Éramos niños y ya seguíamos con expectación, las portadas de los “Mortadelo y Filemón” expuestas al público, desde el interior de las ventanas laterales, del quiosco viejo que estaba, en el mismo lugar donde hoy se encuentra el nuevo de la calle Obispo Quesada. Justo en la rotonda del Cristo del Mercado.
Encaramados en la ventana, apoyábamos los estómagos en el alfeizar, para que, nuestros rostros quedasen más cerca de los tebeos y así, no perder ni un detalle, de aquellas súper viñetas que, con independencia del tema, casi siempre, iban acompañadas de una ácida perspectiva que a nosotros, por aquel entonces, se nos escapaba.
Unas portadas, que eran un reflejo de la actualidad y el aperitivo del caos, perfectamente organizado, en que solían convertirse las historietas de aquellos personajes entrañables creados por Ibáñez, para ilustrar una parodia de la historia moderna, de este país, con referencias más que explícitas, de personajes y de acontecimientos reales que, en conjunto, materializaban una crónica surrealista protagonizada por una maravillosa pareja de agentes secretos que, a día de hoy, siguen ostentando y seguramente por mucho tiempo, el record absoluto de “siniestros en acto de servicio”.
Inspirado en lo cotidiano, Ibáñez encontraba en la actualidad política, las referencias necesarias y tomaba los personajes capaces de crear de forma paralela, un debate político alternativo, incluso, una campaña electoral mucho más… iba a decir disparatada, pero, como en este país, somos más, del ámbito del la tragicomedia, quizás, el término correcto fuese “distendida”. Lo digo por aquel comentario de Zapatero a Gabilondo, en un descuido a micrófono abierto, después de lo que algunos llamaron, masaje televisivo, en la campaña del 2008: “Nos conviene que haya tensión. Yo voy a empezar, a partir de este fin de semana, a dramatizar un poco”… y efectivamente, lo bordó.
Y en esa misma línea y en la de que, “la realidad, en este país, supera a la ficción”, el 23J daría de sobra para un especial en el que la T.I.A. y sus agentes secretos, deberían emplearse a fondo, frente un panorama electoral, insisto, de ficción, sometido a un intenso calor, las playas llenas de turistas, sacas de votos perdidas y múltiples teorías de la conspiración ¿se imaginan?
Los trazos del lapicero, nos remitirían a algún palacio presidencial, donde, en una sala a media luz, la silueta de un colérico presidente, rodeado por las sombras de sus más fieles, convocaría elecciones generales para el día, estadísticamente, más caluroso del año ¡Que voten! Gritarían a coro, él y sus fanáticos adoradores ¡Que voten por no habernos votado! Clamarían apelando, como el mejor de sus aliados, al implacable y castigador sol de verano.
Una estrategia con el único objetivo, de evitar que siguiese menguando el carisma mesiánico del que, hasta antes del debate, era el líder del progresismo mediático y también, seguir disimulando la verdadera cara ego-política del oportunismo y de la rectificación, que no de la “mentira”, de la que parte de esta clase política, suele hacer gala, día tras día.
En esos términos y dadas las circunstancias, infinidad de sacas de votos quedarían perdidas. A partir de ese momento, encontrarlas y la credibilidad en el sistema, ya sólo dependería de los agentes secretos de la T.I.A.
En paralelo, la historia iría reflejando una campaña extremadamente encendida, con debates de candidatos perdiendo la compostura, debatiendo como verdaderos papagayos, que se arrebatan la palabra, negando con la cabeza y haciendo aspavientos con papeles llenos de gráficos y gritándose a la cara ¡Yo tengo otros datos!
En fin, como el cuento más o menos se lo saben y para no hacérselo más largo. Tras una caótica aventura, de accidentadas pesquisas y llena de polvaredas de peleas masivas, la historia terminaría, con un intrépido Filemón a lomos de un Mortadelo, disfrazado de escúter amarilla, con el “logo” de correos estampado en la maletita y dirigiéndose a toda velocidad, por una playa turística, para repartir, en mano, las sacas de votos perdidas. Todo ello, a punto de agotarse el plazo del último día, y marcándose un eslalon, a toda prisa, entre bañistas, toallas, neveras y sombrillas.
Imagínenlo en un playa donde ya no cabría un alma y con el cielo totalmente saturado de avionetas de esas que pasean pancartas con bulos, eslóganes y mentiras. Tantas pancartas habría, que el sol parecería eclipsarse y uno de los paisanos, con el agua por las rodillas y al margen de la política, comentaría ¡Vaya, al final, se nos ha nublado el día!
