El hombre mira el cárdeno nubarrón sobre Cueva Valiente y dice para sí: “Habrá tormenta”. Agacha la cabeza y ayudado por un bordón de pino, con una pajilla en la boca y mascullando una letanía, baja por la ladera buscando el cauce del arroyo. Esta historia, por familiar y repetida, no tiene ni protagonista ni tiempo concreto, así que el lector le pondrá su nombre, su lugar y su momento en esa relación ancestral entre hombre, monte, camino y agua. Una simbiosis que guarda el secreto de una sencillez que nos hace crecer como personas engarzadas con su entorno. Es la nobleza de lo sencillo en contraposición con un mundo cada día más cambiante y complejo que, paradojas de la vida, pretende hacernos la vida más simple.
El pasado día 6 de agosto se presentó el libro de Javier Sanz, ‘Descubriendo nuestras fuentes’. Un trabajo que muestra la importancia de las pequeñas cosas. En las fuentes –sentido extenso de la acepción– radica nuestro origen (agua, monte y camino) encarnando el bíblico mandato de dar de beber al sediento como símbolo de hospitalidad serrana. Al paseo Rivera de San Rafael acudieron más de ciento cincuenta personas para ver nacer, entre escenas cotidianas y lugares comunes, un libro que será compañero de caminantes; una brújula para descubrir lugares secretos y recuerdos de infancia.
Lo cantaba Alberti: “Aunque no estaba la fuente/ la fuente siempre sonaba/ y el agua que no corría/ volvió para darme agua”. Pues bien, las fuentes han regresado.
