La Reina Juana de Castilla y los sucesos en torno a su trágica vida podrían ser parte de una leyenda. Sin embargo, son hechos reales que componen uno de los capítulos más apasionantes de la Historia de España. La hija de los Reyes Católicos nació en Toledo, en el año 1479 y murió en Tordesillas, en 1555. De los 76 años transcurridos entre ambas fechas, estuvo recluida 46 en el palacio construido por Alfonso XI y Pedro I, junto al convento de Santa Clara, en la Villa de Tordesilllas. Su vida, lejos de ser uno de los “momentos estelares de la humanidad” fue el contrapunto, a los eminentes reinados de su madre, Isabel I de Castilla, y los de su hijo, el emperador Carlos V, que forjaron el porvenir de España y aun de Europa. En Juana, la reina cautiva, se vislumbra la dignidad moral de una gran mujer, cuya trágica existencia compadecemos y admiramos.
El interés humano de esta historia y los trágicos sucesos vividos por Juana nos invitan a descubrir sus enigmas con la curiosidad de una novela de misterio. ¿Qué motivos había para recluir a Juana en Tordesillas? ¿Quién tomó esa decisión? ¿En qué circunstancias se produjo el cautiverio? ¿Cómo trascurrieron esos casi cincuenta años de reclusión? ¿Qué papeles desempeñaron su padre Fernando y su hijo Carlos? Es razonable admitir que la grave decisión de su encierro estuvo justificada aduciendo “razones de Estado”. Es decir, la suprema decisión de anteponer el bien de la sociedad, al bien particular. Lo que significaba salvar la pervivencia del Reino de Castilla, a cambio de sacrificar el gobierno legítimo de la misma heredera. Juana, siendo la segunda hija de Isabel y Fernando, no estaba llamada a reinar. Debido al fallecimiento inesperado de los cuatro herederos con mejor derecho, fue situada en lugar preferente en la línea sucesoria. Así, al cabo de cuatro años, Juana se vio favorecida por la fortuna hasta ceñir la corona de Castilla. Sin embargo, había heredado también un factor genético de carácter depresivo que crecería a lo largo de su vida. El mal era trasmitido a través de la madre de Isabel, es decir, de su abuela, Isabel de Portugal, la cual murió en Arévalo, después de varios años en un estado de enajenación mental. A pesar de su desequilibrio psíquico, Juana gozó de una gran fortaleza física; algo nada común en aquellos tiempos. En el retrato de Juan de Flandes pintado hacia 1497, Juana de 18 años de edad, se muestra con un rostro atractivo de mirada lúcida. Según las crónicas de la época, poseía una apreciable formación intelectual. Su saludable naturaleza física lo prueban sus seis alumbramientos, todos exitosos.
Al recaer en Juana la corona de Castilla, también por razón de Estado y decisión regia, contrajo matrimonio con Felipe el Hermoso archiduque de Flandes, hijo de Maximiliano, emperador de Alemania. Un enlace nupcial con el que darán comienzo dos siglos de alianza política con la Corona de Habsburgo. El 20 de agosto de 1496, la princesa de Castilla embarcó hacia los Países Bajos donde se celebró el enlace con Felipe. Los historiadores coinciden en que la estancia en Flandes de la joven infanta de 17 años supuso un duro impacto. Entre otros motivos, por las costumbres locales tan diferentes de las españolas, la frialdad del recibimiento y sobre todo, debido a la deslealtad matrimonial promiscua del consorte Felipe el Hermoso, en fuerte contraste con la actitud de su esposa. Sin duda, todo ello hizo que aumentasen los celos de Juana, haciéndose más agudo el estado depresivo en una mente predispuesta a tal inestabilidad anímica.
Al heredar Juana la corona de Castilla, Felipe el Hermoso se convirtió en rey consorte. Era una circunstancia favorable que su ambición no dejó pasar de largo, pues le permitía entrar en la Corte de los Reyes Católicos y así ganarse el apoyo de algunos nobles castellanos que se oponían a la corona de Castilla. A la muerte de Isabel la Católica se enfrentó a su suegro Fernando. Por otra parte, cierta conducta de Juana ponía de manifiesto su inestabilidad psíquica. Pedro Mártir de Anglería, humanista milanés y cronista al servicio de los Reyes Católicos, de aguda visión psicológica, describe el cansancio de la Reina y su aflicción. Lo que fue corroborado por el dictamen de los médicos Soto y Gutiérrez de Toledo: “La disposición de la señora Princesa es tal que no solamente a quien tanto la quiere debe dar mucha pena, más a cualquiera, aunque fuesen extraños…”. Pues, “… duerme mal, come poco y a veces nada, está muy triste y bien flaca (…) muestra estar transportada, su enfermedad va muy adelante”.
Ante tales signos, Isabel la Católica reina prudente y madre, muy a su pesar, comprendió que la situación comprometía la estabilidad futura del reino. Se ponía en peligro toda la imponente obra de pacificación del Reino, e Isabel debía tomar medidas. Así lo hizo por escrito, en su testamento: “… quando la dicha Princesa, nuestra hija, no estoviese en estos dichos mis Reinos (…) estando en ellos no quisiere o no pudiere entender en la gobernación dellos…”. Encarece a su esposo Fernando que el gobierno de Castilla no caiga en manos del bando de Felipe el Hermoso. Lo cual equivalía a ser presa de la Casa de Habsburgo. La tarea que Fernando debía acometer no era fácil. Aparte de otros problemas que debía resolver, estaba la misma enfermedad de su hija Juana. Su inevitable deterioro mental aconsejaba su reclusión y se hizo sin recurrir a la coacción. Los historiadores más autorizados coinciden en que no fue una operación meramente política, pues concurrían varios factores que lo aconsejaban. La actuación prudente de Fernando el Católico fue un rasgo de compasión y de inteligencia paterna. Pero, con su encierro en Tordesillas, durante casi medio siglo, las vicisitudes de la Reina de Castilla no terminaron. Nunca fue desposeída de sus títulos, por el contrario, recibió en herencia todos los reinos de Fernando, como consta en el testamento que custodia el Archivo de Simancas. “Yten, dexamos, ynstituymos y hazemos heredera a la dicha serenísima Reyna doña Juana, nuestra muy cara e muy amada hija”. En 1512, Fernando incorporó a sus dominios el reino de Navarra, que heredó Juana junto con el de Aragón, Sicilia y otros del mismo legado paterno, por lo que resultó ser la primera Reina de España.