Larga, inesperada o de muchos contagios podrían ser algunos apelativos que se utilizaran para describir a una sexta ola que demostró hace ya mucho que la vacunación masiva no iba a acabar con el coronavirus.
Tras una cuarta ola de reducidos números, hasta el punto que sería debatible que tenga entidad suficiente para denominarse ola, y una quinta centrada en los más jóvenes, que estaban sin vacunar, la población y las autoridades por fin veían un futuro propicio en el que el coronavirus no marcara la agenda.
Todas esas buenas predicciones fueron aplastadas por una sexta ola que ya se extiende por casi cuatro meses y que ha dejado los mayores datos de incidencia de toda la serie epidemiológica.
La lucha contra el covid no ha doblegado al patógeno. Entendido esto, se ha optado por una nueva estrategia: convivir con él. Esta ola ha sido la demostración perfecta del cambio.
A pesar de los enormes datos de incidencia, las restricciones han sido mínimas, nimias si se comparan con las grandes limitaciones vividas en el primer año de pandemia. La menor letalidad del virus, gracias a la vacuna y en menor medida a una variante menos agresiva, ha traído un punto de inflexión.
La gripalización del coronavirus es el siguiente paso. Ante la falta de herramientas para doblegarle, solo queda adaptarse y convivir en los mejores términos que se pueda con él.
Estos casi cuatro meses de sexta ola han sido intensos, pero la tendencia hacia esta convivencia ha sido muy marcada, hasta el punto de que hoy se conservan muy pocas restricciones a pesar de seguir con un número alto de contagios.
Conviene repasar. Esta inesperada ola llegó oficialmente en diciembre, aunque el repunte previo empezó en noviembre, tal y como se puede apreciar en la gráfica que acompaña al texto.
Tras la moderada cuarta ola y vacunados los más afectados de la quinta, esta sexta no prometía demasiado en principio. Hoy ya se puede decir con seguridad que es la más larga y la que peores datos de contagiados ha dejado. Y no ha terminado.
Cuenta en su haber con el mes de más contagios, enero de 2022 con 12.827 positivos (bastante más del doble que el segundo, el peor mes de la tercera ola que fue enero de 2021 con 5.532 infectados); y con el día con mayor número de contagiados, los 803 del 6 de enero de este año (el máximo de las anteriores olas lo marcaba el 16 de enero de 2021 con 356).
Tras casi cuatro meses, no se ha conseguido rebajar los valores de contagiados hasta niveles anteriores de la sexta ola, aunque las rebajas de febrero y marzo hace que la cifra de positivos tampoco esté extraordinariamente lejos de las registradas a primeros de diciembre.
La peor etapa sin duda, el pico de la ola, se registró durante las Navidades y su semana siguiente. Poco se hizo en comparación con la amalgama de restricciones de la tercera ola, también de época navideña. La mascarilla volvió a las calles, pero las limitaciones no afectaron gravemente a la movilidad, reuniones o actividades.
La baja letalidad del covid va a hacer que la pandemia vaya a perder peso rápidamente en las parrillas informativas, más cuando se acumulan las desgracias en otros apartados. Tras dos años y el cansancio que provoca ya un tema que ha levantado tanta preocupación durante tanto tiempo, es normal esta pérdida de atención mediática.
Aunque el foco informativo se desvíe hacia nuevos horizontes, los contagios no pararán, tampoco lo harán las muertes. La baja letalidad es un hecho, pero no ha evitado que durante la sexta ola en Segovia se hayan notificado entre noviembre y finales de marzo 40 muertes relacionadas con el coronavirus.
Las cifras no son comparables a las de otras etapas, son tasas mucho más modestas, pero esta contención no aleja el fantasma de que siguen siendo demasiadas. No van a reducirse hasta cero, al menos no en el corto plazo. Esperemos que esta convivencia no nos traiga muchos quebrantos.
