Llegaron tarde a la protección pero los dislates nos los ofrecieron a granel y en abundancia. Los errores de bulto que se fijan en el expediente nos hacen sonreír cuando afirman que: “Con centro en la plaza del mismo nombre, conserva iglesia, también dedicada a esta santa” y vestigios de los pórticos de la antigua plaza del mercado (y dale), así como interesantes ejemplos de arquitectura civil de los siglo XVI, XVII y XVIII y de arquitectura popular urbana desarrollada hasta el siglo XIX”. ¿Conserva?, no conserva nada porque consintieron en que se produjera su ruina, ¿y pórticos?, mira que son recalcitrantes y además confunden soportales con pórticos, que son bien distintos, ya que éstos alcanzan esa denominación si están facilitando la entrada a un templo o a edificios suntuosos, que no es el caso de la plaza de Santa Eulalia, ya que las construcciones eran dignas pero humildes.
Pórticos no hubo ni por supuesto hay, lo que sí existió fueron hermosos y entrañables soportales como recurso inteligente para que se protegieran los vecinos de nieves y lluvias, cuando nevaba y llovía en abundancia y nada más. Bueno, sí para que los chicos nos resguardáramos en los juegos de pared ya que la lluvia nos obligaba a protegernos, porque a casa, después de salir de la escuela, no se iba nadie hasta la hora de cenar y por supuesto cansados y fibrosos, que entonces no había obesos ya que quemábamos bien las pocas grasas que se comían. ¿Que cuáles eran nuestros juegos de pared? pues “la zapatilla escondida” y el “zurrimícame los costales” entre otros ya que el agua que embarraba la plazuela nos impedía jugar al peón, al robaterreno y al murreo. Recuerdo con cuánto interés quería Don Manuel González Herrero que quedara testimonio escrito de aquellos juegos como definición de una época todavía con vida de barrio, pues que en todos los de Segovia eran los mismos y, a veces había pugilatos y retos que no siempre acababan con la paz entre amigos, sino con dreas y alguna chichirigalla que el bueno de Arturo Merino restañaba en la Casa de Socorro, hoy Alhóndiga, entre gigantones tumbados y cabezudos sonrientes y terroríficos.
Pero volvamos al dichoso expediente de Declaración de BIC a la Plaza de Santa Eulalia donde se asegura que “este arrabal surgió a partir del Camino Real del Mercado, el Camino de Madrid”. Pocas palabras, muchas inexactitudes. En Segovia, en el tiempo en que el Arrabal Grande era un hervidero de actividad para servir de paños de calidad a media Europa, el camino o la senda a Madrid iba por la Fuenfría y que el mercado se refería a la actividad, extraordinariamente concurrida, con motivo de las ferias que el rey Enrique IV había concedido a Segovia, coincidiendo con el inicio de las tareas agrícolas y en las que los agricultores de Castilla se proveían de semovientes y aparejos. No todo el año era mercado.
En el malhadado expediente, junto al martirio provocado a la plazuela se da el olvido deliberado de la Calle de Puente de Muerte y Vida. Su nombre venía, y viene, del puente que había de cruzarse, antes de que Odriozola nos regalara su entubación, en lo que hoy es el inicio de la calle de la Independencia, antigua “calle de la marrana” no por insulto peyorativo sino porque en una fuente que alcanzamos a conocer, y apagamos no pocas veces la sed, había uno de esos tótems ibéricos de los que Segovia disfrutaba en la vía pública. Recuerdo el último en la entrada del actual Museo de Pintura Moderna, si bien que aquel toro o lo que fuera, estaba a la puerta del Hospital de Pobres, antigua capilla del palacio y hoy salón de actos.
Sigamos con el tardío expediente de marras, que de haber sido atendido a tiempo habría evitado el lastimoso aspecto que hoy presenta la entrañable plazuela. ¿Peatonal?, ¿define a la calle José Zorrilla. como peatonal?, ¿desde cuándo?. O sencillamente, ¿cuándo ha sido peatonal la larga calle?. Otro despropósito de definición y otra prueba de ignorancia o, acaso, de solución burocrática improvisada en despachos, que tanto abunda en Valladolid con respecto a Segovia. Bien saben los vecinos y comerciantes que la discusión se circunscribe a si la dirección de tráfico es para arriba o para abajo— y aquí nos entendemos con eso. Hacia, o para abajo, corría, desde la churrería de Santamera hasta la plazuela, el ciclista que me atropelló cuando jugábamos a la chirumba, entre la puerta de la iglesia y la embocadura de la calle de la Plata.
Es triste comprobar, frente a lo que dice el dichoso y errado expediente, que ya nada queda del carácter tradicional de la calle Cantarranas, luego Alférez Provisional, hoy Blanca de Silos, que desemboca en la plazuela sin que en ella quede ningún resquicio de ese carácter y sabor tradicional que tuvo y que hoy ha desaparecido totalmente.
Recuerdo la vaquería de Mauri, el patio de los hierros de mi tío Gregorio, ¿dónde el pequeño jardín de mi abuela Jerónima, cuya modesta y entrañable casita asomaba a la calle de la Plata?, ¿dónde tanta arquitectura tradicional segoviana, hoy evocada por el expediente, pero ya inexistente de la Calle Cantarranas y desaparecida hace lustros?. De ello no queda ni el recuerdo mientras en la plazuela gritan tantos edificios arruinados por el abandono y su muerte provocada por la inoperancia de los que tenían la responsabilidad de su conservación.
Hoy la vida es otra, pero el recuerdo nos lleva a evocar aquí el jaleo de los chavales jugando al peón y de las niñas saltando a la comba, arrullados todos por el caer cantarín del agua de los dos caños al pilón —porque hubo un pilón a guisa de abrevadero— y cuyo sonido, siempre repetido, era una nota de vida y hoy son lágrimas por la muerte de la plazuela. ¿Dónde tanta historia y tanta vida cercenada?. La plazuela llora por su suerte y se indigna porque la han transformado para siempre y sin posibilidad de recuperación correspondiente a lo que fue.
Cierto que el mundo es otro, cierto que la vida se concibe de otra manera, pero la estructura tradicional no tenía que haber acabado martirizada. Como lo fue la escuela de niñas, frente a la iglesia, en un noble edificio de traza clásica, con jardín, verja y noble y señorial escalera a doble mano que con tanto mimo por el barrio nos dejara el ingenio del benemérito Odriozola.
