Florencio Martín representa el ejemplo de un empresario hecho a sí mismo, pero también del hombre que ha tenido que aprender a salir adelante por sí solo.
Nacido en una familia de tres hermanos, dos de ellos chicas, apenas estuvo en su pueblo diez años. Pero recuerda los ratos que pasaba con su tío, panadero, junto al horno, haciendo pan. En invierno, además de disfrutar del calor, asaban patatas. Era la antesla a una vida en los fogones y comedores.
La crisis empujó a su familia a emigrar pues su padre encontró empleo en una central hidráulica en el Pirineo leridano. Primero se fue el cabeza de familia; el resto, un año después.
En cuanto pudo, Florencio comenzó a buscarse la vida. Lo hizo como acomodador en un cine del pueblo. Le pagaban con un batido de chocolate y poder ver la película. “Con eso era feliz”,x recuerda. También se trasladaba a un hotel para hacer la campaña de verano. Pero dura poco la alelagría en casa del pobre. Cinco años después de llegar, falleció su madre. Y en once meses, quizá adelantado por la depresión que le provocó perder a su esposa, murió el padre.
Los tres hermanos debieron ser acogidos por un familiar en Madrid. Y a Florencio, como único varón, le tocó encabezar el grupo. Empezó como botones en un restaurante de la calle Alberto Alcocer. “No podía seguir estudiando porque había que comer”. Luego pasó a otros establecimientos de más nivel. Estar en un ‘cinco tenedores’, como entonces era ‘Las Lanzas’, constituía su primera meta. De ahí pasó al restaurante Ruperto de Nola. Tenía 19 años y pudo librarse de la mili por ser el sustento de sus hermanas, especialmente la más pequeña. “Pero pidiendo muchas recomendaciones”, añade.
Tras pasar por ‘La Tabola —una casa de comidas preparadas, que se ponían de moda entonces—, no pudo resistirse a la idea de montar su propio negocio. Con otros dos socios, encontró un establecimiento que estaba cerrado. Era el Plaza de Chamberí. Las ganas de trabajar superaron al miedo a un préstamo bancario del 18 por ciento de interés que les pidió la entidad. “Al principio costó mucho levantarlo porque había que dar una nueva imagen a un negocio que había quedado desacreditado por los anteriores propietarios”. Pero ya han pasado 32 años. Florencio logró ponerlo de moda hasta el punto de que mucha gente se fuera sin poder comer. Entonces la Plaza de Chamberí era más amplia, con más aparcamientos y el establecimiento tenía un cenador que permitía dar muchas cenas.
Hoy sigue convertido en una referencia culinaria, como el otro establecimiento abierto por la misma sociedad hace diez años, ‘La huerta de Madrid’.
La clave para devolver el prestigio a estos establecimientos hosteleros es “dar calidad y cuidar al cliente”, confiesa.
A fondo:
Un pueblo de la provincia de Segovia. Dos: Bercimuel y Pedraza
Un lugar de Madrid: El casco viejo
Comidas preferidas: Cocido madrileño y cordero asado
Una bebida: Vino de la Ribera del Duero
Una afición o deporte: El fútbol y caminar
Una música: Jota segoviana
Un lugar al que viajar: Asturias