Creo que no descubro nada nuevo a nadie si digo que, soy católico practicante y que mi vida personal, familiar, profesional y ahora política ha estado y está marcada por un hondo sentido cristiano. Como consecuencia de todo ello mis principios y valores tienen raíces cristianas, basados en un absoluto convencimiento de mi filiación divina, que me mueve cada mañana a decir “Gracias, Señor, por contar conmigo. Quisiera servirte con mi trabajo de hoy y hacerlo por Ti y por todos los que me rodean”.
También he leído mucho y estudiado y, junto con la razón, la formación intelectual y el conocimiento científico, he llegado a la firme convicción de que la vida humana y la libertad, el derecho a la vida y el derecho a la libertad son consustanciales al ser humano.
Por todas estas razones creo, que la vida humana hay que protegerla desde el mismo momento de su concepción hasta su desaparición por causas naturales. Por ello estoy en contra del aborto. La vida de un ser humano desde su concepción, por pequeño y dependiente que sea, que crecerá y será igual que todos nosotros, no es algo que nos pertenece, que tengamos un derecho a su destrucción cuando consideremos que no nos es útil. Considero por tanto que no es, ni puede ser un derecho de nadie destruir, matar o deshacerse de cualquier ser humano.
Pero hablaba también de la libertad de las personas como derecho fundamental. De igual forma que yo he llegado a estas creencias, por la fe y por la razón, entiendo y comprendo que otros no hayan llegado a las mismas y que por ello piensen de forma distinta, aunque yo no las comparta, bien porque no han recibido el don de la fe, bien porque su formación o conocimiento no le hayan llevado a las mismas conclusiones que a mí. Y ante esta disyuntiva me he preguntado siempre si mis ideas se pueden imponer a otros, llegando siempre a la misma conclusión. Mi verdad y aunque crea y este convencido de que sea la Verdad, no se impone, se busca y se descubre y nuestra obligación es ayudar a los demás a que la encuentren, pero desde luego nunca imponerla.
Vivimos en una sociedad muy plural, muy diversa y por ello no es unívoca, como algunos pretenden convencernos de lo contrario, ya sean de un extremo o de otro, y por ello tenemos que respetarles y hacer lo que podamos para que aquello en lo que creemos se materialice, pero respetando siempre que otros puedan pensar de otra manera. Estando en contra del aborto no se me ocurrirá nunca decir que aquellos que no digan que están en su contra, es que son abortistas.
Tenía un amigo que se había declarado agnóstico y por supuesto activista comunista y algunos de sus amigos lo ponían como ejemplo hasta después de su muerte. ¡Qué poco le conocían! Hablando con él, de lo humano y de lo divino, me enseñaba como un tesoro una imagen de la Virgen que llevaba en su cartera. La quería muchísimo, como Madre de Dios y madre nuestra y eran frecuentes sus escapadas al Santuario de la Fuencisla.
Decía el Secretario General de la Conferencia Episcopal Española en una intervención pública que “no se puede hacer banderías con el tema del aborto”, llamando la atención a que “el mensaje de la Iglesia en el tiempo es el mismo en defensa de la vida” y enfatizando que la lucha contra el aborto “no es un acto de fe, hay un consenso en la comunidad científica”.
Luchemos pues para legislar, hablar y convencer lo que sea necesario en defensa de la vida y de la libertad porque no son actos de fe, sino propios de la condición humana, pero respetando que otros puedan tener otras convicciones.
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(*) Diputado Nacional del PP por Segovia.
