La Montañuela es una empresa con un carácter especial, una iniciativa que no entiende de crisis económica y que se convierte en una forma de vender productos en el mercado cada vez más en auge. Iñigo Hernani se encuentra al frente de este proyecto que lleva frutas y verduras directamente del campo y la huerta a los consumidores. Una agricultura ecológica sin intermediarios cuyo mercado se centra principalmente en el País Vasco, pese a que Iñigo vive y trabaja en una pequeña localidad al norte de la provincia de Burgos.
La Prada está situada en el Valle de Tobalina, a tan sólo diez kilómetros de la central nuclear de Santa María de Garoña. Sin embargo, para este agricultor la zona posee unas condiciones mejores que las que pueden existir en un entorno industrial, «donde las partículas en suspensión en la atmósfera y los gases contaminantes son mayores», aunque es consciente de que siempre existe el riesgo de que pase algo.
Así, después de trabajar como profesor en Vizcaya decidió apostar por la vida en el campo y tras darse cuenta de que el sistema de comercialización habitual no le agradaba, hace cinco años comenzó a dar forma a este proyecto, que hasta el 2007 no empezó a andar.
En sus tres hectáreas de terreno, Iñigo construyó un invernadero y un almacén. Este último fue edificado con materiales y técnicas empleadas en la llamada bioconstrucción o construcción sostenible, como son fardos de paja, lana de oveja, morteros naturales y piedra caliza. Además, cuenta con energías renovables a través de paneles solares y un pequeño aerogenerador, al tiempo que aprovecha de forma sostenible el agua mediante una balsa que recoge el agua de escorrentía para su utilización en el riego durante el verano.
Sin embargo, este agricultor sabe que lo importante no es ser «diferente», sino estar «tranquilo con la conciencia» y hacer que las 110 familias a las que abastece La Montañuela semanalmente reciban productos de calidad. Iñigo explica que para ser agricultor hoy en día hace falta más vocación que para ser cura, aunque confía en que si el trabajo se hace correctamente y se da con un grupo de consumidores comprometidos, este mercado es más estable que el convencional ya que está al margen de los precios del mercado.
En total, Iñigo reparte 600 kilos de hortaliza a la semana en cajas de cinco y ocho kilos en función del compromiso establecido con la familia, lo que le cuesta al consumidor al menos 700 euros al año. Además, existe un contacto directo con el consumidor final, que se establece también a través de su blog www.lamontanuela.blogspot.com, planteado no tanto como un modo de difusión hacia el exterior, sino como una herramienta de comunicación externa.
Para llevar a cabo su labor, cuya temporada alta va del mes de abril al mes de octubre, cuenta con la colaboración de voluntarios procedentes de distintos puntos del planeta. Cerca de 20 personas de Nueva Zelanda, Estados Unidos, Francia o Alemania entre otros países, se acercan anualmente hasta esta zona para colaborar en los trabajos no especializados gracias a la gestión de la organización internacional World Wide Opportunities on Organic Farms (Wwoof).
