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La Reina cautiva (el cortejo fúnebre) (II)

por Miguel Ángel Herrero
24 de octubre de 2023
en Tribuna
MIGUEL ANGEL HERRERO
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Cuando al final de sus días, la gran reina Isabel I de Castilla, dictaba el testamento, no podía omitir lo que era notorio a la opinión pública. Es decir, la incapacidad de su hija Juana para gobernar el reino que heredaría. Isabel no concebía que a su muerte, pudiera destruirse la imponente obra de unidad y consolidación del reino, fruto de afanes compartidos con Fernando. Además debía evitar que su yerno Felipe el Hermoso pudiera acaparar el poder, valiéndose de la enfermedad de su mujer Juana. Para impedirlo, Isabel nombró a su esposo Fernando, Gobernador del Reino en nombre de Juana, hasta que su nieto Carlos cumpliera la edad de veinte años: “… fasta en tanto que el infante don Carlos, mi nieto, hijo primogénito heredero (…) sea de edad legítima a lo menos de 20 años cumplidos…” (‘Testamento de Isabel la Católica’).

La reina Isabel falleció el 26 de noviembre de 1504. Ese mismo día, Fernando convocó las Cortes de Castilla que reunidas en Toro refrendaron la voluntad testamentaria de Isabel. Así, Juana no quedaba desposeída del título de reina y además podía contar con el consejo paterno en el gobierno de Castilla. Los planes de Isabel se iban cumpliendo. Sin embargo a su muerte, Felipe el Hermoso se convertía en rey consorte de Castilla. De hecho, dominaba la situación teniendo en cuenta la debilidad de su esposa Juana. Ante esta perspectiva, Felipe y Juana como nuevos reyes de Castilla, el 7 de enero de 1506, se pusieron en camino desde Flandes hacia España. El 26 de abril, la flota flamenca desembarcaba en La Coruña, en lugar de hacerlo en Laredo, como estaba previsto. El cambio de puerto era intencionado. Felipe trataba así de ganar tiempo para conseguir el apoyo de algunos nobles que se oponían a Fernando el Católico.

Por su parte, Juana estaba de acuerdo con su padre, reconociéndole como Gobernador del reino hasta la mayoría de edad de Carlos, según lo que había dispuesto su madre Isabel. Crecía el enfrentamiento entre Felipe el Hermoso y Fernando y la situación se hacía cada vez más tensa, surgiendo la amenaza de una guerra civil. Para evitarlo, Fernando hubo de aceptar las condiciones de su yerno y se retiró a sus dominios de la Corona de Aragón, dejando el campo libre a Felipe. El cual comenzando a saborear la victoria, quiso entrar triunfante en Valladolid, a pesar de la oposición de Juana, que temía ser encerrada por su esposo en un castillo. Así lo atestigua el cronista Pedro Mártir de Anglería. Era el 6 de septiembre de 1506 “cuando en la aldea por nombre Cójeces, en campo abierto, se detuvo la Reina Juana, montando a caballo, entró en sospechas de que la dejaran encerrada en el castillo de aquella pequeña villa…”.

Al día siguiente hicieron su entrada en Burgos, la ciudad elegida por Felipe el Hermoso para establecer el nuevo gobierno de Castilla. El joven e intrépido Rey era dueño de la situación. Tenía sometida a su mujer y contaba con el favor de la alta nobleza y el clero: el reinado prometía ser largo y glorioso. Cuando, por sorpresa, sin anunciarse, irrumpió la muerte. Tras unos días febriles, sin cuidados médicos adecuados, Felipe falleció. Habían transcurrido dieciocho días desde la entrada triunfal en Burgos. Era el 25 de septiembre de 1506.

Al quedar viuda con 26 años, Juana está libre de coacciones externas, pero sometida a una grave inestabilidad emocional. A pesar de todo, impresiona su gran fortaleza de ánimo. Sin descomponerse, defiende la vida de su esposo y acepta su muerte. Un cronista anónimo escribe: “… es una mujer para sufrir y ver todas las cosas del mundo, buenas o malas, sin mutación de su corazón ni de su valor”. Sin embargo, la vida no podía ser la misma para Juana. A partir de aquí, su enfermedad se agudiza y es incapaz de apartar su mente del cuerpo inerte de su esposo. El cadáver del Archiduque fue embalsamado por sus servidores flamencos y enterrado en la Cartuja de Miraflores, aunque, no definitivamente, pues recordando el deseo de su marido de ser enterrado en Granada, Juana ordenó formar un cortejo fúnebre hacia la ciudad andaluza. El macabro viaje con el cadáver insepulto comenzó en Burgos y siguió por varias localidades de Castilla: Torquemada, Hornillos, Tórtoles, Arcos y Tordesillas. De pronto el viaje fúnebre se detiene en Torquemada, a Juana le llega el momento de dar a luz a Catalina, hija póstuma de Felipe. Ni siquiera entonces Juana desiste de su idea obsesiva. De pie, junto al túmulo funerario, con la mirada perdida queda inmortalizado en el magnífico cuadro del pintor Francisco Pradilla expuesto en el Museo del Prado; en la sala dedicada a la pintura de tema histórico. El realismo de la escena impresiona, haciendo patente el desequilibrio mental de la reina viuda, del que el pueblo sencillo fue testigo y calificó de locura.

Fernando el Católico estaba en Nápoles y al recibir las últimas noticias sobre el grave estado de su hija, regresa a Castilla. El 29 de agosto de 1507, se reúne con Juana en Tórtoles. Allí reconoce a su hija como reina de Castilla y le pregunta dónde desea establecer la Corte. Ella rehúsa volver a Burgos recordando el fatídico final de Felipe y se sumerge en un fuerte desánimo. Se niega a comer y cae víctima de su propio abandono. A la vista de tal situación e incapacidad de cuidar de sí misma, “Fernando el Católico decidió llevar a su hija a un sitio seguro, donde hubiera aposentamiento más adecuado y donde estuviera a mejor recaudo”. Pues se suman noticias alarmantes sobre las maniobras políticas de los seguidores de Felipe el Hermoso, quizá en connivencia con el emperador Maximiliano. Por si esta conjura no fuera suficiente, se añade la epidemia de peste que desde hace tiempo se extiende por Castilla y hace estragos en una población desnutrida por años de malas cosechas. En tales circunstancias y en aquel tiempo ¿quién no hubiera actuado como lo hizo Fernando recluyendo a su hija en Tordesillas? Allí, ingresó en febrero de 1509, acompañada del túmulo funerario con los restos mortales de su difunto esposo, que reposaron insepultos en el convento de Santa Clara. Comenzaba así una nueva etapa para Juana entre los muros del castillo, recluida junto a su pequeña hija Catalina y custodiada por una Corte personal que la asistía, protegía y vigilaba.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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