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Las pantallas y la recreación de la violencia

por Jesús A. Marcos Carcedo
22 de abril de 2023
en Tribuna
Jesús A. Marcos Carcedo
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Afortunadamente, la violencia en la vida cotidiana de las sociedades occidentales es hoy en día relativamente reducida. Sin embargo, con cierta regularidad los medios de información se hacen eco de datos o recogen noticias que producen inquietud y que nos obligan a pensar que queda aún mucho camino por recorrer y que tampoco tenemos asegurado que no se pueda retroceder desde los niveles actuales. Nuestro propio país parece abrirse en los últimos años a esa posibilidad del paso atrás. El reciente ‘Balance de Criminalidad’ del Ministerio del Interior sobre delincuencia en el último trimestre de 2022 recoge un escalofriante aumento de los delitos de agresión sexual con penetración: entre 2019 y 2022 crecieron un 53 %. Pero también aumentaron mucho en esos tres años tanto los homicidios dolosos y las tentativas de asesinato (44,5 %) como los delitos de lesiones y riñas (31,8 %). ¿Significa esto que, en efecto, no sólo es posible, sino que ya se está dando un regreso a la violencia?

Sea como fuere, llama la atención que, a pesar de la condena generalizada de su uso y de su repudio en informativos y programas de opinión de todo tipo, se mantenga siempre una especie de refugio inaccesible en el que la violencia sigue siendo considerada la vía de acción más eficaz para conseguir lo deseado. Seguramente, haya para ello razones biológicas, procedentes de la necesidad de disponer de capacidades para la defensa de la propia vida. Pero, más allá de esas determinaciones genéticas o instintivas, debe preocuparnos el añadido sociocultural que convierte la agresividad en violencia desatada y destructividad.

Se da la paradoja de que de nuestra misma sociedad han brotado dos corrientes divergentes respecto a la consideración ética y estética de la violencia. Por un lado, están los que la repudian por completo y quieren suprimir cualquier atisbo de crueldad, censurando hasta los cuentos infantiles de siempre. Pero, por otro, las películas, la televisión, las series de las plataformas o las novelas policiacas y de acción más vistas, leídas o vendidas se complacen en mostrarla de manera cada vez más descarnada, más pormenorizada y detallada en sus destrozos. Incluso uno de los directores de cine mejor considerados, Quentin Tarantino, ha hecho de las orgías destructivas y de los discursos que las acompañan su señal de distinción. Probablemente, tanto los blandos como los duros estén contribuyendo a agrandar el reducto psicológico de lo violento, ignorándolo unos e inflamándolo otros.

En todo caso, es al fenómeno de la violencia en las pantallas y en otros medios de difusión al que debemos prestar una atención preferente y urgente. Ni en las películas o novelas del oeste, ni en las de acción, ni en las policiacas de antes se iba más allá de un mero esbozo del acto violento, mientras que ahora se cortan cuellos, se muestran asfixias, se exhiben heridas y torturas y siempre hay complacencia en los detalles más cruentos. Hay, pues, una exhibición irrestricta de la violencia, una auténtica biagrafía (de bía, violencia en griego). Dice la profesora Mercedes Comellas, de la Universidad de Sevilla, que, aunque la violencia ha acompañado a la literatura desde la Ilíada, nunca ha estado tan presente en ella como ahora. Y lo mismo podría sostenerse del cine o de la televisión. Si bien hay una cierta discusión sobre los beneficios y perjuicios de que la violencia se ubique en lo virtual, es patente el riesgo que entraña el que las pantallas y otros medios se hayan convertido en su casa y en el taller en el que se la transforma para su consumo. Una vez ‘re-creada’ allí, nos es devuelta adornada y dispuesta para el deleite, incluso estético, de nuestros atávicos impulsos destructivos.

La famosa Asociación Psicológica Americana, la APA, señala diversos efectos nocivos de la exposición de los niños a la violencia en los medios, como la promoción del comportamiento malvado, la insensibilidad ante el sufrimiento que causa o su aceptación como forma de resolver los conflictos. Pero carecemos de sensibilidad al respecto. Si la contemplación de escenas de índole sexual ha sido severamente controlada desde siempre, la violencia, al contrario, ha campado a sus anchas. No se trata de responder con mojigatería al problema y de ocultarla, como si, cerrando los ojos, fuera por ello a desaparecer. Pero tampoco podemos mantenernos en la irreflexiva permisividad actual.

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