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Las cornadas del hambre

por José María Martín Sánchez
21 de agosto de 2025
en Tribuna
JOSE MARIA MARTIN DEPORTES
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Luis Mester

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LA UE Y EL INDULTO A PUIGDEMONT

Se comentaban en su presencia, la del torero Manuel García Cuesta ‘El Espartero’, los trabajos, sustos y riesgos de la profesión, por la que debía hacerla indeseable. Ante tantos peligros enumerados y de la experiencia de las cornadas, comentó sobriamente el diestro: ‘más cornás da el hambre’. Manuel murió a los 29 años tras recibir una ‘corná’ de ‘Perdigón’, en la Plaza de Toros de Madrid.

Siempre, pero siempre, que se ha instalado el hambre, sea la época que fuere, era una catástrofe en las cocinas de los hogares mas humildes, donde no había nada que cocinar. Los que peor lo pasaban eran los niños. Eran estos los que, con suma normalidad, confiaban todo en sus padres y si estos no encontraban trabajo ‘habitual’, se buscaban la vida, aún con riesgo de la suya, y a veces la perdían. El drama completo.

Aquí, en la ciudad, hubo, como en toda España, épocas, y no cortas, de hambruna. Y cada cual buscaba cubrir las necesidades familiares, incluso, con riesgo de sus vidas. La dramática historia que relato en estas líneas, no fue la única de la misma ‘materia’. Pues a pesar de conocer el riesgo y convivir con él ‘las cornadas del hambre’ no les permitían dejar la ‘profesión’. Así, desde finales del XIX y cerca de medio siglo del XX, la hambruna se instaló en España.

Aquí mismo, sin ir mas lejos

Inicio el ‘camino’. En Segovia se había hecho costumbre el que en los días siguientes a la prácticas de tiro de los alumnos de la Academia de Artillería, un número, no pequeño, de segovianos – cuando no familias enteras-,  se lanzaban a la búsqueda de cascos de granada e incluso proyectiles completos que, debido a la distancia de los blancos, entre seis y ocho kilómetros, así como por  la desigualdad del terreno, quedaban sin explotar. Los de la rebusca, conocedores de los lugares, caminaban por estos parajes al encuentro de explosivos, enterrados algunos de ellos a profundidad considerable.

Si conseguían sacar el proyectil, puesto sobre sus hombros o los de algún hijo, los llevaban hasta sus casas. Tras llegar con la ‘preciosa’ carga procedían a la descomposición del proyectil. Ahí, justamente ahí, comenzaba el inminente peligro. Era el doble ‘juego’ entre superar las ‘cornadas del hambre’ o el de la otra forma de morir.

La manipulación del explosivo

De un informe sobre el tema publicado en diciembre de 1897, recogemos los siguientes datos sobre la manipulación del artefacto, con que realizan con la finalidad de separar sus elementos y hacer más fácil su venta:

‘Por lo general, rompen con un cortafríos el orificio del culote. Por ese lugar extraen la pólvora, lo que manipulan con un alambre. Frecuentemente la pólvora queda apelmazada y pegada a las paredes de la granada, lo que hace que el manipulador golpee a esta con un martillo para soltar la pólvora. Con los golpes al hierro este se calienta y ante el temor –que conocen-,  de que la pólvora se inflame por la elevación de la temperatura, la bañan con agua fría volcada en la parte exterior del proyectil.

La espoleta, normalmente, no la tocan hasta después de extraída la pólvora, pues el mayor peligro de todo el trabajo. Puede ser que en algunos casos, no consiguen la extracción de la pólvora a través del orificio del culote, lo que les lleva a efectuarla por la espoleta, tomando la efecto, ahora sí, las mayores precauciones’.

La gran tragedia

Lo descrito anteriormente tiene su luctuoso y macabro final. Fue en la zona conocida como ‘Parque de Santillana’, término de Revenga –junio de 1897– En el lugar se encuentra un hombre al que acompañan dos de sus hijos. Descargaba el progenitor en esos momentos una bomba de cañón.  Intentando extraer la pólvora el artefacto hizo explosión. Murió en el acto el padre, resultado gravemente heridos los dos hijos. Uno de ellos hubo de ser trasladado al Hospital de la Misericordia donde le fueron amputados los dos brazos.

No fue la primera, ni sería la última de las tragedias ocurridas por las mismas causas en la ciudad. Antes, año 1891, C/ Cañuelos, explota una granada que manipulaban en su domicilio cuatro jóvenes. Perdieron la vida tres y el cuarto pudo sobrevivir con destrozo de tímpanos.

El pago de un peligroso ‘juego’

Un proyectil de las características del ya relatado, tenía un peso de doce kilos, dos de ellos eran de pólvora. Descargada, y superado el peligro, los componentes de la bomba, ya separados, se vendían en establecimientos de la ciudad. La pólvora, por ejemplo, se pagaba a 0,30 céntimos de peseta;  el hierro a 23 céntimos la arroba (11 kilos); el cobre a 25 céntimos la libra; el latón a 15 céntimos…

Esta lamentable situación, la de la rebusca del riesgo, se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. No había y se buscaba donde fuere para poder confeccionar un plato de solitarias lentejas. Los accidentes, casi todos graves, se conocían con relativa frecuencia.

Los periódicos de época, al tiempo que relataban las lamentables  explosiones, daban ‘pistas’ a las autoridades para detener la sangría. Entre las ‘soluciones’ se encontraban la de impedir a las chatarrerías de la ciudad y/o comercios que compraban los elementos ya descritos: ‘Que se suprima, con imposición de grandes multas, que ningún industrial segoviano compre metralla, proyectiles ni pólvora de cañón que proceda del campo de tiro’, como editorializaba ‘El Adelantado’ en 1882.

Las autoridades, que eran quienes deberían tomar esas medidas u otras parecidas, preferían abrir y encabezar suscripciones para entregar después la recaudación a los familiares que quedaron con vida. Por desgracia, tampoco estaba en manos de los que gobernaban atajar el peligro de la rebusca. No tenían soluciones para cortar la hambruna.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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