Desde que ganó el Premio Nobel, Mario Vargas Llosa ha visto «saltar por los aires» su rutina de trabajo, pero espera que sea «una situación transitoria» y pueda volver pronto a ese «placer supremo» que para él es la literatura y proseguir con su sueño de «escribir buenas novelas».
«A mí me encontrará la muerte con la pluma en la mano», dijo ayer el escritor en un multitudinario encuentro con periodistas en la Casa de América de Madrid, donde habló de su nueva novela, El sueño del celta, y de cómo cambió su vida la concesión del Nobel de Literatura, el pasado 7 de octubre.
Esta esperada novela, cuya escritura fue «una gran aventura» para Vargas Llosa y le obligó a viajar al Congo y a Irlanda, y a sumergirse en épocas distantes y complejas, salió ayer a la venta.
Ganar el Premio Nobel «nunca» estuvo entre sus «aspiraciones literarias», que eran «más ambiciosas: escribir buenas novelas, buenos libros». Pero se hizo con el Nobel, que fue «una sorpresa total, un reconocimiento muy grato», y también «una revolución tal» que sus horarios de trabajo «han volado por los aires». «El acoso periodístico no tiene límites», afirmó Vargas Llosa antes de recordar cómo, a los 20 minutos de hacerse público el premio, su casa de Nueva York se vio invadida por periodistas y camarógrafos de todo el mundo.
Al autor de La ciudad y los perros le dan «envidia los escritores que tienen vidas interesantísimas, infernales, demoníacas», pero no es así la suya. A él le gusta su rutina de trabajo, pasar horas en las bibliotecas, cultivar la amistad y escuchar música clásica.
Flaubert decía que «escribir es una manera de vivir», y para Vargas Llosa esa frase «es exacta». Nunca deja de hacerlo, pero no cree que haya mérito en eso: «Escribir es el placer supremo. Escribir y leer son como el anverso y el reverso de una misma moneda».
Ganar el galardón más importante de las letras mundiales le obligó a suspender la escritura de «un pequeño ensayo» que tenía entre manos, La civilización del espectáculo, confesó Vargas Llosa.
Su nueva novela, El sueño del celta, está protagonizada por un personaje «fascinante», «visionario», «mitad héroe, mitad hombre normal», con sus «debilidades, incongruencias y contradicciones». Fue uno de los primeros europeos en denunciar la atrocidades cometidas por el colonialismo en el Congo y en la Amazonía.
La vida de Roger Casement (1864-1916), cónsul británico en el Congo a principios del siglo XX y amigo de Joseph Conrad, es una buena prueba de que «cuando desaparece toda forma de legalidad y se restablece la ley del más fuerte, inmediatamente brota el salvajismo, la barbarie y extremos vertiginosos de crueldad», subrayó el autor de novelas como La casa verde, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo.
«La colonización del Congo fue probablemente la peor de todas», y los informes que redactó Casement sobre lo que sucedía en África y en la Amazonía figuran quizás entre «las acusaciones más contundentes sobre los estragos del colonialismo y la destrucción que sembró». La situación actual del Congo es heredera de aquella época, afirmó.
