Nadie miró al cielo. Tampoco el calor de la noche, extraño aunque fuese de verano, en el Real Sitio de San Ildefonso levantó a la luna los ojos de los jóvenes y mayores que fueron entrando desde las 21:30 horas del viernes en el Patio de la Fábrica de Cristales. Nadie esperaba la confirmación de que los planetas se hubiesen alineado. En otros tiempos; hace ocho, seis, o incluso dos años, sólo tal fenómeno habría hecho aterrizar el pequeño cuerpo de Jorge Ruiz, cantante de Maldita Nerea, en Segovia. Pero, tal y como anunció la pantalla led, precisamente después de aterrizar con una animación en La Granja, estamos en la era fácil. La vida maldita ha crecido, y se nota en muchísimos matices.
Lo que se esconde y nadie dice, o parece querer ocultar cuando quiere subestimar al grupo ya-no-tan-murciano, por intuir en él un éxito tan fácil como el nombre de su último disco, son los recuerdos que el viernes se escapaban de algunas bocas astronautas; de esas que llegaron a pisar con sus oídos el cuarto creciente de Maldita Nerea.
Chesterfield Café, Cats, Sala Caracol, Sala Heinekken y, por fin, La Riviera, son estrellas y nombres imborrables de Madrid, cometas que sólo pasaban cada uno o dos años -y no siempre en fechas propicias-, para muchos de los que se encontraban en el patio de la Fábrica de Cristales. Ellos sí entendían de alineaciones de planetas. Ellos sí estuvieron aquel día en el que unos carteles anunciaron: “Es un secreto… salid y contadlo”. Y posiblemente, o con toda seguridad, lo contaron.
Así se explica que Jorge y sus tortugas lleven a sus caparazones una larga gira que se nota en los ojos cansados, aunque agradecidos, del cantante, y de vez en cuando se deja escapar por su voz. También así se explica que, como parte de esta gira, Maldita Nerea lograra reunir en La Granja a alrededor de dos mil personas; cada una de su padre y de su madre, y muchos con su padre y con su madre.
Para un estadista, calcular la media de edad del público habría sido completar un cubo de Rubik. Además, empezando por la primera frase de ‘Cosas que suenan a…’ y terminando por el último “echaremos a volar” de ‘El Secreto de las Tortugas’, fue curioso comprobar cómo hubo bocas que habrían sido capaces de cantar la discografía entera y manos que habían puesto sobre la mesa 20 euros, sólo por agarrar otras manos con las notas de fondo en directo de ‘Kantamelade’.
Mientras abajo, incondicionales, seguidores y aficionados se mezclaban, interpretando el concierto a su manera, botando o bailando de mil formas distintas, sobre el escenario, según iban sonando canciones de los dos últimos discos como ‘Por el miedo a equivocarnos’, ‘Tu mirada me hace grande’, ‘El error’ o ‘Verso acabado. Punto’, que enterraban en el pasado grandes temas como ‘Aunque ni siquiera existas’ o ‘Adiós’, Jorge Ruiz también dejaba ver los matices que han hecho crecer su vida y la de Maldita Nerea sobre un escenario.
Atrás quedaba el chico parado frente al micrófono que, sujetando el huevo de percusión o vigilando atento su guitarra, apenas se movía dos milímetros de donde estaba. El viernes, Jorge era el cantante de un grupo que, además de desnudarse en sus canciones, se delataba en cada gesto a un lado y al otro del escenario; en cada entrega de su voz a la de la masa. A cambio, no paraba de recibir sonrisas o gritos, dependiendo de la edad.
Por la hora, más que por repertorio restante, el final se fue intuyendo. Jorge sigue conservando lo mejor de los bares pequeños y dejó pocos intermedios entre canción y canción sin un comentario, sin unas palabras de complicidad con el público. Por eso, al final, hizo bajar a todos al suelo, al lugar por el que se mueven las tortugas. Desde allí, desde donde mantiene los pies, se despidió, mientras su público, por dentro, seguía cantando “Quédate un ratito más”.
