Siendo la conmemoración anual del misterio del nacimiento de Jesús ocasión y fuente de inspiración para los artistas, cómo no lo iba a ser para un sacerdote-poeta, poeta-sacerdote de la talla de Rafael Matesanz. Al celebrar el 25 aniversario de su muerte parecía oportuno acercarnos a su mirada de la Navidad. En su extensa obra literaria le dedica, que sepamos, cerca de 80 poemas atendiendo al sorprendente hecho de ver a Dios hecho niño, a la respuesta que el hombre puede dar, al sentido genuino de esta fiesta, a María y a José, a su relación con la Iglesia, la Eucaristía y la eternidad.
El poeta de la sierra nos recuerda que Dios es humilde, sabe anonadarse, asume nuestra naturaleza humana, comparte nuestra suerte, no siendo posible mayor cercanía, se hace novedad y regalo para nuestras seriedades. Don Rafael quisiera acercarse a Jesús con los latidos de su Madre, con el desvelo silencioso de san José.
Se rebela el poeta de Prádena ante la navidad profana, ahora tan adelantada y llena de símbolos ajenos. La ve diferente al consumo diluyente. Es testigo de que pocos conmemoran realmente el nacimiento de Cristo, y por eso se siente desasosiego y vacío. Dios quiere volver a nacer cuando caen los valores y la vida interior del hombre.
Consciente de la generosidad sin tasa del Redentor, Matesanz muestra cómo corresponderle, ya sea acunándolo, admirándose, imitando su humildad, sintiéndose prisionero suyo, dejándole nuestro corazón niño y circense para que se entretenga, desterrando la violencia, velando su sueño, acompañando vidas solitarias, sabiendo pagar el precio de la fidelidad, haciéndose cargo de la situación vital del otro, cuidando nuestra vida de familia, valorando lo pequeño de cada jornada como aprendió de san Josemaría, apostando por la sencillez y la pobreza.
Hay una serie de poemas en los que D. Rafael relaciona la Navidad con la Eucaristía. Parece lógico, ya que nuestro poeta era sacerdote, y vivía este misterio de la infancia del Señor como presbítero, pero cabe preguntarse si hubo fuentes en las que se inspiró, o es algo que manó de su propia vida interior. Entendía que Dios nacía en sus manos y permanecía como en un nido cada vez que el pan y el vino se transustanciaban en el cuerpo y sangre de Jesús. Aprovechaba la Santa Misa para sentir el calor y latido divinos, y quería donarlo sacramentado a sus hermanos.
Rafael Matesanz se sentía hijo de la Iglesia a la que amaba apasionadamente. Sabía y había experimentado que la Iglesia se hace particularmente presente en la parroquia, ya que en ella es donde uno escucha la Palabra de Dios, recibe los sacramentos, reza con los hermanos en la fe, por ello también ve un nexo estrecho entre ésta y la Navidad. Nace Dios nace en la parroquia salvando verdades, generando certezas, posibilitando primaveras, bendiciendo hogares alegres. Por ello la parroquia también es Belén.
No podía faltar la referencia a la meta del vivir, la eternidad gozosa con Dios con el abandono previo de lo de aquí. Quería que en su epitafio figurara, entre otras frases, que su tiempo siempre fue Navidad, y esperaba resucitar afianzado en el natalicio del Hijo de Dios.
Aquí termina este acercamiento a lo que D. Rafael llevaba en su corazón navideño. Nos puede ayudar buscar, para leer y releer, sus poemas navideños y así vivir tan esperada conmemoración anual con su verdadero espíritu.
