Ana Gabriela Melo (5 de marzo de 1982) hace un ejercicio de empatía con su tierra, Venezuela, y con el chavismo, del que es opositora. Esta dramaturga marchó hace un año de un país que esboza como menor de edad en términos políticos, con una historia que encadena dictadores. Y lamenta la desilusión que supuso en una parte del país que Donald Trump perdiera las presidenciales de 2020; que vieran en él la solución. No se etiqueta como exiliada, sino como migrante. “Es un viaje que había estado postergando. La crisis fue un empujón para algo que seguramente hubiera hecho de todos los modos”. Ayer presentó en la Casa de la Lectura ‘Instrucciones para hacer una maleta’, un proyecto dentro de una trilogía de monólogos que se realizaron en el confinamiento. Se trata de un híbrido entre elementos del teatro y del cine purista, el que prescinde de la iluminación o del sonido ambiente.
— ¿Por qué el teatro?
— De niña, era una obsesión. Estaba muy segura de que iba a ser actriz. La escritura siempre estuvo ahí, parte de un ejercicio íntimo que compartía con compañeros. Actué en consecuencia a esa pasión y empecé a formarme. Al salir del instituto fue como si no hubiera un mañana. Tras unos años trabajando en Maracay, entro en la universidad. Llegado un momento, decidí dedicarme exclusivamente a la escritura y colgué los vestuarios.
—Le gusta “entrarle al teatro por otro lado”. ¿Cuál es su visión alternativa?
— Bebo mucho de las aguas de la psicología y de las cosas que a lo mejor no son necesariamente teatro pero me van dando pistas de qué es lo que quiero. Me gusta mucho esto de los arquetipos, del lenguaje no verbal, incluso la astrología, por sus imágenes. Bebo de ahí para crear historias y personajes.
— Cuando seguía en Venezuela, decía que faltaba “meditación profunda” para tratar la crisis.
— Resumir el problema de Venezuela es sumamente complicado porque tiene muchas aristas, pero lo que sí creo que es importante plantearse, en el teatro y en las artes en general, es la autocrítica. Hay que ir un poquito más allá de la política; está bien acusar lo que está mal, pero a los artistas nos toca entender que lo que está sucediendo forma parte de un proceso. Y que no apareció con un determinado partido, sino que se ha ido cocinando a fuego lento durante muchísimos años. No justifico determinadas acciones políticas, todo lo contrario: hay que ser muy contundente. Pero hay que mirar al sentimiento profundo de un pueblo que ha estado dividido desde hace mucho tiempo. Hay gente invisibilizada, y esa gente estaba invisibilizada antes de Chávez. Cuando llega él, es un detonante, lo cual no justifica sus acciones, porque mi posición política es muy clara. Pero es importante mirar a esto y que las historias lo cuenten.
— ¿Qué papel juega el arte?
— Hay de todo. Arte para evadir y pasarla bien un rato. Y también el que nos permite ir metabolizando lo que sucede y darnos perspectiva. En Venezuela sería importante entender quiénes somos como pueblo porque eso puede explicar en qué situación nos encontramos.
— ¿Quiénes son ustedes?
— Estoy todavía entendiendo quiénes somos a través de las historias que escribo. Somos un pueblo muy acostumbrado a recibir migrantes; teníamos una prosperidad procedente del petróleo y eso nos hacía un país rico. Nunca nos habíamos planteado cómo sería emigrar, tener la mitad de la población afuera. Esto para nosotros ha sido un shock. Nos cuesta mucho sentirnos parte de otro país.
— ¿Por qué emigró?
— Por varias razones. La principal es la situación política. Y una necesidad de mirar más allá de lo que conozco. Si todo va tan mal, ¿por qué no ampliar mis horizontes y conocer otra cultura? Hay muchas maneras de llegar a un país; con tristeza, sensación de fracaso, y con la navaja de explorador, con la mente abierta y ganas de entender. Yo he escogido la segunda.
Por ahora no pienso en regresar, estoy muy cómoda siendo una forastera
— ¿Qué ha descubierto su navaja de exploradora en Segovia?
— Los segovianos tienen fama de secos, pero veo a una gente que se protege muchísimo y que esa sequedad es porque hay confianza. Es una gran ciudad culturalmente, es un imán para gente interesantes. Es un lugar movido.
— ¿La crisis fortalecerá o debilitará al arte venezolano?
— Sin duda, fortalecido. Hay mucha gente fuera haciendo cosas maravillosas. Quizás la mitad regresará; algunos no. Pero siempre serán venezolanos y van a ejercer una influencia directa en el país. Cuando uno va a otro país, se llena de fuerzas y de coraje porque la vida del emigrante es prácticamente empezar de cero. Hay mucha gente elevando la mirada sobre lo que está sucediendo en Venezuela y contrastando con la situación en otros países. La solución solo puede suceder desde la migración.
— ¿Usted regresará?
— No lo sé. Por ahora no, estoy muy cómoda siendo una forastera.
— ¿Cómo unir a una sociedad dividida?
— La división fue muy importante pero han pasado unos cuantos años. Llegado a este tiempo, ya no podría hablar de una división sino de un desgaste tremendo. Hay mucha necesidad, es un país que vive de las remesas de los que están afuera. La etapa de la división pasó; lo que veo es un quiebre moral muy grande. Ya es un tema de quién tiene el poder. Y lo tienen unos pocos. Para ellos hay una Venezuela distinta a la de la gran mayoría. Tengo que decirlo con mucho dolor, es un país donde los derechos humanos no existen y las violaciones pasan por todas las instituciones.
— ¿La única alternativa es un cambio de poder?
— La oposición no es oposición. Cuando surge un líder joven y nuevo, inmediatamente le quiebran las rodillas; no solamente los del partido de Chávez, sino los mismos opositores, porque tienen miedo y se han acomodado en su lugar. Los chicos jóvenes, como con cierta ingenuidad, han sido aniquilados.
