Es bien conocido que la primera imprenta que hubo en España fue la del alemán Juan Párix de Heidelberg, en Segovia, por encargo del obispo Juan Arias Dávila. También que el primer libro impreso en dicho taller, y por ende en España, fue el Sinodal de Aguilafuente, que recoge las actas del sínodo celebrado en dicha villa entre el 1 y el 10 de junio de 1472. Al Sinodal, un pequeño libro de 48 hojas, también le cabe el honor de ser el primer libro impreso en español.
Párix llegó a imprimir, con seguridad, otras siete ediciones teológicas y de derecho con destino al Estudio que regentaba el mismo Arias Dávila. Es probable que también imprimiera una obra teológica de Pedro de Osma, un tratado de confesión que llegó a prohibirse y que se mandó quemar, por lo que no queda ningún ejemplar. Tal vez por ello, o porque se acabaron los encargos del obispo, el alemán se trasladó, hacia 1476, a Toulouse, donde continuó trabajando.
En febrero de 1473 se proclamó en Segovia una bula de cruzada contra los turcos, que dio lugar a la impresión de buletas, llamadas “de Borja” porque fue Rodrigo de Borja el encargado de promulgarla. Las bulas, cuyos ejemplares conocidos se hallaron en las tapas de dos incunables de la catedral, se elaboraron con una tipografía que nada tiene que ver con la de Párix, pues si la de este es redonda o romana, la de las bulas es gótica. Pudieron imprimirse en Segovia o en otro lugar, pero esa letra no volvió a emplearse en ningún otro impreso.
Entre octubre y diciembre de 1473 se celebró en Aranda de Duero un concilio a instancias del arzobispo toledano Alfonso Carrillo, partidario de la princesa, que se encontraba en esas fechas en dicha localidad, lo cual se ha interpretado como un movimiento para que el clero apoyara a Isabel. Al concilio asistió Arias Dávila, al que Carrillo preguntó por la imprenta, estableciéndose una discusión tras la cual “coincidieron en que la propuesta de recurrir a la imprenta era la empresa más digna, laudable y más deseable que se podía acometer en aquellos momentos”.
Así pues, antes de su proclamación en Segovia, el 13 de diciembre de 1474, Isabel había tenido la oportunidad de conocer la imprenta y, con toda seguridad, los libros impresos. ¿Llegaría a conocer el taller de Párix? Sea como fuere, lo que está contrastado es su interés por propiciar el desarrollo de la imprenta y por facilitar la llegada de profesionales del libro. Sus primeras acciones conocidas en relación con el libro, en 1477, son la exención de impuestos a varios impresores (Miguel Dachauer y Teodorico Alemán, por ejemplo) para la importación de libros, lo que se hizo ley en las Cortes de Toledo de 1480, al considerar los reyes “cuánto era provechoso y honroso que a estos sus reinos se trajesen libros de otras partes, para que por ellos se hiciesen los hombres letrados”.
Dachauer fue familiar de la reina y en 1482 publicó en Sevilla, con García del Castillo, la Crónica abreviada de España, cuyo epílogo, dirigido a Isabel, habla de la imprenta como “tan maravillosa arte de escribir”.
En los años 80 consiguieron del papa Sixto IV la consideración de la reconquista como cruzada, concediéndose indulgencias, que se empezaron a imprimir, con privilegio o exclusiva, en los monasterios de Nuestra Señora de Prado (Valladolid) y de San Pedro Mártir (Toledo). Era 1483 y fue una extraordinaria fuente de financiación que llevó a la toma de Granada en pocos años. Así pues, la imprenta al servicio de la Reconquista. No fueron los únicos privilegios concedidos para la impresión de otras obras, con los que protegía al editor de la competencia desleal e incentivaba la inversión en textos impresos.
Más adelante, Isabel y Fernando propiciaron la llegada de dos compañías de impresores a Sevilla: la de los “cuatro compañeros alemanes”, en 1490, y la de Meinardo Ungut y Estanislao Polono, en 1491. Además, por su impulso, se editaron todo tipo de textos legislativos (leyes, ordenanzas, cuadernos de cortes) para la unificación normativa. Como afirma la profesora Elisa Ruiz, “doña Isabel tuvo la certeza de que la imprenta constituía un medio idóneo para realizar uno de sus objetivos políticos prioritarios: la difusión a gran escala de un aparato dispositivo tendente a unificar los procedimientos jurídicos en los dominios que regía”. Un ejemplo de muchos fueron las Ordenanzas reales de Castilla, compiladas por Alfonso Díaz de Montalvo a instancias de la reina, e impresas en Huete por Álvaro de Castro, en 1485. En esta obra se incluye una gran letra capitular con la imagen de los Reyes Católicos, muestra perfecta del interés de Isabel por ese nuevo arte que introdujo la modernidad.
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* Doctor en Filología Hispánica por la UCM. Profesor titular de la Facultad de documentación de la UCM.
