La persistente inestabilidad en los mercados de deuda en la zona euro levanta interrogantes sobre la respuesta diseñada por los líderes europeos para hacer frente a un fenómeno que ha llevado a tres países -Grecia, Irlanda y Portugal- a solicitar la ayuda de sus socios para evitar la suspensión de pagos.
A punto de cumplirse el primer aniversario de la aprobación del rescate de 110.000 millones de euros para Grecia, el 2 de mayo, y de la creación del fondo de auxilio de 440.000 millones, una semana después, las medidas adoptadas hasta ahora no han logrado desactivar el riesgo de contagio a otros países y tampoco reducir la presión sobre los Estados ya rescatados.
Grecia, por ejemplo, debe pagar un astronómico interés cercano al 20% por sus títulos a dos años, lo que ha avivado los rumores sobre la posibilidad de que finalmente tenga que reestructurar su deuda (esto es, alargar los plazos o incluso pagar menos de lo que debe), azuzada por algunas informaciones llegadas desde Berlín.
Es la pescadilla que se muerde la cola: el interés de la deuda griega sube ante el temor a que el Tesoro heleno sea incapaz de pagar a sus acreedores y, a su vez, esta subida incrementa las posibilidades de impago al añadir dificultades a Atenas, lo que ha provocado una nueva espiral de tensiones en las economías bajo sospecha.
El miedo de los inversores a perder parte del valor invertido en bonos de la zona euro ha sido desde el comienzo de la crisis fiscal uno de los factores que han fomentado la inestabilidad y está detrás de la última escalada, pese a las persistentes declaraciones oficiales negando tal posibilidad para Grecia.
Preocupa especialmente lo que pueda ocurrir con los bonos emitidos a partir de 2013, cuando entra en vigor el sustituto del fondo de rescate de la zona euro, que incluye una novedad frente a su predecesor: los inversores privados deberán participar en los futuros rescates con contribuciones que se evaluarán para cada caso y que podrían incluir una quita sobre el valor del título, en última instancia.
Para Zsolt Darvas, analista de Bruegel, uno de los principales centros de estudios de Bruselas, la falta de dinamismo en la respuesta europea -«que ha sido más reactiva que proactiva»- también ha pesado sobre la deriva de los acontecimientos, «malgastando credibilidad mediante una respuesta inicial tardía e inadecuada».
La demora y la cacofonía de voces han fomentado la tensión en los mercados, como ocurrió la semana pasada con motivo del ascenso electoral de la ultraderecha de los Verdaderos Finlandeses, que amenaza con bloquear la aprobación del rescate a Portugal.
Asimismo, unas declaraciones del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, sobre la reestructuración de la deuda griega avivaron la incertidumbre en una semana clave, en la que delegados de la UE y el FMI se encuentran en Lisboa para negociar el rescate de Portugal, estimado en unos 80.000 millones de euros.
Por su parte, aunque en los últimos meses se ha separado de las economías afectadas, España tampoco está a salvo, como demuestra el hecho de que el interés del bono nacional a 10 años se situara en el 5,499% el pasado martes.
En el caso de los alumnos avanzados de la clase, como Alemania, la desintegración provocaría una inmediata subida del marco germano, dañando sus exportaciones y la recuperación; mientras que los menos aventajados, como Grecia, verían incrementadas sus dificultades para devolver su deuda contraída en euros, según Darvas.
