Suponga usted que le cae la pregunta: ¿podría definirme la palabra ‘práctica’? De principio se quedará mirando a Miranda, luego (puede que sí) a los adoquines (cuadrados) que luce la renovada Avenida Padre Claret; pasados dos segundos se mirará a los pies para saber que calzado lleva… Se lo pongo fácil ‘pa’ que no se olvide practicar la práctica (frase inédita de ‘perogrullo’): ‘es el conjunto de actividades o acciones que desarrollamos al aplicar ciertos conocimientos, con la finalidad de mejorar en la disciplina que se practica’.
Pues eso. Que lo anterior no tiene otro ‘valor’ que demostrarme a mí mismo que hay ocasiones en las que es mejor quedarse en tierra que embarcarse. Por las claras, tenía una apertura difícil y no sabía por dónde empezar. Mas claro, agua… Clara.
Los caminos del aprendizaje
Las piezas de artillería que utilizaban para prácticas los cadetes de la Academia, tuvieron en la ciudad diferentes emplazamientos, Las primeras que se llevaron a efecto lo fueron en el Polígono de Baterías. Si bien, a decir verdad, antes de las referidas, la Academia tenía emplazados sus cañones en la Plaza del Alcázar, ‘mirando’ hacia la Cuesta de los Hoyos, donde estaban colocados lo blancos.
Los sábados eran los días señalados para ejercicios (prácticas) de tiro. Los alumnos cadetes se dirigían a media tarde, desfilando –en cabeza la Banda-, hasta la referida plaza, por Calle Real y Canongìa Nueva (Daoíz). Al lugar acudían vecinos para presenciar las prácticas. En aquel tiempo la Academía contaba con un batallón y cuatro compañías. Con un total aproximado de 300 cadetes.

Otro de los campos de tiro estuvo situado en la explanada contigua a los jardines de la Maestranza. Los blancos se situaban en los Altos de la Dehesa, sobre el camino que hoy conocemos como carretera de Valdevilla.
En ese devenir de los tiempos de prácticas se simuló el asalto al recinto de la Plaza de Toros. Se utilizaron ganchos y cuerdas. Los gastadores escalaron por las ventanas de la plaza; tendieron desde ellas tablones por los que subieron los asaltantes. Cuando llegaron dentro abrieron las puertas y por ella pasó la plana mayor y la banda de música. A presenciar estos ejercicios acudían familias de ‘la buena sociedad segoviana’ y la Academia correspondía con la música de su Banda para que bailara la gente joven. El lugar concreto del ‘salón de baile’: edificio Casa de Mixtos, cercano al campo de tiro.
Pongo fin al relato con un lamentable suceso. Se realizaban ya los últimos disparos del ejercicio programado de prácticas cuando explotó la recámara de una de las piezas. Los trozos de hierro salían cual proyectiles. Estos destrozaron por completo la pila de la fuente central de los jardines e hirió de muerte a un industrial hojalatero. Ese día se habían congregado en el lugar muchísimos espectadores.
En aquel tiempo de finales del XIX, era alcalde de la ciudad Luis de Contreras, Marqués de Lozoya, manteniendo, ya entonces, desde el Ayuntamiento cordiales relaciones con el estamento militar. La guarnición de la Ciudad estaba a cargo del 4º Regimiento Montado al mando del coronel Echaluce.

La muerte de un niño
La información me la proporcionó el semanal ‘El Reformista’. Agosto de 1890: ‘Jueves 31 de marzo. Un niño de trece años, Aurelio, entró en la Catedral para confesar. El recinto se encontraba en obras y andamios de por medio, que estaban siendo retirados. Una de las grandes escarpias se soltó, fue a dar con una cornisa y su rebote en la cabeza del referido. Llevado al hospital de la Misericordia falleció a las pocas horas’. Accidente lamentable. Cerraba su información el periódico con estas frases: ‘La desgracia se podría haber evitado si no se hubiera permitido la entrada’. Era ya tarde para poder rectificar. Debido al desgraciado accidente se suspendieron todas las misas. El Cabildo decidió que no se celebrara ninguna más hasta tanto no se realizara una nueva bendición del recinto catedralicio. Pues…
Otras noticias de ‘sumo’ interés
‘Pa’ que se sepa. En el siglo XVII había en la capital doce plateros con taller abierto. Al respecto. Fue un platero, Sebastián Paredes Barahona, al que se encargo, y realizó, una urna para introducir en ella los huesos de San Frutos. El precio marcado por el platero fue de 44 reales por cada marco de plata labrada. En total recibió 11.532 reales, que pagó el Cabildo. Fue este mismo platero quien hizo la lámpara para la capilla de San Frutos. Fue un encargo de Diego de Ayala Berganza, que pagó por ello 778 reales de plata. Los Ayala ya tenían capilla propia y medios económicos suficientes para mantener otra.
Las arenas sílices
Segovia siglo XVIII. En la ciudad se habían unido en un gremio profesionales areneros y barreros, que adoptaron como patrón a San Roque. Cada 16 de agosto celebraban procesión y fiesta del Santo. Curiosidad: al paso de la imagen y todo su recorrido esparcían tierra roja. Era la misma que les daba trabajo. Fueron esas arenas sílices, con minas importantes en Segovia y su tierra, las que proporcionaron la referida materia a fábricas como la de cristal y a la proliferación de otras de fabricación de ladrillos, tejas… Entre ellas ‘La Innovadora’, de los Hermanos Carretero. Los mismos que llegaron a tener una producción diaria de 30 mil toneladas y mantenía un colectivo de varias decenas de trabajadores.
