Dirección: Ang Lee.
Producción: Ang Lee, Gil Netter y David Womark.
Guión: David Magee.
Fotografía: Claudio Miranda.
Música: Mychael Danna.
Montaje: Tim Squyres.
Diseño de producción: David Gropman.
Interpretación: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Tabu, Rafe Spall, Gérard Depardieu, Adil Hussain, Gantam Belur, Ayush Tandon.
Un tigre en su habitat natural, moviéndose en libertad, acechando a su presa, mostrándose como el gran de depredador que es, ha dado pie a bonitos e interesantes documentales y a reportajes fotográficos fascinantes. Un tigre libre infunde temor, hace respetar su territorio y sus cazadores (“Dersu Uzala” en la memoria) saben que se enfrentan a un enemigo poderoso, al que sólo pueden vencer pidiendo perdón a Dios y al amparo de sus armas de fuego.
Un tigre es esquivo a las cámaras, aunque las cámaras le amen. Un tigre enjaulado en un zoo, o en cualquier vulgar circo, sigue enviando señales de peligro, su exotismo y su gran atractivo son un irresistible imán para todas las miradas, pero ¿cuánto juego puede dar en un bote salvavidas náufrago en alta mar? ¿y cómo hacerlo posible?
Con tecnología digital, naturalmente. Ese era el gran reto de Ang Lee a la hora de adaptar al cine la novela de Yann Martel, una pieza literaria de prestigio pero muy difícil de llevar a imágenes. Y el resultado es bueno en líneas generales. La película ha recibido críticas favorables y el trabajo de Ang Lee se ha valorado muy positivamente, aunque, en mi opinión, está lejos de sus grandes obras (“Sentido y sensibilidad”, “Brokeback Mountain”, “Deseo, peligro”).
Creo, así pues, que “La vida de Pi” (Life of Pi, 2012) es una película de gran mérito, pero irregular, tal vez demasiado larga, con un prólogo y un epílogo que parecen pertenecer formalmente a otra película distinta, dominados por las palabras, con cierto afán de trascendencia, simples y aburridos en contraste con su parte central, una aventura plena de colorido, donde las tres dimensiones son capaces de dotarla de una gran espectacularidad, sacando partido de las enseñanzas del mejor James Cameron.
Esa obligada convivencia entre el tigre de Bengala, de nombre Richard Parker, y el ser humano que encarna el Pi del título, en un espacio tan reducido, durante tanto tiempo y sin escapatoria posible, es un prodigio fílmico, algo digno de verse, hecho posible por la capacidad de comprensión de la magia del cine de un realizador tan hábil como Ang Lee, quien acierta a potenciar de manera importante el impacto visual de una fábula de carácter fantástico, fruto de una gran imaginación.
“La vida de Pi” es un film insólito, una experiencia única, una historia narrada según sus propias reglas y, a la luz de su coda final, un ejercicio de funambulismo sobre el alambre de la razón pugnando por no caer en el abismo de la locura. El protagonista logra sobrevivir al largo naufragio, en las peores circunstancias, y los espectadores no estamos en condiciones de discutir ninguna de sus decisiones.
De vuelta al mundo real, cuando los acontecimientos tienden a verse desde otra perspectiva más verosímil, pero más cruel, más dañina, cuando la prosa trata de imponerse al universo poético en que nos hemos visto inmersos, cuando al final de la película alguien reflexiona y lanza una pregunta retórica: “tú ¿cuál de las dos historias prefieres?”, desde una butaca próxima, un niño de corta edad, rápido como una escopetilla, responde sin dudarlo un instante: “Yo, la del tigre”. Pues eso.