Durante los años de la pandemia de COVID-19 muchos eventos fueron eclipsados debido a las cuarentenas, las mascarillas y los grandes inconvenientes que está generó. Entre ellos el 200 aniversario de ‘la puchera de Riaza’, un medicamento creado en 1820 por el farmacéutico Frutos Sanz y Agudo para tratar la malaria.
Este medicamento tuvo su apogeo entre 1860 y 1865, y su historia ha sido recientemente rescatada en un libro titulado “La puchera de Riaza. 200 años del primer específico español”.
El libro, presentado el pasado 4 de diciembre en el Ateneo de Madrid, cuenta con la colaboración de varios autores, entre ellos Carlos Leopoldo García Álvarez, odontólogo y descendiente de Sanz y Agudo, Antonio González Bueno, catedrático de Historia de la Farmacia y Legislación farmacéutica en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia (RANF), y Julio González Iglesias, presidente de la Academia Española de Estudios de Odontoestomatología.
El medicamento, conocido como “electuario febrífugo”, tenía como base la quina calisaya, una planta originaria de países andinos como Perú, cuyas propiedades ya eran conocidas por las tribus indígenas y posteriormente por los jesuitas. Sanz y Agudo eligió la quina calisaya por su alto contenido en alcaloide, lo que la hacía especialmente efectiva para tratar las “fiebres tercianas y cuartanas”, fiebres intermitentes que en la mayoría de los casos eran síntomas de la enfermedad.
El medicamento también se empleaba para tratar pulmonías y otras afecciones de tipo febril. Se suministraba en pequeños pucheros de barro con un solo asa, cada uno con la dosis necesaria para un solo enfermo. Cada puchera venía con un prospecto, escrito por Sanz y Agudo, que explicaba cómo debía tomarse el remedio.
García Álvarez señaló en una entrevista para El Mundo que “fue la primera vez que se imprimió un prospecto en nuestro país con tan alta difusión”. Hoy, en la era digital, el hito es tener el prospecto electrónico, no en papel.
El libro “La puchera de Riaza. 200 años del primer específico español” no solo rescata la historia de este medicamento, sino que también publica abiertamente su fórmula, que hasta ahora había sido mantenida en secreto por los familiares y sucesores de la farmacia de Sanz y Agudo. Este gesto simboliza la importancia de compartir el conocimiento para el avance de la ciencia y la medicina, un mensaje especialmente relevante en estos tiempos pos-pandemia.