Como suele ser habitual, tratándose de una producción de la BBC, “La duquesa” (The duchess, 2008) luce una espléndida ambientación, un diseño de producción impecable. Cada detalle está cuidado con mimo. Obtuvo por ello una de sus dos nominaciones a los Oscar. Por la otra, al mejor vestuario (Michael O’Connor), logró el máximo galardón. Seguramente muy merecido.
De ambos apartados se puede gozar distendidamente durante la proyección de la película, por cuanto esa parece ser la máxima aspiración de sus creadores. El británico Saul Dibb parece regodearse continuamente en ello, sobre todo porque dispone de una percha como Keira Knighley, que quizás no es una intérprete de primera línea, pero cumple con su cometido y tiene un físico de lo más idóneo para lucir trajes de época.
Otra cosa puede que no, pero “La duquesa” es obviamente una película para contemplar. Su ritmo pausado, su plácido fluir, parecen indicar constantemente cuál es su característica más sobresaliente. Hasta la interpretación parece subordinada a esa quietud, a esa fría elegancia o, si lo prefieren, a esa elegante frialdad. Estamos ante una película aquejada del más acendrado laconismo inglés. Sólo el colorido de la banda sonora, compuesta muy en su estilo por Rachel Portman, aporta algo de dinamismo a unas imágenes teñidas de una grisácea melancolía.
Saul Dibb se empeña en marcar tanto las distancias, de acuerdo con la naturaleza de la temática, que el espectador llega a sentir en sus carnes el desapego que recorre el eje dramático de esta historia, que transcurre en los aristocráticos paisajes de la Inglaterra de finales del siglo XVIII, como sabemos en vísperas de la Revolución Francesa.
Lástima que no se acierte a ilustrar el relato con el nervio, con el sentimiento a flor de piel, que caracterizaba la literatura de Jane Austen, testigo de aquellos tiempos, cuyo reflejo se entreve detrás de la biografía escrita por Amanda Foreman que aquí se adapta, sobre la Duquesa de Devonshire, toda una celebridad de aquella época, a quien ahora quieren comparar con Lady Di esos filibusteros de la publicidad más lamentablemente interesada.
A mi parecer, “La duquesa” es una película simplemente discreta, apta tan sólo para quienes disfruten de los filmes de época escrupulosos en su aspecto más documental, pero sin demasiada sustancia dramática. Dibb ha cocinado un caldito ligero, algo insípido, pero servido en una bonita vajilla, digna sin duda de manjares de más enjundia.
Dibb apenas se complica la vida con ligeros y lentos movimientos de cámara, que utiliza para no perder detalle de la revestida fisonomía de Keira Knightley y sólo rompe su academicismo con el abuso del recurso de cambiar de enfoque varias veces en el mismo estático plano. Por lo demás, los escasos escenarios y los pocos intérpretes de “La duquesa” le confieren un aire muy teatral o, dado su poco acentuado sentido dramático, muy televisivo, apto para ser deglutido cómodamente en casa, aunque así se perdería mucho del encanto de su diseño de producción y de su muy aplaudido diseño de vestuario.
Ficha técnica
Dirección: Saul Dibb.
Producción: Michael Kuhn y Gabrielle Tana.
Guión: Saul Dibb, Jeffrey Hatcher y Anders Thomas Jensen.
Fotografía: Gyula Pados.
Música: Rachel Portman.
Montaje: Masahiro Hirakubo.
Diseño de producción: Michael Carlin.
Interpretación: Keira Knightley, Ralph Fiennes, Charlotte Rampling, Dominic Cooper, Hayley Atwell, Simon McBurney, Aidan McArdle.