Hoy las bodas adelantan que es una barbaridad, como diría Don Hilarión, y como cada cual quiere tener la única, la exclusiva, la especial, pues las novias, los novios, los padrinos, las damas de honor y toda la banda implicada en el evento se pasan horas mirando y remirando en internet qué es lo último de lo último, lo más rompedor, lo más diferente para aportar su granito de arena en la búsqueda de lo nunca visto. Hemos analizado las búsquedas en Google relativas a tendencias de boda en 2026 y los resultados aportan novedades interesantes.
Las tendencias para 2026 hablan de un doble camino: o bodas limpias, casi desnudas, o fiestas que abrazan sin pudor el “rococó glam”. En el primer bando mandan los espacios diáfanos, las mantelerías lisas y los centros con una sola flor grande. En el segundo, vuelven los candelabros, los colores intensos, las telas drapeadas y una alegría de exceso muy fotogénica. Dos maneras de contar lo mismo: aquí se ha venido a celebrar.
La decoración minimalista se levanta a base de decisiones pequeñas: flores escogidas una por una, manteles blancos o en tonos neutros, mesas despejadas donde cada objeto tiene un motivo para estar allí. Incluso las tartas adelgazan, con diseños sencillos. Frente a esto, el rococó revival mira sin complejos a los salones recargados: estampados, velas por todas partes y arreglos florales que parecen esculturas. Muchos enlaces mezclarán fondo sobrio con detalles exagerados, como quien se pone vaqueros y chaqueta de terciopelo.
La manera de sentar a la gente también cambia. En 2026 vienen las mesas serpenteantes, curvas, como un río de mantelería y cristal en mitad del salón. No solo quedan espectaculares en la foto aérea: permiten que la gente se mueva, elija sitio, charle con quien no conoce dos puestos más allá.
En paralelo, gana fuerza la boda con móviles guardados, nada de retransmisiones en directo y la orden de vivir lo que está pasando delante. Un pequeño acto de rebeldía en un mundo en el que hasta el arroz se lanza pensando en el algoritmo.
En el banquete, la obsesión ya no es solo que nadie pase hambre, sino que todo parezca un festival itinerante. Surgen los camareros que se mueven entre las mesas con bandejas de ostras, quesos, sushi o croquetas, o mochilas que sirven cerveza como si el salón fuera un backstage de festival. A su lado, las barras de zumos y aguas de sabores plantan cara a la dictadura del alcohol: colores vivos en los vasos y la promesa de que se puede salir a bailar sin necesidad de ir a ciegas.
En 2026, los espejos se convierten en piezas clave. Aparecen en la bienvenida, con mensajes para los invitados; en el plano de mesas, donde los nombres se descubren en reflejos; en rincones estratégicos que piden una foto. Y sobre ese escenario llega un nuevo monarca cromático: el azul serenity, un azul suave con un punto gris que se derrama sobre manteles, servilletas, copas, lazos de ramo y confeti. A él se suman otros tonos más atrevidos —naranjas, terracotas, rojos, fucsias— que recuerdan que esto no es un funeral, por muy minimalista que sea el altar.
Luego están las perlas, que lo invaden todo como si alguien hubiese volcado un joyero sobre el plano de la boda. Se cuelan en los centros de mesa, entre las flores, colgando de candelabros, cosidas a las telas del altar, bordadas en los vestidos, prendidas en el peinado de la novia. La consigna es simple: si algo admite una perla, se le pone una.

La moda nupcial se mueve en la misma contradicción. De un lado, vestidos limpios, con líneas sencillas, aberturas discretas, capas ligeras y mantillas que sustituyen al velo clásico. Del otro, corsés bien marcados, drapeados sin complejos, flores en relieve y una vuelta decidida al drama barroco. Y, por si fuera poco, el blanco empieza a compartir escenario con tonos empolvados, metalizados y un azul intenso que asoma en faldas, zapatos o ligas para cumplir con el famoso “algo azul”.
El maquillaje y el peinado siguen la misma partitura. Triunfa la belleza que parece no llevar casi nada encima: recogidos sencillos, moños pulidos, ondas suaves y ese efecto de piel luminosa que los entendidos llaman buttery skin y que en cristiano significa más hidratación que artificio. En las manos, la manicura de moda se bautiza como milky nails: uñas en blanco lechoso, limpias y discretas que encajan con cualquier vestido.
Hasta las damas de honor se rebelan contra la uniformidad. Se acabó vestirlas como un ejército clónico. La tendencia manda que cada una lleve el modelo que le favorece, el tejido que le sienta mejor y, muchas veces, incluso un tono distinto dentro de una misma gama. Coordinadas, sí; clonadas, no. Menos foto de catálogo y más grupo real de amigas con sus diferencias y su carácter.
Y cuando se apagan las luces del salón y el DJ recoge sus cables, llega el último gesto de la boda 2026: una luna de miel que busca, por fin, silencio. Lejos del ruido y de las notificaciones, las parejas miran hacia islas perdidas, paisajes helados o desiertos inmensos donde nadie espera ver el vestido en directo. Es lo que trae el año nuevo, apagar el móvil, mirarse a los ojos y recordar, durante unos días, todo aquello que vivieron, sin estar pendiente de lo que graba uno. Más vivir y menos enfocar, que para eso ya se contratan fotógrafos profesionales.
