Y de repente, los acontecimientos nos cambian la vida. Un giro brusco, inesperado, igual que el vuelo de la mano de un prestidigitador que nos envuelve en el asombro al ver desaparecer lo que antes pensábamos seguro e inamovible. También las vidas cambian involuntariamente.
Estoy impresionado. Me envían un video en el que una mujer toca el piano en una casa de Kiev; en su hogar totalmente destrozado por las bombas y que deja ver por sus ventanas la desolación de la ciudad. Antes de abandonar su casa, alguien graba las distintas estancias llenas de los escombros en los que se ha convertido su vida y entonces la música se convierte en la banda sonora de su propia tragedia. Descubro en su cara —en las de los miles de desplazados ucranianos— esa mirada de resignada incomprensión que busca una seguridad que su entorno le niega. La vida les ha arrollado sin saber cómo ni por qué.
Dostoyevski decía que los hombres son seres que se acostumbran a todo. Y tal vez lleve razón, aunque mucho me temo que casi nunca encuentran explicación a la forma en que consiguen adaptarse. Y ante la adversidad, tal vez la capacidad de sufrimiento sea el secreto o, tal vez alejar la mente de la realidad que les atenaza o, quizás, apretar los dientes o el consuelo de que pronto todo pasará. Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgan por Ucrania con música de piano y estruendos de explosiones. Quiero pensar que tal vez la música ayude a esa mujer a distanciarse de su tragedia. No lo sé. Supongo que dejar todo y huir de una guerra tendrá unas fases similares a las del duelo, pero con un hilván de esperanza. Y es entonces cuando entiendo que el sentido de la vida está en vivir con intensidad, ayudar con modestia, sufrir con orgullo y, llegado el momento, morir con dignidad. Siento que las notas que desgrana la mujer del piano compendian esas cuatro fortalezas y reúnen todo lo inmaterial que posee y que nadie podrá arrebatarla. Su fuerza germina en la melodía porque el valor no reside en la capacidad de soportar el dolor, sino en su actitud ante los acontecimientos y en la forma de aceptarlos y combatirlos. Cambia tu forma de mirar las cosas y habrás cambiado el mundo. Seguramente Nietzche llevaba razón cuando decía que cuando alguien tiene un porqué para vivir, puede soportar, casi, cualquier cómo. Y Ucrania, igual que la mujer del piano, tiene un porqué.
“Vae vintis” Dijo Breno a los romanos. ¡Ay de los vencidos! Pero no se puede llamar vencidos a los que se les arrebata su forma de vida con una mordaza de sangre y fuego y que contestan defendiendo su país, sus valores, su libertad y sus símbolos con todo lo que tienen a mano. Incluso dando un paso al frente con el último suspiro que puede ofrecerles los acordes de un piano antes de que los acontecimientos quieran asfixiar sus vidas. Sólo ellos saben lo que es la intensidad, la modestia, el orgullo y la dignidad. Y por eso nunca perderán. ¡Nunca!
Mucha fuerza Ucrania.
