No solo fue una alegría para unos y una decepción para otros. La votación de Naciones Unidas la noche del pasado jueves, en la que elevó el estatus palestino al de Estado no miembro observador supone algo más que el reconocimiento tácito del territorio árabe. Lo ocurrido en Nueva York devuelve el proceso de paz en Oriente Próximo a la agenda política internacional, después de que últimamente se viera ensombrecido por la disputa nuclear con Irán.
Pero, a pesar de las intenciones de quienes pretenden impulsar las conversaciones palestino-israelíes, no pueden esperarse apenas progresos hasta que pasen las elecciones hebreas del 22 de enero, en las que un Benjamin Netanyahu «decepcionado» con la decisión adoptada en la Asamblea de la ONU se perfila como rotundo ganador.
Tras la votación, varios actores internacionales, encabezados por el secretario general del organismo, Ban Ki-moon, llamaron a ambas partes a renovar las negociaciones, congeladas desde la llegada al poder de Netanyahu en 2009, con una breve excepción en 2010.
El propio líder palestino, Abu Mazen, aseguró que a partir de ahora la prioridad sería la vuelta a las negociaciones, tras conseguir «una victoria para la paz, la libertad y la legitimidad internacional».
Pero lo que no está claro es que eso suponga que los musulmanes estén dispuestos a renunciar a su exigencia de que Tel Aviv congele la construcción de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. Es más, ayer mismo, el Ejecutivo judío anunció la construcción de 3.000 nuevas viviendas en Gaza, una edificación que estaba prevista para el próximo año y que, posiblemente, se adelantó en protesta por la decisión de la ONU.
Entretanto, la resolución de Naciones Unidas cambia poco sobre el terreno. Muchas partes de Cisjordania siguen estado ocupadas por Israel y los palestinos no cuentan con un Estado de derecho. Y el conflicto sigue sin resolverse.
Eso sí, con su nuevo estatus, la Autoridad Nacional Palestina puede dirigirse al Tribunal Penal Internacional para protestar por estos asentamientos. Una opción que baraja Mazen, así como recurrir a la Corte para llevar a juicio a Israel por «crímenes de guerra», lo que podría aumentar el malestar con sus vecinos y derivar, una vez más, en un nuevo conflicto, como el vivido hace apenas dos semanas con la operación Pilar de Defensa.
La humillante derrota diplomática de Israel -con solo nueve países votando en contra de la resolución- muestra que el mundo, y especialmente Europa, perdió la paciencia ante la ausencia de negociaciones y considera que el actual statu quo es inaceptable.
El hecho de que solo un miembro de la UE (la República Checa) se opusiera a la moción, indica que incluso los aliados de Israel consideran que Netanyahu es el principal responsable del estancamiento del proceso de paz. Y también muestra lo poco que convenció a la mayoría el argumento de Tel Aviv de que la votación de la ONU viola los Acuerdos de Oslo, por los cuales todos los asuntos relevantes deben ser resueltos mediante negociaciones.
El premier celebró el apoyo de esa minoría asegurando que «nueve países se pusieron del lado de la verdad y la paz. La historia les dará la razón».
