El Eresma abandonó el meandro. Mudó con la carretera al otro lado. Dejó de lamer la caliza antigua y precipitosa, quizás temeroso de uno de sus derrumbes. A cambio nos regaló media luna de alameda. Donde crece la partida de algunos jubilados, la merienda de algunos cumpleaños, la visita de muchos devotos y, por supuesto, un florilegio de arboleda, sombra y sueño de algunos forofos.
“Están clavadas tres cruces en el monte del olvido”. Pues no. Ni clavadas ni cruces ni el monte. Contra el olvido o la indiferencia aquí servidora: cigarra al quite.
Tres sí. Confundidas durante todo el año entre alóctonos varios (tilos, arces, acacias de tres espinas), puentes entre el hombre y la naturaleza, como reza de los árboles la piedra cercana. Qué alarde poético.
Podrían ser. Las Tres Gracias de incógnito. O tres gracias anónimas que, como ya le pasara a Mirra, reclaman su inocencia convertidas en árboles. Los tres tristes tigres de Cabrera Infante esperando que se acabe el exilio. Las tres figuras de la baraja, sota, caballo y rey, disimulando en la pradera para que no las manoseen tanto.
¿En el valle de las diecisiete iglesias? Las tres personas de la Santísima Trinidad, las tres virtudes teologales, los tres santos segovianos, Frutos, Engracia y Valentín antes de tirar para Las Hoces. Y por ahí seguido.

Aunque estos “exempla” salen en el “libro” de Don Juan Manuel, Santamaría López, https://porunasegoviamasverde.wordpress.com/, página merecedora de edición, no podemos atribuirles nombre a quien las plantó. ¿Sabes algo añorado Yoldi, Leopoldo de los jardines?
Entonces, llegado noviembre, bajo, como si nunca lo hubiera hecho, a ver el oro que les nacen a sus ramas. La señora del perro no quita ojo, al verme dar vueltas. Sí, señora: soy un fan de los árboles en general y de las hayas en particular. Estos quilates caducan y hasta el año que viene no podré beneficiarme de ellos. Mañana, entre el viento y la lluvia, me vuelven a dejar las hayas pelonas, confundidas otra vez entre La Alameda de La Fuencisla.
Hoy tengo que regatear con las nubes. Me roban el sol que enciende los reflejos. Así que vuelve a lucir toma, toma y toma. Fotos al canto. Que la memoria es débil y la nostalgia dura meses. La helada de mañana derramará sobre el suelo la magia tan esperada, suspiros entre la hierba.
¿Edad? ¿Veinte, treinta años? A mi amigo San Juan de la Cruz no le dio tiempo a ponerlas. Lo intentó con el olmo de ahí arriba, tan criminalmente muerto a navajazos por los transportistas de recuerdos. Se me hace que estas tres hayas dan la bienvenida a los que van a rendir homenaje al poeta de la noche oscura del alma. Una forma de examinarlos: ¿Engulles kilómetros, edificios, efemérides? No te dará tiempo a reparar en tres tristes hayas. ¿Vas a dejar tu cuidado entre las azucenas olvidado? Pues toma aquí un aperitivo. Tres hayas rumbosas de noviembre antes de enhebrar la escalinata al cielo carmelitano.
