Transcurrido el meridiano de su carrera cinematográfica, pero aún sin rodar El hombre que mató a Liberty Valance (1962), John Ford realizó una menos conocida película sobre la grandeza del servicio público titulada “El último hurra” (1958) en el que un espléndido Spencer Tracy en el papel de Frank Skeffington, alcalde de una ciudad de Nueva Inglaterra, se presenta en el ocaso de su vida a su reelección. Cuando su sobrino, de profesión periodista deportivo le visita, le pregunta “¿Cuál es el deporte más popular en este momento?”, y tras escuchar la respuesta dice el alcalde “es la política, porque todos conocen el nombre de los partidos y de los candidatos”.
Y es verdad que llevamos una temporada en la que da la impresión de que la política viene ocupando cada vez más espacios de nuestra vida hasta el punto de que somos productores excedentarios y convendría empezar a exportarla si no somos capaces de digerirla. Producimos más de lo que consumimos.
En las sociedades más desarrolladas normalmente la gente está a sus asuntos ¿alguien puede nombrar a un presidente de Suiza?, pero eso se torna cuando la comunidad es artificialmente polarizada por aquellos que acuden a unos comicios dividiendo el espacio político en compartimentos estancos en los que sea imposible el trasvase de votos. Como cuando cambiarse de operador telefónico era una misión imposible, y es que a los políticos no hay nada que les guste más que secuestrar la voluntad popular. Estas estrategias convierten al adversario en enemigo existencial considerando que sus argumentos son siempre ilegítimos, sospechosos y falsarios, y cualquier perjuicio que le suceda (un escrache, un abucheo, un insulto a su hijo, un objeto de su propiedad vandalizado o no digamos ya una pedrada) le estará bien empleado pues para algo le habían deshumanizado primero.
Y en parte este es el panorama que venía a cambiar la nueva política. La que los nuevos partidos surgidos de la crisis financiera de 2008, del separatismo y de la corrupción convinieron en que no eran formas, y que las nuevas generaciones “eran diferentes”.
«El divorcio con la realidad es cada vez más patente»
Pero este “House of Cards poligonero” como ha calificado el Sr. Igea a los sucesos de Murcia, nos ha hecho ver que algunos supuestos garantes de la estabilidad y de los principios constitucionales se han convertido en unos antisistema más, capaces de llevarnos a la autodestrucción sin importar el coste. Esta utilización torticera de las instituciones en beneficio de los partidos, en vez de los ciudadanos ¿en qué ha beneficiado a los enfermos del COVID? ¿y a los parados? ¿y a las empresas? ¿y a la transición energética? ¿y a la asignación de los fondos europeos? ¿y a la transparencia? El divorcio con la realidad es cada vez más patente, tenemos una parte de la clase política que está más preocupada en mantener su poltrona que de los destinos de la nación.
Aún recuerdo —porque acudí— la presentación en el Teatro Victoria de Madrid de unos de estos partidos que venía a cambiar los “malos usos” de la vieja política, y reconozco que pensé que aquellos cantos de sirena podrían llevarnos al centro de la modernidad. Desde que la “nueva política” llegó con las elecciones generales de 2015, los españoles ya tenemos cierta perspectiva sobre los efectos que ha tenido. El primer perjudicado ha sido la estabilidad, España disfrutaba desde la Transición de uno de los sistemas más estables (en perspectiva comparada) del mundo, con gobiernos fuertes que mandaban, en el que las legislaturas por lo general se terminaban o se acercaban mucho a su fin. En segundo lugar, las instituciones están sufriendo un desgaste más allá de lo razonable, porque que de tanto criticarlas —ahora desde el Gobierno— crean una sombra de duda en la ciudadanía sobre su utilidad. Y finalmente la lucha partidaria en el seno de las coaliciones hace más difícil la gobernación, en ocasiones, da la sensación de gobiernos sin rumbo y sin pulso que ven pasar los días con propuestas caprichosas o extravagantes a la espera de tiempos mejores.
¿Acaso hemos conseguido una administración más cercana al ciudadano? ¿más transparente? ¿más eficiencia? ¿mayor cohesión territorial? ¿mayor concordia? Respóndase Vd. mismo.
«El voto pertenece al votante y no podemos permitir que la radicalización que algunos proponen secuestre nuestra voluntad»
Ante los no tan improbables procesos electorales que pueden llegar antes de lo previsto, es importante que los ciudadanos hagamos un análisis de estos últimos años y pensemos qué es lo más importante para España. Ya nos hemos quedado a gusto en las cuatro elecciones generales que ha habido desde 2015. Ya hemos castigado a quienes consideramos lo merecían. Ahora ha llegado el momento de analizar los daños, actuar con responsabilidad y pedir la concordia suficiente para que se abra paso la estabilidad necesaria que resuelva los problemas reales de los españoles. El voto pertenece al votante y no podemos permitir que la radicalización que algunos proponen secuestre nuestra voluntad.
Cuando el insigne poeta y ensayista de la Generación del 27, Pedro Salinas, durante la guerra civil tomó la decisión junto a su familia tomar el camino del exilio que le llevaría a Estados Unidos y del cual nunca volvió, en uno de los controles de aduanas un miliciano republicano, al ver que entre el equipaje había una raqueta de tenis, dijo a otro despectivamente, “fascistas”. Durante los próximos meses vamos a tener pues que acostumbrarnos a que nos llamen muchas cosas, pero por mucho que insistan, por favor, no escondamos la raqueta.
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(*) Director de la Fundación Transición Española.
