El presidente electo de Estados Unidos ha expresado en las últimas semanas sus propósitos fronterizos para el mandato en ciernes. El ocaso de la Administración Biden ha animado al lenguaraz Donald Trump (1946, Nueva York) a manifestar sin tapujos sus pretensiones en política exterior para el inminente segundo periodo presidencial. El mapa económico y tecnológico del mundo se está redibujando, y afloran tensiones por el creciente protagonismo de los BRICS en el panorama internacional.
La primera sorpresa ha sido el renovado interés por comprar Groenlandia, una isla de Dinamarca entre el Océano Atlántico y el Ártico. Más que capricho navideño, Trump ha calificado la iniciativa ya manifestada en 2019 de “necesidad absoluta”. El líder del mundo libre piensa más en la abundancia allí de “tierras raras” (17 elementos químicos esenciales para componentes tecnológicos y/o armamentísticos) y su estratégica ubicación comercial que en los 57.000 habitantes que comparten ese montón de hielo, sorprendidos por los tejos que reciben del amigo americano y algo aburridos del ritmo de vida danés.
Canadá también ha aparecido entre las piezas del tablero que quiere cobrarse Trump y ha animado al país a integrarse en Estados Unidos. Entre broma y broma la verdad asoma, y Trump ha declarado que muchos canadienses quieren convertirse en el estado número 51 de Estados Unidos, señalando a un jugador de hockey como próximo “gobernador” de la futura provincia. Esa es la zanahoria. El palo es la amenaza de imponer aranceles del 25% a los productos del vecino canadiense, cuya economía se apoya tradicionalmente en las exportaciones a Estados Unidos. De propina, el futuro y pasado presidente ha acusado tanto a Canadá como a México de ser coladores por los que penetran inmigrantes y drogas ilegales en su país.
El problema con México sigue tan candente como cuando Trump tomó las riendas en su primera etapa (2017-2021), después de prometer a sus electores la construcción de un muro que pondría fin a los conflictos con los vecinos. De los 3.152 kilómetros de frontera común, se han construido unos 720 kilómetros, sobre todo refuerzos y parches a las barreras existentes previamente. Joe Biden frenó en seco el crecimiento de la muralla al tomar posesión, pero a finales de 2023 dio luz verde a otros 30 kilómetros adicionales. Ahora Trump, en su primera rueda de prensa tras la victoria, ha anunciado que retoma la obra de la tapia meridional. El tabique se suma a otras cuestiones peliagudas en la zona de lindes y Trump ha amagado con declarar “organizaciones terroristas” a los cárteles mexicanos, lo que abriría la puerta a eventuales intervenciones militares en su “America´s Backyard” (patio trasero, según la terminología al uso). La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha respondido afirmando que los 128 millones de habitantes en el país azteca no aceptarán subordinación ni injerencias en sus asuntos internos.
Trump ha elegido ya a su equipo para las relaciones externas, encabezado por el senador cubano-estadounidense Marco Rubio, de 53 años, exponente de la línea dura, que estuvo a punto de optar a la vicepresidencia y bien relacionado con el ex presidente español Aznar. También se prevén los nombramientos de Tom Homan (“zar de la frontera” y ex director del Servicio de Inmigración y Fronteras y Control de Aduanas) y Stephen Miller (39 años e ideólogo de la política migratoria, además de muñidor de las políticas fronterizas durante el primer mandato en la Casa Blanca). En el punto de mira están, como desde hace décadas, Cuba, Nicaragua y Venezuela, fronteras ideológicas que chocan con el ideario MAGA (Hagamos Grande Otra Vez América). Como se recuerda en The New York Times, Trump volvió a situar en su primera etapa a “Cuba en una lista de estados patrocinadores del terrorismo, una designación que limita severamente su capacidad para hacer negocios a nivel mundial y que el presidente Biden mantuvo”.
Siguiendo el mapa hacia abajo, otro vector de la estrategia exterior será el control total del Canal de Panamá. Tras 110 años de funcionamiento, por esa vía transita el 70% de los barcos con origen/destino Estados Unidos, casi la mitad contenedores de mercancías. Un problema significativo es la sequía que limita el funcionamiento del canal en este país en el istmo que une Centroamérica y Suramérica.
Cabe recordar que Estados Unidos entregó el control de la vía acuática entre el Atlántico y el Pacífico en 1999 bajo un requisito: el país debe garantizar su neutralidad política. Esa neutralidad panameña quedó en duda para el poderoso vecino del norte desde 2017. Ese año, Panamá rompió con Taiwán y estableció relaciones diplomáticas y comerciales con China. Desde entonces han crecido las inversiones del gigante asiático (y mundial) en el canal y en toda la región. Como se explica en el blog El Territorio del Lince, los compromisos entre ambos países se han incrementado “con altibajos, en función de los cambios de presidentes. Unos son más pro-estadounidenses que otros y así unos los para, otros los aceleran y así va la cosa, a tirones. Pero avanza. O mejor dicho: no se pueden parar, aunque vayan más lentos esos proyectos. Y China tiene la razón económica de su parte, incluyendo las normas internacionales”.
La intención de Trump sobre el Canal panameño es clarísima: que no caiga en manos chinas. El líder republicano ha dicho que “el Canal de Panamá es considerado un activo nacional vital para los Estados Unidos, debido a su papel crítico para la economía y la seguridad nacional de Estados Unidos”. Trump considera que con esas esclusas se salvaguarda “el control de la ruta comercial más importante del mundo, además de influencia sobre el comercio con países de Asia y América Latina”. También, por boca de Joe Biden, se ha expresado el temor a que China utilice el canal para “aumentar su creciente influencia política y económica sobre Panamá”, en su afán por extender la influencia asiática por América del Sur.
Estos movimientos han sido espoleados por noticias de gran calado y al margen de guerras como la de Ucrania o la masacre de Gaza, de menor relevancia en una agenda presidencial que mira decididamente hacia Asia. La novedad más notable es que el pasado 14 de noviembre se abrió el Puerto de Chancay (Perú), apertura oficializada por el presidente chino (Xi Jinping) y la presidenta de Perú (Dina Boluarte). En palabras del mandatario oriental, “de Chancay a Shanghai, la iniciativa de la Franja y la Ruta está dando frutos en Perú ante nuestros ojos. Está tomando forma un nuevo corredor terrestre-marítimo Asia-América Latina para la nueva era”. Las ventajas del puerto recién estrenado son palpables: el tiempo de transporte marítimo desde Perú a China queda fijado en 23 días (frente a los cuarenta previos) y se prevén ingresos para el país americano de 4.500 millones de dólares anuales.
Esta infraestructura quiebra el control absoluto de Estados Unidos sobre América Latina, tras cinco años de construcción. Las operaciones de carga y descarga, gestionadas por empresas de ambos países (COSCO Shipping Peru y China COSCO Shipping Corporation Limited) muestran la potencia tecnológica del socio con ojos rasgados. El puerto está totalmente automatizado, con grúas o camiones portacontenedores eléctricos que operan sin conductores humanos, y dotado con equipos de control inalámbrico 5G de Huawei. O sea, todo chino. De alguna manera, la iniciativa deja al viejo canal de Panamá a la altura de una antigualla pendiente de la lluvia. Los enormes buques de mercancías transitan ahora con mayor facilidad por el nuevo camino y sin rogativas a la Virgen de la Cueva.
La ubicación del flamante puerto es extraordinaria: conecta la carretera Panamericana (que une -desde Alaska hasta Chile- a casi todos los países americanos). También Brasil se comunica mediante la Interoceánica del Sur hasta Porto Belo. En definitiva, se unen así, a la chita callando, los océanos Pacífico y Atlántico, lo que lo convierte al puerto peruano en un proyecto BRICS (la alternativa al G7 de potencias emergentes). Puerto de Chancay se encuentra en la Ruta de la Seda china y sumado a la carretera Panamericana llega a casi todos los mercados latinoamericanos. Así, los países integrados en la asociación económica y política BRICS y sus productos también acceder allí. Como si fuera un “efecto llamada”, Nicaragua vuelve a relanzar tras una década de silencio la construcción de un canal alternativo al de Panamá a través del lago Cocibolca, con invitación expresa a China y Rusia para ejecutar las obras.
Todos los caminos conducen a Pekín. Y Trump lo sabe. De ahí procede el anuncio de imposición de aranceles del 60% a China. Este proceso sería continuista, porque Trump ya impuso aranceles a la potencia asiática en 2019 y Joe Biden, aparte de indultos a familiares y vaciado de almacenes de armamento, ha impuesto en diciembre de 2024 más control sobre las exportaciones chinas de semiconductores y equipos de fabricación de chips, junto a la inclusión de un centenar de empresas asiáticas en la lista negra comercial.
La respuesta china ha sido inmediata y ha restringido hasta casi estrangular las ventas de minerales de “tierras raras”. El Ministerio de Comercio chino ha anunciado el fin de las exportaciones que puedan destinarse a la fabricación de chips o con fines militares. Dejan de salir elementos como el galio, germanio, antimonio y “materiales superduros” (más fuertes que el diamante). También se ha dictado una revisión estricta en las ventas de grafito hacia Estados Unidos. La prohibición de vender galio (China controla el 98% de la producción mundial), germanio o antimonio desde agosto es trascendente porque se utilizan en la industria de armas, aunque también sirven para fabricaciones civiles.
La política, hoy como ayer, es territorio. Y esa nueva cartografía del poder emergente se redibuja en los mapas del futuro inmediato. Al tiempo.
BRICS, sombra creciente para un dólar menguante
El trasfondo económico que explica buena parte de los últimos movimientos geopolíticos hay que buscarlo en los BRICS, en expansión durante los últimos años y ya una amenaza de primer orden para la hegemonía tradicional del G7 (EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá). Uno de los últimos anuncios de Trump apunta directamente contra ese foro que nació en 2006 con Brasil, Rusia, India, China (los cuatro miembros fundadores) más Suráfrica, ya en 2010.
Desde entonces se ha intensificado la colaboración entre los socios y un espacio económico ignoto va cobrando forma. El 1 de enero de 2024, se sumaron oficialmente Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. También recibió invitación para incorporarse al club Arabia Saudí, pero esa inscripción está en estudio. En septiembre de 2024, Turquía presentó oficialmente su petición para unirse al bloque, si bien se exige la unanimidad de los países miembros para incorporar nuevos participantes.
También desde ayer, 1 de enero de 2025, tras el acuerdo del pasado octubre en la cumbre celebrada en Kazán (Rusia), se adhieren en calidad de Estados socios Bielorrusia, Indonesia, Kazajistán, Cuba, Malasia, Tailandia, Uganda y Uzbekistán. Suma y sigue.
Falta en esta lista incluir a Bolivia, país al que los BRICS invitaron en su reciente cumbre. El país andino ultima ahora el proyecto de construir un ferrocarril entre Chancay y Porto Belo, conocido como “tren bioceánico”. Esta infraestructura ferroviaria, en un continente casi desprovisto de movilidad a través de las vías, podría también conectar con otro vecino: China y Colombia negocian desde hace tiempo el proyecto de unir por tren el Atlántico y el Pacífico mediante un “canal seco”.
Estados Unidos impondrá (o eso ha dicho el presidente que calienta en la banda) aranceles del cien por cien a los países que no comercien en dólares. Blanco y en botella. Trump ha expuesto con contundencia sus ideas al respecto en un mensaje publicado en Twitter (o “x”, propiedad de su futuro “tecnopresidente”, como llaman ahora a Elon Musk): “La idea de que los BRICS están tratando de alejarse del dólar mientras nosotros nos quedamos de brazos cruzados y observamos ha TERMINADO. Exigimos que se comprometan a no crear una nueva moneda ni a respaldar ninguna otra que sustituya al poderoso dólar estadounidense o se enfrentarán a aranceles del 100% y dirán adiós a las ventas en la maravillosa economía estadounidense. ¡Que se busquen a otro ‘tonto’!… Y cualquier país que lo intente debería decir adiós a Estados Unidos”.
Estas palabras muestran además la lucha descarnada por el liderazgo mundial entre los vertiginosos desarrollos tecnológicos del presente (Inteligencia Artificial o robótica, entre otros), al tiempo que se disputan las fuentes energéticas y el aprovisionamiento de minerales estratégicos. Ese empeño sitúa como prioridad absoluta el control de las vías esenciales para el comercio mundial: canal de Panamá, canal de Suez y mar Rojo… O abrir fórmulas alternativas, como el Puerto de Chancay.
La desdolarización de notables economías se ha convertido en una pesadilla para Washington y cobra forma de mes en mes. En Nueva Delhi el pasado diciembre, Alexander Babakov (número dos de la Duma rusa), desveló que Rusia lidera el desarrollo de una nueva moneda, cuya aspiración es que la utilicen los países BRICS para el comercio transfronterizo.
La evolución del peso de las distintas monedas en los últimos años explica la preocupación estadounidense que ahora manifiesta Trump. El Fondo Monetario Internacional ha indicado que en 1999 el dólar representaba el 71% de las reservas de divisas de los bancos centrales, mientras que los últimos datos de 2020 bajan esta proporción hasta el 59%. Una eventual moneda respaldada por los BRICS (más de un tercio del PIB mundial y casi la mitad de los seres humanos) podría cambiar de golpe las reglas del juego vigente desde los Acuerdos de Bretton Woods (1944).
