La victoria de Javier Milei en la segunda vuelta –o balotaje- de las elecciones presidenciales, con margen de once puntos de diferencia, resulta algo insólito en Argentina. El profesor de Economía con 53 años de edad, polemista televisivo, impetuoso, histriónico, autodefinido como liberal libertario, no incursionó en política hasta hace apenas dos años, cuando obtuvo un escaño en el Congreso. Si Argentina, país de influjo cultural italiano, es proclive a la forja de mitos, Milei ha armado su personaje de “showman” con cabellera de león y campera de cuero.
Desde la restauración de la democracia (1983), los peronistas, que disfrutan de grandes resortes de poder, han gobernado durante muchos más años que la oposición. En el seno de esta última, con la salida de Fernando de la Rúa en helicóptero, ante una crisis económica terrible (diciembre de 2001), la Unión Cívica Radical (UCV), histórica formación de centro, dentro de cierto bipartidismo asimétrico, muy asociada a la descendencia de las diásporas española e italiana, quedó empequeñecida. Mauricio Macri, también victorioso en segunda vuelta (2015), ha sido el primer presidente no peronista capaz de finalizar su mandato.
Hace años, me encontré en la librería Cúspide del barrio de La Recoleta al expresidente De la Rúa, cuyo abuelo paterno era gallego, al igual que el de Raúl Alfonsín, primer presidente democrático tras la caída de la dictadura militar. El político y su esposa fueron muy amables; y departimos un rato, durante el cual nadie se acercó a saludarles. Ante mi interés por la “crisis del corralito” que supuso su caída, me reiteró cómo el Fondo Monetario Internacional le dejó tirado al bloquear un préstamo ya concedido. Argentina, país de crisis recurrentes.
En una confitería famosa de Buenos Aires, siempre nos atendía con cariño el camarero de mayor rango, buena gente, que no acababa de jubilarse por lo exiguo de la pensión a recibir. Criollo del interior, orgulloso de haber evitado que sus hermanas “se perdieran” cuando emigraron a la capital. El rostro mudó, como si hubiera visto al diablo, cuando mostré al peronista de pro la foto que mi familia y yo nos hicimos con Fernando de la Rúa. “La grieta”: término que expresa la divisoria entre peronistas –ahora los kirchneristas- y el resto.
El legado del presidente Alberto Fernández, quien declinó buscar la reelección, favorecía la opción de cambio radical, dada la inestabilidad macroeconómica extrema, simbolizada por inflación interanual del 143 por ciento, caída de salarios reales y aumento de la pobreza. En contexto menos malo, Macri ganó por margen muy inferior al de Milei -2.6 puntos-.
El kirchnerismo, supuesto peronismo de izquierdas, vinculado a cultura del subsidio, heterodoxia para financiar el déficit público y corrupción, ha mostrado síntomas de agotamiento. El candidato Sergio Massa, peronista díscolo retornado al redil, disparó todas las balas disponibles en la cartuchera al servicio de la victoria electoral, como ministro de Economía durante la recta final de un gobierno con Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta. Las medidas ultraexpansivas de política fiscal –“plan platita”- y monetaria trataban de dar alegría a la coyuntura económica para captar votos. ¿Cuáles han sido los efectos? La inflación no ha cesado de crecer cual bola de nieve; mientras, el déficit primario –aquel una vez descontado el pago de intereses- subió desde 2 a 2.9 por ciento durante su gestión. Desde la viveza criolla, en el debate presidencial Massa se las arregló para no dar explicaciones sobre el balance dejado. A pesar de su victoria técnica ante las cámaras, el político experimentado fue percibido por muchos televidentes como representante de la “casta” criticada por el “outsider”. La estrategia de “miedo a Milei” no funcionó.
El candidato elegido percibe la realidad desde el Imperialismo de la Economía, enfoque reduccionista muy propio de los acólitos de Milton Friedman, líder de la Escuela Monetarista de Chicago; mientras, detesta el legado del Keynes, el economista más importante del siglo XX. El antiguo tertuliano televisivo ha opinado sobre casi todo, más allá de la agenda de campaña: posibilidad de vender órganos, “como un mercado más”; libre posesión de armas de fuego; cheques escolares para centros privados; negación del cambio climático; etc.
El personaje poliédrico recibe clases de religión judía, impartidas por un rabino de cabecera. El Papa Francisco, astuto, ha telefoneado al presidente electo, quien se disculpó por los insultos proferidos al Pontífice. La hermanísima Karina, jefa de campaña, es la persona de máxima confianza de Milei, dueño de cinco mastines, clonados de su añorado Conan.
Desde el tramo final de campaña hasta su mudanza a la Quinta de Olivos, el cuartel general permanece en la planta 21 del Hotel Libertador en el microcentro porteño. ¿Un guiño a Donald Trump, imaginado en su rascacielos de Manhattan? El expresidente ha felicitado a Milei de forma efusiva en un video. Si la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, mantiene ambigüedad frente a los crímenes de la dictadura militar, el vínculo de Milei con la derecha radical asusta en Europa. Resulta llamativa cierta ceguera de medios argentinos muy relevantes ante dicha dimensión –por ejemplo, Santiago Abascal, de Vox, acudirá a la toma de posesión-. Razón: el hartazgo frente al kirchnerismo.
“Viva la libertad, carajo” ha sido el grito de guerra de la campaña del líder de La Libertad Avanza (LLA). Algunos analistas consideran que el enfado de muchos argentinos ante el larguísimo confinamiento, durante la pandemia, dio fuerza al lema.
Javier Milei ha obtenido un 55.6 por ciento de los votos, frente al 44.3 por ciento recibidos por Sergio Massa -Unión por la Patria-. La segunda vuelta suele fomentar moderación y voto estratégico. El candidato de LLA obtuvo el 30 por ciento de sufragios en primera vuelta, que, unidos al 24 por ciento cosechado por la coalición centrista Juntos por el Cambio (JxC), fuera del balotaje, suma casi al milímetro el cómputo final del vencedor. En video tardío de campaña, Milei negaba que fuera a privatizar educación y sanidad pública; mientras, se desdijo de la posible liberalización de armas de fuego.
En el núcleo duro de los apoyos a Milei, hay presencia primigenia de los estratos más empobrecidos por la inflación. Por ejemplo, los telediarios informan de colas superiores a 24 horas para comprar un billete subvencionado de tren para ir a la playa este verano austral, pues la alternativa de desplazarse en autobús a Mar del Plata –equivalente a un Madrid-Alicante- les resulta demasiado cara. En la celebración espontánea de la noche electoral, junto al Obelisco de Buenos Aires, las cámaras mostraban a una madre que había votado a Milei “para que su hijo pueda volver de Barcelona”; mientras, otra deseaba que el suyo “se quedase en Argentina”. Si la sangría migratoria arrecia con las crisis económicas, ambas mujeres representan a esa clase media-baja erosionada por el aumento acelerado de los precios. Los rostros mestizos de los argentinos más humildes, originarios del país criollo del interior, con raíces peronistas, descendientes de los “descamisados” de Evita, también eran muy visibles.
En conversaciones con gente de estratos acomodados, puede escucharse “soy de familia no peronista”, cual símbolo de estatus. Si en la primera vuelta votaron por Patricia Bullrich, apenas 24 horas después de la derrota, la líder de JxC y el expresidente Mauricio Macri, fundador del PRO –partido de ambos- respaldaban a Milei, defendido como segunda opción. Espaldarazo para que una mayoría de “votos huérfanos” se decantara por el supuesto adalid del cambio: un “Milei contenido”, bendecido por los prebostes del centro-derecha.
Así, el líder de LLA llega a la Casa Rosada con apoyo de una coalición transversal, encabezada por muchos jóvenes, desencantados con la política tradicional, y aglutinante de sufragistas procedentes de todos los segmentos sociales: medio, alto y bajo.
Si en primera vuelta JxC fue la fuerza más votada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Milei vence en el balotaje (57 por ciento), gracias a esos votos. El porcentaje se dispara hasta el 72 por ciento en La Recoleta, equivalente porteño del elitista barrio de Salamanca en Madrid. La merma del apoyo en los municipios humildes del conurbano, feudo kirchnerista, tales como La Matanza -61 por ciento de sufragios para Massa- explica que el candidato peronista haya ganado apenas por punto y medio de diferencia en la provincia de Buenos Aires. Massa solo destaca en dos provincias del interior profundo, con mucha dependencia del empleo público: Santiago del Estero -68 por ciento- y Formosa -56 por ciento-. LLA consigue su mayor éxito en Córdoba y provincia -74 por ciento-, absorbiendo los votos huérfanos del gobernador Schiaretti, candidato peronista -enfrentado al kirchnerismo- que no pasó a segunda vuelta. Las restantes ciudades más importantes también se decantan por Milei, como Rosario –casi 58 por ciento- y Mendoza –cerca del 73 por ciento-.
LLA solo tiene 38 diputados; y necesita a la bancada de JxC para lograr mínimos de gobernabilidad. Patricia Bullrich ocupará en el próximo ejecutivo la cartera de Seguridad, ya desempeñada con Macri. Su antiguo ministro y presidente del Banco Central, Luis Caputo, es fichaje para el ministerio estrella: Economía. El “outsider” ya no reniega de la “casta”.
Javier Milei ha recibido un mandato claro para combatir la inflación. Si, a posteriori, Macri reconoció que, durante su presidencia, fue un error no aplicar un plan de choque para la estabilización económica, el presidente electo anunció en su primer discurso que no habrá tibieza ni margen para el gradualismo. El ajuste fiscal, férreo, será el primer objetivo. “No hay plata”, repite el presente electo.
