En estos tiempos en los que cualquier comentario descontextualizado agrede a propios y extraños, conviene tener el tiento suficiente como para comprobar si lo que decimos es lo que verdaderamente queremos decir. En deporte, por ejemplo, conviene diferenciar entre actitud y aptitud. Son términos complementarios, aunque poco tiene que ver el uno con el otro. El talento sin esfuerzo no trae recompensa.
La excelencia se alcanza cuando a una actitud generosa se le une una aptitud diferencial. Si hay carencias en alguno de los dos aspectos, sobre todo en el de la actitud, nada funciona como podría. Negociar los esfuerzos en deporte no compra boletos en la lotería del éxito.
Como apasionado del baloncesto que soy, me llama la atención todo el revuelo mediático que genera la figura de Víctor Wembayama, jugador francés de dieciocho años con estatura y talento descomunales y con, parece, una boca muy grande. Las hemerotecas están llenas de ejemplos de eternas promesas que fueron devoradas por su entorno o, en el peor de los casos, por la desidia. La autoestima es uno de los mejores carburantes para el motor de la actitud, pero hay una línea muy fina que lo separa del ego, elemento tóxico donde los haya.
Añadan al cóctel de la actitud, la aptitud y la autoestima el aderezo de la buena salud y la capacidad de gestionar las emociones a las que se enfrenta un deportista de élite. Muchos factores que controlar, muchas variables que manejar. Por eso siempre es mejor hablar con los actos, que por algo dicen que hay que elegir las palabras con la misma cautela que a los amigos.
