Vistas como una rara avis, las guías de viaje han pasado a formar parte de ese fondo bibliográfico de librerías y bibliotecas que pocas veces, o casi nunca, compramos o pedimos en préstamo. ¿Qué ha sucedido entonces con este género tan vital y necesario que hacía que te perdieras y reencontraras por los caminos una y otra vez con sus pequeños mapas de bolsillo?
El modelo de viaje es evidente que ha cambiado, hasta el propio viajero se ha convertido en una especie de seminómada en su propio hogar, cansado de consumir internet a todas horas. Navegar, ya no es un sinónimo de aventura.

El primer manuscrito que hace referencia a un relato o crónica de viaje, data del año 333 d.C. Un anónimo peregrino emprende viaje desde su ciudad natal, Burdeos, con destino a Jerusalén, conocida entonces como la Tierra Prometida. El Itinerario Burdigalense, también conocido como Itinerarium Hierosolymitanum, relata un viaje que atraviesa el norte de Italia, el Valle del Danubio y la península de Anatolia, a través de Asia Menor como destino final. Un recorrido de 2.221 millas, a pie y en burro.

En la actualidad se conservan tres manuscritos de dicho relato. Un primer manuscrito se encuentra en la Biblioteca de la Catedral de Verona, el segundo se halla en la Biblioteca de la Abadía de San Galo y el tercero lo podemos encontrar en la Biblioteca Nacional de Francia.
En 1160, el monje benedictino francés Aymeric Picaud, escribe una especie de manual práctico para los peregrinos europeos que en el siglo XII se aventuran a seguir la ruta jacobea. Es en el Libro V del Códice Calixtino donde se detalla el camino, los lugares y poblaciones por donde pasa, e incluso nos da consejos y advierte de los posibles peligros del recorrido.

En España, contamos con un excepcional trabajo realizado para su época, por “el abate Ponz”. Antonio Ponz Piquer (Bejís, Castellón 1725-Madrid, 1792), fue uno de los ilustrados más destacados, además de ser historiador, pintor y viajero. Entre sus trabajos, destaca el famoso viaje por España que le encargó el Conde de Campomanes, con el fin de inspeccionar los bienes artísticos que habían pertenecido a la Compañía de Jesús, recién expulsada por Carlos III en el año 1767. Este trabajo llevaba por título Viage de España, o Cartas en que se da noticia de las cosas mas apreciables y dignas de saberse que hay en ella, Ibarra impresor, Madrid, 1772-1794, 18 volúmenes en octavo. El tomo décimo contiene una descripción de las provincias de Madrid y Segovia.

Carta VIII. Segovia de ser en lo antiguo Ciudad muy fuerte por su situación sobre una roca, casi por todas partes inaccesible. Las indagaciones que se han hecho en órden á su antigüedad, y fundadores, podrá verlas quien quiera en los libros; particularmente en el que escribió de la Historia de dicha ciudad el Sabio D. Diego de Colmenares.

Si damos un salto en el tiempo-más concretamente al siglo XIX-encontramos lo que conocemos como guía de viaje. John Murray (1808-1892), escritor inglés, se convirtió por entonces en ese viajero que relataba a qué hora podías coger un tren y qué estaciones podías atravesar. Prusia, Holanda, Alemania o Bélgica se convirtieron en esos destinos de viaje en los que ya sabes qué tipo de comida o bebida podías consumir, e incluso, detalles de alojamientos para pasar la noche. Como dato curioso, John Murray III fue el último miembro de una conocida dinastía de escritores famosos en Inglaterra por haber publicado a Jane Austin o Lord Byron.

Pero para entender un poco mejor el concepto del viajero y su encuentro con Europa, debemos situarnos en el cómo y por qué surgió a mediados del siglo XVII una forma de viaje conocida como El Grand Tour. Este término, como tal, lo encontramos en una guía de Richard Lassels del año 1670, referenciando el gran viaje que hacían los jóvenes aristócratas británicos.

Sus motivaciones eran varias, desde cultivar su educación, adquirir prestigio social o una necesidad irrefutable de evadirse del tedio y la apatía, provocados por esa melancolía tan de moda entre la alta sociedad. El itinerario más común incluía París, el norte de Italia, Florencia, Roma, Nápoles, Suiza y Alemania, un recorrido fascinante para los ilustrados ingleses y franceses. De este modo, viajar, se convirtió en la mejor forma de conocer al hombre europeo y su relación con el mundo.

Con el siglo XVIII y la Ilustración, el viaje pasa a ser ya casi una forma de vida (para el que pudiera costeárselo). El Grand Tour consigue que las nuevas formas de pensamiento viajen más rápidamente por toda Europa, conociendo así, otros gobiernos y formas de ver y entender el mundo.
Pongamos como ejemplo la novela “Cándido, o El optimismo” de Voltaire. Aquí, el protagonista es un joven que viaja junto a su tutor, Pangloss, que es más partidario de vivir en el mejor de los mundos posibles. Los dos experimentan todo tipo de desdichas, desde naufragios, guerras, terremotos, hasta la pérdida de sus seres más queridos. Al final de la novela, Cándido opta por buscar la felicidad de forma más sencilla en una granja, cultivando la tierra y al lado de su mujer.

Si damos un pequeño salto en el tiempo y nos situamos en la Europa de mediados del siglo XIX, encontraremos las ya famosas Guías Bradsshaw, una serie de libros con los horarios de ferrocarril y las guías de viaje publicadas por W.J. Adams de Londres. Su editor fue el conocido George Bradshaw (1800, Salford, Reino Unido-1853, Oslo, Noruega), cartógrafo, impresor, editor y grabador que difundió el concepto de viajar en tren por placer, a la vez que estableció una marca que se mantuvo vigente durante más de medio siglo. En la actualidad, la BBC ha grabado numerosos documentales de viajes en ferrocarril de la mano del periodista y político, Michael Portillo (Ingaletrra, 1953), hijo de Luis Gabriel Portillo (1907-1993) republicano español exiliado y de Cora Blyth (1919-2014) de origen escocés.

Como dato curioso y para finalizar, sepan que en “La vuelta al mundo en 80 días” de Jules Verne, el protagonista, Phileas Fogg, lleva entre su equipaje una Guía Bradshaw. Y como apunte escalofriante…El Conde Drácula, protagonista de la novela de Bram Stoker, sostiene entre sus huesudas y frías manos, una Bradshaw para planificar su futuro en la ciudad de Londres, tal y como se relata en el capítulo II, p.38: El conde estaba recostado en el sofá, leyendo nada menos que la guía inglesa de Bradshaw.
Beatriz Canabal, historiadora y bibliotecaria
