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“La Música Viaja en tren”

por EL ADELANTADO
5 de octubre de 2025
en Segovia
La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, reincide en el universo ferroviario en muchas de sus canciones.

La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, reincide en el universo ferroviario en muchas de sus canciones.

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El periodista Miguel López acaba de publicar su último libro: La Música Viaja en Tren (Sílex). El ensayo recorre el entrelazamiento del ferrocarril y sus canciones a través de la historia. También describe cómo grandes nombres de la música contemporánea se suben al tren desde hace un siglo, narrando la herencia del caballo de hierro en la vida y obra de gigantes como Bessie Smith, Jimmie Rodgers, Sister Rosetta Tharpe, Duke Ellington, Woody Guthrie, Johnny Cash, Bob Dylan, Beatles, Rolling Stones, Tom Waits o Van Morrison, entre otros.

El autor y colaborador de El Adelantado de Segovia describe la coincidencia de la época dorada del tren con los años en que blues, jazz, góspel o el soul forjan su identidad en Estados Unidos y Europa, a partir de un tronco común afroamericano. También se abordan los hitos musicales del tren español, desde su origen en Cuba hasta hoy. En este volumen, se cuentan cientos de historias sobre ese viaje que une en el infinito las vías paralelas sobre las que avanzan la música y el tren. El Adelantado de Segovia ofrece un fragmento de la obra.

Parturientas del blues

Nadie sabe quién escribió la primera página en la historia del blues, la madre de todas las músicas de nuestro tiempo. Las raíces más hondas de esos sonidos parten de África, cruzan el océano y afloran de forma simultánea en distintos puntos del Delta del Misisipi, a caballo de los siglos XIX y XX, justo en el momento de máximo esplendor ferroviario en América. Es una incógnita (y probablemente siempre lo será) en qué instante aparece esa turbadora sucesión de acordes; pero ya en 1977 se considera al blues una de las manifestaciones culturales más importantes de las civilizaciones terrestres. Ese año se elige “Dark Was the Night”, canción grabada medio siglo antes por Blind Willie Johnson, para que viaje al espacio en la nave Voyager junto a saludos en medio centenar de idiomas dirigidos a los alienígenas con los que pudiera toparse. Esta composición carece de letra, solo incluye gemidos, pero en la sonda espacial también se inmortalizan en disco de oro sonidos de animales o de creaciones humanas especialmente trascendentes, como los trenes. El silbato de una locomotora, unas campanas ferroviarias y el traqueteo de las vías aparecen durante 21 segundos en esa selección de lo alcanzado por mujeres y hombres desde que se irguieron en la sabana africana hace millones de años. La música y el ferrocarril viajan desde entonces juntos por la galaxia. Ahora se encuentran a 20.000 millones de kilómetros de la Tierra, ya fuera de sistema solar. Nada construido en la Tierra ha llegado nunca tan lejos.

Mamie Smith protagonizó la primera grabación en la historia del blues.
Mamie Smith protagonizó la primera grabación en la historia del blues.

Lo que sí se conoce es la primera grabación de ese género que alberga la identidad de un pueblo machacado por la esclavitud, uno de los episodios más dolorosos de la humanidad. La canción se llama “Crazy Blues” y se capta el 10 de agosto de 1920, justo el mismo año que se extiende por Estados Unidos el derecho al voto de la mujer. Ese registro sonoro inaugural del blues alcanza un notable éxito en su tiempo y abre camino a la expresión del alma negra en tierras dominadas por los blancos, un sendero que transitan de inmediato muchos artistas. En esa acta fundacional del género también aparece el tren y procede de la garganta de una mujer llamada Mamie Smith (1891-1946).

Y fue por casualidad. Uno de los productores del sello Okeh había alquilado un estudio en Nueva York con la intención de grabar a una cantante de raza blanca. La mujer prevista para la sesión se llamaba Sophie Tucker, pero cayó enferma y no se presentó. Como estaba comprometido el pago por la utilización de la sala, se improvisa una solución de urgencia gracias a la presencia casual allí de Perry Bradford, director de orquesta y compositor, quien sugiere que cante una de sus representadas. Así no se perdería el dinero del alquiler y Mamie Smith pasa a la historia como la primera que inmortalizó un blues en los surcos de un disco.

Esta afroamericana procedía del mundo vodevil, teatros de variedades muy relevantes para el entretenimiento en América desde finales del siglo XIX. Se había fogueado en el circuito habitual para los artistas negros dedicados al blues o el jazz, la Theater Owners Booking Association (TOBA), agrupación de propietarios de teatros que vivió sus mejores momentos en los años veinte. Algunos refractarios tradujeron esas siglas como Though On Black Asses (“Mano dura con los negros”). Bradford lo organiza a toda prisa. Llama a sus músicos habituales, el quinteto Jazz Hounds, y se graba a la mujer negra de recambio. Mamie Smith es desde ese día la Primera Dama del Blues.

“Crazy Blues”, compuesta precisamente por Bradford, es una de las canciones registradas esa tarde de verano. Fue un éxito instantáneo. Venden en noviembre de 1920 la friolera de 75.000 copias y en 1921 se alcanza el millón. El dinero rompe todas las barreras raciales existentes hasta entonces en las discográficas y despierta una búsqueda frenética para explotar el talento escondido entre la cochambre sureña. Para localizar nuevas voces de mujeres las compañías incrementan el rastreo mediante estudios de grabación ambulantes, en marcha desde comienzos del siglo XX. Solo en Atlanta se contabilizan más de 700 expediciones en busca de promesas musicales. Las oportunidades se multiplican y por esa rendija inicial que abre el azar se cuelan otras voces femeninas de enorme valor: Viola McCoy, Trixie Smith, Alberta Hunter, Ida Cox (Reina sin Corona del Blues), Rosa Henderson, Memphis Minnie, Lucille Bogan, Sara Martin, Ma Rainey (Collar de Oro del Blues)…

Las pioneras recorren Estados Unidos enroladas en los medicine shows (venta ambulante de supuestos remedios para dolencias) y todas cantan al ferrocarril en esa época dorada del blues. Ethel Waters, en 1921, se lamenta en “Down Home Blues”: “Me han maltratado / No tengo tiempo que perder / Mientras mi tren espera / Tengo el Blues de mi hogar”. Ese mismo año se publica Arkansas Blues, de Lucille Hegamin, donde suenan estas palabras: “El blues se ha apoderado de mí / Estoy tan cansada y los días son tan tristes / La añoranza me tiene hundida / Allá abajo, en el viejo Arkansas / En el viejo Sur, mi cabaña es mi hogar / La gente de mi ciudad natal es buena y amable / Allí me siento bien / Estoy en el camino cierto / Tengo mi equipaje preparado / Y he pedido al señor que me lleve en el tren / De vuelta al sur / Que me lleve a Dardanelle / No tengo nada que perder”. Otra pieza suya se titula “T and NO Blues”, sobre la línea Texas & New Orleans Railroad. La coetánea Trixie Smith (1895-1943) también suma blues y vapor gracias a temas como “Freight Train Blues” (1924) o “Railroad Blues” (1925), ferroviarias hasta la médula.

La primera línea intercontinental de EEUU se simbolizó con el Golden Spike, el Clavo de Oro.
La primera línea intercontinental de EEUU se simbolizó con el Golden Spike, el Clavo de Oro.

Memphis Minnie (1897-1973) exploró múltiples variantes de significado en canciones como “Frisco Town”, “Mr. Tango Blues”, “Chickasaw Blues, Goin´ Back to Texas”, “Beale Street Breakdown”, “Bad Luck Woman Blues” o “Poor and Wandering Woman”. Grabó cerca de doscientas canciones, entre cogorza y cogorza, entre peleas a tiros y luchas con navajas. Complementó sus ingresos durante varias fases de su vida mediante la prostitución. Su marido (Kansas Joe McCoy) también estaba enganchado al tren e imitaba de maravilla el sonido de los silbatos con la armónica.

Pero la primera de todas había sido la pieza “Crazy Blues”. La letra aborda las preocupaciones características del sentimiento blues: “Ahora siento este blues loco / Desde que mi amor se fue / No tengo tiempo que perder / Hoy tengo que encontrarlo / El médico hará todo lo posible / Pero lo que necesitarás / Es un enterrador / Todo lo que tengo son malas noticias / Ahora siento este triste blues loco / Puedo leer sus cartas / Lo que no puedo es leer su mente / Creía que me quería / Me abandona todo el tiempo / Ahora veo qué ciego fue mi pobre amor / Fui al ferrocarril / A poner la cabeza en la vía / Pensé en mi padre / Con mucho gusto me la arrancaría”. Ahí, en esa primera grabación, también está el tren, al igual que en la sonda Voyager, y simboliza un sentimiento trágico de la existencia tatuado en el código genético de una raza castigada por siglos de opresión.

Mamie Smith y Perry Bradford ganan dinero a espuertas con “Crazy Blues”. La cantante, sin embargo, demuestra una capacidad de gasto muy superior a su habilidad para ingresar dólares. La dama manirrota alcanza algunos éxitos adicionales en los años veinte, pero fallece sin un centavo en el bolsillo a los 55 años.

La espita está abierta y la expresión afroamericana se lanza en tromba para superar su confinamiento secular. En 1926 se graban más de trescientos blues y góspel, cifra que casi se duplica al año siguiente. Lucille Bogan (1897-1948) descolla entre las cantantes a caballo de los años veinte y treinta. Prostitución, alcohol y lesbianismo son señas de identidad en su música. Proclama en los conciertos: “Tengo algo entre mis piernas que puede levantar a un hombre muerto”. Confraterniza en años mozos con los primeros gángsters de raza negra, un contacto que la depara vivencias aprovechadas en bastantes composiciones suyas. Muchas chicas rupturistas de hoy en día no alcanzan los niveles procaces de Bogan, que canta al tren en “I Hate That Train Called The M And O” (1934), refiriéndose al Mobile & Ohio Railroad. La querencia por las locomotoras la convierte en esposa de un ferroviario, Nazaret Lee Bogan, pero luego se divorcia y trasborda hacia otros hombres. Mobile es una ciudad portuaria de Alabama que vive del comercio de algodón, en un punto estratégico para la exportación de la materia prima textil que recolectan los negros en las plantaciones. Bogan canta con descaro sobre el whisky y el sexo, mientras afronta también en sus letras la crueldad de los maltratadores de mujeres. Una chica dura, pero no tanto como la más grande de aquellas mujeres tan valiosas: Bessie Smith, la Emperatriz del Blues.

Nadie hizo sombra a Bessie Smith (1894-1937) durante un par de décadas. La vida de esta prodigiosa vocalista refleja en gran medida las existencias de todas esas parturientas del blues. El misterio de la cantante abarca desde su nacimiento (no está clara la fecha exacta) hasta su muerte (bajo sospechas fundadas de racismo). Mostró una dureza sin par, espoleada por el alcoholismo, su carácter violento y una voracidad sexual que forjó desde sus primeros lances. Ya dijo Woody Allen que una ventaja de la bisexualidad es que se duplican las oportunidades; ella lo comprobó cuando desfilaron por su catre varias bailarinas que había contratado. También era dulce y generosa: ayudó a muchos amigos tirados en la cuneta con los dólares que ganó en sus picos de popularidad y cuidó amorosamente al hijo adoptado de su segundo esposo. Ese matrimonio con Jack Gee resultó desastroso: la maltrató durante años y la traicionó hasta mucho después de su muerte.

Ve la luz en Chattanooga (Tennnessee), una de las ciudades más ferroviarias de todo Estados Unidos. En la localidad vivían unas 30.000 personas, más de la mitad negras. Bessie apenas pudo posar la mirada en su padre ni en su madre, fallecida cuando apenas tenía ocho años. Nace en plena crisis económica, tan devastadora que deja en el paro a tres millones de trabajadores y en la cuneta a 642 bancos. La huérfana pasa hambre, al igual que sus siete hermanos. Para combatir el ruido del estómago, forma dúo musical con su hermano Andrew (a la guitarra) y se buscan la vida en los barrios oscuros de la ciudad, pasando el gorro. Ella baila y él toca la guitarra.

La futura Emperatriz del Blues entra años después en una compañía en la que actúa Gerturde “Ma” Rainey (1886-1939), otra de las pioneras eminentes. Consigue cobijo allí, pero la única estrella del show es Rainey y a Bessie solo la permiten bailar. La jefa de Smith había abrazado el blues tras escucharlo en 1902, en un rincón perdido de Misuri. Era tan espabilada que fue la primera empresaria musical de raza negra. Rainey grabó antes que nadie el clásico “See See Rider” (1924), también llamado “CC Rider”, expresión con múltiples significados que han mutado con el paso del tiempo. La etimología ferroviaria apunta a un tren que avanzaba lentamente y a las personas que sobrevivían en la carretera de hierro. Muchos convoyes llevaban grabadas en los años veinte las letras CC (Colorado Central) o SC (Southern Coastal), y varios ferroadictos apuntan a ese origen, pero también se aplica a infidelidades amorosas que se extendieron por muchas canciones de raíz rural.

Ambas damas del blues viajan juntas durante meses por localidades sureñas hasta que Smith cambia de carromato y se une a un nuevo espectáculo ambulante para saltar después a otro: Fat Chappelle´s Rabbit Foot Minstrels. Ahí se reencuentra con Ma Rainey y comparten giras durante 1916.

Bessie tardará algún tiempo hasta erigirse como prima donna del espectáculo. La riqueza de las cuerdas vocales y la fuerza expresiva de sus interpretaciones ganan adeptos a gran velocidad, pero debe esperar hasta 1923 para grabar. Los discos de estas mujeres y hombres se llamaron “de raza”, una penosa etiqueta para diferenciar este estilo del tradicional hillbilly. La discográfica Columbia utilizaba el concepto “de raza” desde 1921; Paramount se sumó a la colección racial al fusionarse con Black Swan (único sello con propietarios negros) y también Okeh siguió esa absurda estela segregadora. Había también estudios de grabación de raza, distribuidores de raza o emisoras de raza (una de las más relevantes fue WDIA, en Memphis). Se encapsula así un mercado emergente: consumidores negros de grandes ciudades (Nueva York o Chicago, sobre todo) que compran música de cantantes negras.

La oportunidad llega a finales de ese 1923, al calor del fenómeno de ventas logrado por Mamie Smith y su “Crazy Blues”. Columbia graba su primer sencillo: “Down Hearted Blues”. El estreno habla de un maltratador, porque las blueswomen no se cortaban al criticar los defectos de los peores hombres. Muchas mujeres se identificaron con esa voz y con el blues, que parecía la banda sonora de sus propias vidas y las transportaba al perdido hogar sureño. Es un bombazo y vende 780.000 copias. Dos años después repite éxito con “St. Louis Blues”, obra de W.C. Handy y grabada junto a Louis Armstrong. Forma parte de la historia la sesión (14 de enero de 1925) en que Smith y el trompetista grabaron “Reckless Blues”, “Cold in Hands Blues”, “Sobbin´ Hearted Blues” y “You´ve Been a Good Ole Wagon” (“Has sido un buen viejo vagón, cariño, pero acabaste averiado”). Llega a sus manos mucho dinero y acaba registrando en su carrera 160 canciones, entre 1923 y 1931, período en que permaneció en Columbia Records, algunas compuestas por ella misma y a una media de veinte por año. Muchas hablan en primera persona y con ecos autobiográficos. Tratan sobre el amor, el dolor, el castigo, la enfermedad, la pobreza o la muerte, con presencia notable del ferrocarril. Se las sabía todas de memoria. Esa obra es la columna vertebral del denominado blues clásico.

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