‘Entonces, los jornaleros, aunque casi desnudos y durmiendo siempre en el suelo, viven a los menos con el pan y el gazpacho que les dan; pero en llegando el tiempo muerto, aquel en que por la intemperie no se puede trabajar, como, por ejemplo, la sobra o falta de lluvias, perecen de hambre, no tienen asilo ni esperanza, y se ven obligados a mendigar. Estos hombres la mitad del año son jornaleros, y la otra mitad mendigos’. (Pablo Antonio de Olavide, Expediente de la Ley Agraria-1768)
La historia de los jornaleros es una historia de lucha, de precariedad y de búsqueda de una vida digna. A finales del siglo XVIII trabajaban en el campo un 31% del total de trabajadores de Segovia.
En la ciudad convivían alrededor de 15.000 habitantes en el año 1908. Dos años después, datos del INE, se situaba la cifra en 15.258. Eran años de pobreza fundamentada en la falta endémica de trabajo. La situación intentaba paliarla el Ayuntamiento ‘ahorrando’ de aquí y del otro lado con la finalidad que al llegar –al menos-, la Navidad, se pudiera dar trabajo al mayor número posible de parados/necesitados y sin desempleo protector.
Así, a comienzo del mes de diciembre de cada año, abría su oferta de empleo para cuantos parados quisieran trabajar y así lo manifestaran. El programa municipal se dio a conocer con el nombre de ‘Las Navidades del Jornalero’ y, por situar un ejemplo, en el año 1908 se dio trabajo a 363 personas, contados entre ellas diez niños mayores de 15 años. El ‘tajo’ tenía vigencia hasta que los recursos económicos se acababan, entre siete y quince días.
En el referido año las ‘obras’ en las que colaboraban, pues ya estaban comenzadas, se situaron en el alcantarillado de Caño Grande, reparación de los caminos de Valdevilla y Paseo Nuevo; calles de Cañuelos, Almira, Plata, Hospital, Santiago, Carmen y Conchas. Esta última ya desaparecida y ubicada en zona de de José Zorrilla. Colaboraron también en las escuelas de la Plazuela de Los Huertos, adoquinado en San Agustín y en El Arenal de la Estación. También en las obras que se desarrollaban en varias calles de San Lorenzo y el Puente del Verdugo sobre el Clamores.
La situación de pobreza no era tema exclusiva de ese año. Anteriormente, ya en 1897, se había dado trabajo desde el Ayuntamiento y por las mismas causas, a 159 obreros, que en esta ocasión trabajaron durante treinta días. También la ciudadanía ponía su granito de arena. Un panadero de la ciudad entregaba al Sanatorio Provincial de la Cruz Roja un pan de 800 gramos dos veces por semana y los alumnos de tercer año de la Academia de Artillería se obligaron a pagar una peseta mensual cada uno para cubrir las necesidades del referido Centro sanitario.
Eran otros tiempos, sí, claro, pero la imperiosa y dramática necesidad de alimentos en muchas, muchas familias continúa vigente. La pobreza no solo es una cuestión de escasez material, sino también de desigualdad y exclusión.
Recojo, a modo de resumen final, uno de los versos que aparece en el ‘Canto de Segadores’ -10 años de canción tradicional, publicado en 1988 por ‘Nuevo Mester de Juglaria-’:
No madrugaría tanto,
si el sol fuera jornalero
no madrugaría tanto.
que andaría más ligero.
Lo que cuesta el trabajar,
si cuatro pillos supieran
lo que cuesta el trabajar,
no abusarían del pobre
ni tampoco del jornal
Incendio entre la nieve
Habían transcurrió tan solo dos días del año 1918 cuando se declaró un pavoroso incendio en el Palacio Real de la Granja, que afectó de lleno a la Real Colegiata de la Santísima Trinidad y Casa de Canónigos. Comenzó en la madrugada del lunes 2 de enero en el Patio de Botica. Las llamas permanecieron activas cuarenta y ocho horas. Ese mismo día el Real Sitio acumulaba en sus calles varios centímetros de nieve, de tal forma que hubieron de abrir senderos para poder andar. La nevada también impidió la llegada rápida del personal de extinción pero no que el fuego lo consumiera todo a su paso, ayudado, cómo si ello le hubiera hecho falta, por un fuerte viento. Las comunicaciones con Madrid y Segovia estaban cortadas.
Un hecho que fue recordado por cuantos presenciaron el incendio, fue el ruido impresionante al derrumbarse las torretas de la Colegiata. Poco fue lo que se pudo salvar de dentro del recinto. Sí se consiguió con la Cruz que salía en la procesión del Corpus, pero no el altar de mármol ni la talla del Coro. La construcción de lo que primero fue Capilla Real es de mediados del siglo XVI. El Cabildo de la Abadía, tras el incendio, hubo de trasladarse provisional y funcionalmente a la iglesia del Cristo.
Después, cuando se comenzó a pensar en la rehabilitación de aquel caos, se ‘toparon’ con el hecho de la no dependencia de la Real Colegiata del Real Patronato, que era el que tenía la ‘pasta’. Lo que hizo que la rehabilitación estuviera al cargo económico del Abad y el Cabildo. Ambos entes religiosos propiciaron una suscripción popular, además de contar con la ayuda de la sección de obras de templos diocesanos del Ministerio de Gracia y Justicia, del que era ministro el mallorquín Alejandro Rosselló y Pastors, dentro del gobierno presidido por el liberal Álvaro de Figueroa y Torres (Conde de Romanones).
Fue un año de intenso trabajo para reconstruir todo lo que el fuego consumió. El día 2 de enero de 1919 se ofició la primera misa tras la rehabilitación de la Colegiata. El recinto se quedó pequeño ante la gran cantidad de personas que querían entrar. El obispo Gandásegui estuvo elocuente y brillante.
Otro de los problemas añadidos por el incendio fue el económico, ya que desde aquella fecha dejaron de llegar a los veranos del Real Sitio de La Granja los Reyes. Una pésima noticia.
