El Real Madrid cerró una sequía de veinte años y se proclamó campeón de Europa por novena vez en su historia después de imponerse al Olympiacos (78-59) en una final ideal y encarrilada por la puntería de Jayce Carroll (máximo anotador con 16 puntos) y el corazón de Andrés Nocioni (12 puntos, 7 rebotes), nombrado MVP de la final.
Dos años después de la infausta final de Londres, el Real Madrid se cobró la venganza ideal ante un Olympiacos que no tuvo opciones ante la superioridad de su rival y la ‘desaparición’ de Vassilis Spanoulis (3 puntos). Tras perder las dos anteriores finales de la máxima competición continental, el proyecto de Pablo Laso por fin ganó el premio gordo ante una afición entregada que supo empujar en los momentos difíciles, pocos en realidad.
El grito inicial blanco (6-1) no asustó al Olympiacos, que aprovechó el mar de ayudas que amenazaba con ahogar a Spanoulis para que su estrella repartiera juego. Moviendo bien la pelota de dentro hacia afuera y vuelta, el equipo griego logró que Ayón, el mejor en semifinales, cometiera enseguida la segunda falta y caminara al banquillo sustituido por Bourousis.
El gran protagonista del primer cuarto fue Matt Lojeski. Con fiebre ante el CSKA, la convalecencia le debió de sentar estupendamente, ya que descerrajó al anfitrión con 10 puntos casi consecutivos para destacar a su equipo con un parcial de 6-16 (12-17, minuto 8).
Igual que ante el Fenerbahce, Pablo Laso no veía fluidez ofensiva y hacía ingresar en la cancha a Sergio Rodríguez antes de lo habitual. Pero la mejor defensa de la competición se hacía notar y solo permitía 15 puntos en los 10 primeros minutos de una final tensa, con lija en cada corte, en cada ayuda y cada rebote. Dos viejos enemigos abofeteándose desde el inicio.
Al comienzo del segundo cuarto, el Olympiacos, pese a su calamitoso rendimiento en el libre (12/26), alcanzó una renta máxima de seis puntos (15-21). El “corazón más grande que el pabellón” de Nocioni —palabras de Laso— sacó de quicio a Bret Petway, que se desmarcó a destiempo con un hachazo y consiguiente antideportiva que despertó al equipo blanco, en especial a Jonas Maciulis.
El lituano, autor de 9 puntos en el segundo parcial, dirigió un 20-7 más que importante en una final donde cada punto sabía a manjar. Así encontraba su máxima renta el Real Madrid al descanso (35-28), mientras su rival aguantaba el chaparrón con el paraguas atascado: Spanoulis no rompía a jugar.
Firmante de una nueva actuación prodigiosa ante el CSKA, al base heleno le costaba 15 minutos anotar su primera canasta antes de encadenar dos jugadas indignas de su talento; falló tres tiros libres seguidos y lanzó un triple que ni rozó el aro. Dormía la bestia y rezaba la parroquia blanca para que tanto barullo no le despertara. Ese temido momento nunca llegó.
Tras el paso por vestuarios, el Real Madrid por fin acicaló su estilo con el primer contraataque del partido, antes de que un triple de Rudy situara una renta máxima de 11 puntos (40-29). Todo parecía encarrilado, pero esa “serpiente a la que le pisas la cabeza y se levanta”, como había avisado Nocioni, resucitó, de nuevo al compás de Lojeski, para voltear el marcador con un 0-12 de parcial (40-41, min.27).
Con Ayón peleado con el mundo, la cuarta falta de un desacertado Felipe Reyes y el faro de Sergio Rodríguez averiado, el anfitrión necesitaba una luz que alumbrara su camino y llegó desde Wyoming. Jayce Carroll, quien ya había brillado en defensa aturullando a Spanoulis, entró en combustión para encadenar tres triples y una bandeja que devolvían la jerarquía a su equipo (51-44, min.29).
Y Nocioni para sentenciar El último cuarto perteneció a Nocioni, que reclamó esos diez minutos de fama que todo el mundo merece, según Andy Warhol. Quería liquidar a la serpiente y lo consiguió a ambos lados de la pista, con dos triples que acallaron los mates de Hunter (65-55, min.37) y un tapón memorable a Sloukas que el pabellón entero cantó como la canasta de la victoria.
Spanoulis fruncía el ceño y chocaba con el aro, ese que le ha regalado tantas alegrías a lo largo de su fructífera carrera, y la serpiente, agotada y superada, perdía el aliento segundo a segundo, en una agonía con sabor a venganza que la afición blanca coreaba desatada, feliz tras quitarse de la piel una maldición de veinte años. La superioridad en el rebote (40-25) ilustraba las ganas del anfitrión y así ni se echaba de menos al capitán Reyes ni a Rudy.
Hasta Lojeski se rindió y el Real Madrid se pudo regalar dos minutos de cánticos en la grada, esa en la que sentaban Joe Arlauckas o José Miguel Antúnez, últimos campeones de Europa con la camiseta blanca. Después de dos grandes decepciones, después de que el Olympiacos remontara 17 puntos en la final de 2013, el título europeo al fin se quedaba en Madrid y se cerraba el círculo.
