruenta contienda. Vicente, el pequeño de los tres, se centró en la percusión; pero un hijo suyo, Antonio García, aprendió a tocar la dulzaina también.
Que la historia de vida de Demetrio sirva de ejemplo, sobre todo, a los más jóvenes. Constancia e ilusión por proteger y poner en valor la música de tradición oral. (1)
2014
Mi agenda de trabajo de campo me dirigió por segundo año consecutivo hasta las fiestas de septiembre de Castroserna de Abajo, las de San Miguel y la Virgen de los Remedios. Y allí volví a acompañar en los recorridos procesionales a Demetrio García, quien tocaba la dulzaina, y a su querido primo, al tambor, ya que desde el 2007 y gracias al impulso de la Alcaldesa Mª Luisa González, los paloteos volvían a ejecutarse ante las respectivas imágenes, vecinos y visitantes. Para entonces, mi Beca del IGH que estudiaba a los danzantes de enagüillas de la provincia de Segovia, ya estaba muy avanzada, y en mis reflexiones —iniciadas a comienzos del 2013—, había comprendido la vital importancia de la figura de Demetrio en la historia de las danzas de palos y otras danzas rituales de un particular territorio geográfico: algunas localidades de la Tierra de Pinares, como Cantalejo, otras de la Tierra de Sepúlveda, como la propia Castroserna de Abajo, y las más numerosas, ligadas al trazado de la Cañada de la Vera de la Sierra y su área de influencia, como Arcones, Valleruela de Pedraza y Orejana, a las que se sumaban Rebollo, Siguero, Prádena, Valleruela de Sepúlveda y su pueblo natal, La Matilla, curiosamente en el centro de todas ellas.
Tras numerosas charlas a lo largo de dos años, sabía de su ímpetu e ilusión en las últimas cuatro décadas por la recuperación, el mantenimiento y la conservación de un importante repertorio musical y coreográfico: tras recuperar los paloteos de Arcones en 1974 y los de Orejana en 1978, su radio de acción se amplió con la enseñanza de la dulzaina y paloteos a través de la Escuela creada por Diputación de Segovia, llegando así a Cantalejo o Siguero. Incansable en su labor de dulzainero —tras cumplir con las tareas del campo y del ganado—, y a sabiendas del “tesoro” que le seguía prodigando su memoria —innumerables melodías adaptadas a las coreografías de cada localidad donde tocaba—, siguió asistiendo anualmente a las festividades de los pueblos citados, tocando en las Fiestas del Rosario y el Amparo en Valleruela de Pedraza hasta el 2012, en las Fiestas de la Virgen del Barrio en Valleruela de Sepúlveda hasta el 2013 y en las Fiestas del Rosario de Orejana hasta el 2014.
El empeño de toda una vida, repleto de “responsabilidad” y de búsqueda de datos sobre los paloteos que interpretó, se reflejó el 27 de septiembre del 2014 en la Fiesta de San Miguel de Castroserna de Abajo: además de las danzas locales, los vecinos y allegados pudieron ser partícipes de la recuperación de los paloteos de La Matilla, perdidos dos décadas atrás. Aquel día recuerdo cómo me contaba, plenamente orgulloso, que el 15 de agosto del mismo año había conseguido reunir en La Matilla a nueva generación de danzantes —esta vez mixta—, para danzar en honor de su virgen, y por ello, quería acompañar a los danzantes de Castroserna de abajo con algunos de los paloteos de su repertorio. Dicho y hecho: fue una tarde espectacular deleitando a feligreses y público con piezas de ambos pueblos, y La Cachucha —con melodía compartida por La Matilla y Valleruela de Sepúlveda—, fue ejecutado por ambos grupos al mismo tiempo.
El legado que nos deja Demetrio García Moreno (1918-2018) es por tanto el principal de sus logros, es decir, el mantener “vivo” y “en alza” un patrimonio cultural inmaterial que caracteriza y con el que se identifican las gentes de la sierra y su entorno, y al que él decidió proteger desde finales de la década de los sesenta. Cuánto le debemos, y como ya escribí en mi libro —presentado en septiembre del 2015 y acto al que Demetrio asistió—, “benditos dulzaineros con los que me crucé en mi camino”. (2)
——
(1) Etnomusicólogo y Becado por el IGH.
(2) Doctora en CC. de la Información y Responsable de la Revista Digital enraiza2.cul
