Uno, el rugby, sirvió para reconciliar internamente al país, el otro, el fútbol, para mostrar al mundo la capacidad de África. De 1995 a 2010, Mandela usó dos Mundiales y dos disciplinas para dar una lección de su genio político. Boxeador aficionado durante su juventud, el gran líder sudafricano supo ver en el deporte una forma de unir un Estado partido tras 44 años de apartheid.
Nadie captó con tanta claridad como él la oportunidad política que implicaba el Mundial de rugby de 1995. Apenas un año después de ser elegido presidente, Madiba utilizó la disciplina emblema de los blancos -y odiada por los de su raza- como vehículo de reconciliación de todo el país.
En 2010, el fútbol, el pasatiempo preferido de los negros, sirvió para que Sudáfrica se erigiera en emblema de todo el continente, que albergó por primera vez un Mundial y lo hizo con éxito.
Mientras los afrikáners blancos son tradicionalmente fanáticos del rugby, la mayoría de color prefiere el deporte rey. Encontrar un balón ovalado, por ejemplo, es prácticamente imposible en las calles de Soweto, el más poblado y emblemático de los barrios de gente de color de Johannesburgo.
De hecho, esa inclinación no fue solo una cuestión de gustos, sino toda una posición política durante la época de la segregación.
La selección sudafricana de rugby, los springboks, fue siempre el símbolo de un régimen autoritario que mantenía al 90 por ciento de la población sojuzgada por el otro 10 por ciento.
Durante los años del apartheid, los negros no solo eran indiferentes a un equipo que para los afrikáners es toda una religión, sino abiertamente hostiles.
Barcelona 92
El Consejo Sudafricano del Deporte, una asociación no racial fundada en los años más duros de la segregación de la mano de hombres como Danny Jordaan, que fue máximo responsable del comité organizador de Sudáfrica 2010, lanzó con éxito una campaña por el aislamiento internacional del deporte de ese país.
Después de la liberación de Mandela en 1990, los atletas pudieron ya participar en los Juegos de Barcelona 92. Y en 1995, se encargaron de organizar el Mundial del deporte de villanos jugado por caballeros.
Sin embargo, los Springboks seguían siendo un símbolo de la segregación para la mayoría de la población. De hecho, todos los negros eran partidarios de los All Blacks neozelandeses cuando arrancó el torneo. Todos, quizá, excepto uno.
Después de 27 años en la cárcel, Mandela había llevado al hasta hacía poco ilegal Congreso Nacional Africano al poder y, desde 1994, ocupaba el palacio presidencial. Solo él vio el potencial que tenía aquel campeonato para la reconciliación. «Antes del partido inaugural, llegó en su helicóptero y nos deseó suerte», contó el exjugador Joel Stransky. «Nos dijo que teníamos el apoyo de la nación. Y eso fue inmensamente importante para nosotros», añadió.
Tras convencer a un equipo repleto de fornidos afrikáners de cantar antes de los partidos el Nkosi Sikelele, una canción propia del movimiento de liberación negro, Mandela acabó vitoreado en la final del Mundial por un estadio repleto de blancos. «¡Nelson, Nelson!», cantaron al unísono los 62.000 espectadores de Ellis Park, en Johannesburgo, el 24 de junio de 1995, mientras entregaba la copa de campeones al capitán François Pienaar.
Para entonces, casi toda la Sudáfrica negra respaldaba ya a la selección de rugby. «Gracias por lo que han hecho por nuestro país», señaló entonces Mandela a Pienaar. «Gracias por lo que hizo usted por nosotros, señor presidente», le contestó el deportista.
