Aunque no ha pasado mucho tiempo, a lo mejor ya nadie recuerda que en algunos territorios y ámbitos de esta sociedad, se infligió dolor “a destajo” por parte de quienes, frente al marco legal establecido, intentaban romperlo imponiendo su voluntad mediante el empleo de la violencia.
Al principio, aquel dolor infligido era sinónimo de silencio y quienes lo sufrían eran sometidos al ostracismo de ser relegados con su padecimiento, a un único plano subjetivo. Esa era toda la trascendencia que se le daba a determinados crímenes de trasfondo político. Sin embargo, un buen día –probablemente olvidado- el pueblo, harto de tanta tropelía, pegó un giro radical a todo eso y salió a la calle en bloque para posicionarse del lado de las víctimas. Con aquello, la sociedad perdió el miedo y de paso recuperó la dignidad y la autoestima mientras una parte de la clase política recobraba la credibilidad perdida.
Hoy, con tanta distorsión informativa y con ese carácter olvidadizo que nos caracteriza, cualquiera podría pensar que todo aquello, a pesar de ser reciente, nunca hubiese sucedido. Es como si ahora, y siempre en función de los acontecimientos, estuviese mal visto sentir algún tipo de conflicto moral o como mínimo, considerar inapropiados los bandazos argumentales al respecto de la amnistía de determinados sectores agazapados tras el espectro político.
Si pudiésemos recordarlo, veríamos que todos esos “colaboradores necesarios” son exactamente los mismos que, como consecuencia de acuerdos poco luminosos, llevan un tiempo cambiando el tono a un lenguaje oportunamente fingido, para imponer su relato y encajarlo convenientemente en la anestesiada conciencia del colectivo, recibiendo a cambio su pedazo de poder político. Un mercadeo que sólo sería posible, en un contexto social con una marcada tendencia al olvido que habilite la perpetración de semejantes artificios… Nos tienen muy bien calibrados en ese sentido.
Independientemente de nuestra memoria de ámbito reducido, podría ser lógico pensar que aquellos capaces de rememorar el pasado, pudiesen sentirse dolidos al observar que los mismos que justificaban “la socialización del dolor” como una consecuencia necesaria de la violencia en pro de “su objetivo”, ahora condicionen al Gobierno y además, lo hagan manteniendo los mismos alegatos tangibles, eso sí, con diferente plasticidades e intensidad, pero suficientes como para seguir humillando a las víctimas. Una humillación extensiva a toda aquella parte de la sociedad que se muestre solidaria con quienes padecieron y siguen padeciendo toda esa aflicción emocional o física.
Seguramente forme parte de la propia naturaleza humana el que en muchos procesos dolorosos o traumáticos y en función de esa capacidad tan de moda llamada resiliencia, desarrollemos de manera refleja, “las mañas” y los recursos que mitiguen la aflicción o por lo menos, nos permitan hacerla más llevadera. En nuestro caso -el del Reino- es como si esa “analgesia social” consistiera en “no ser conscientes” o simplemente serlo de manera pasajera.
Como les digo, ya no lo recordaremos pero con la desdramatización de todos los hechos habidos y que estos, especialmente los relacionados con el terrorismo e independentismo, estén siendo sometidos a un blanqueo infinito -en cualquier caso, el orden de los factores, no altera el beneficio- se está a punto de legitimar lo que hasta ayer no tenía nada de lícito y todo, por un simple “rédito político”. Después, podrán llamarlo audacia, incluso progresismo, pero este trampantojo político es el reflejo de la burda falacia, del falso dilema, del “nosotros o el fantasma de la ultraderecha” y si no fuese por la desmemoria, a lo mejor podría apreciarse nítidamente, que “el caos ya impera” pero, entre tanto lapsus y sumidos en la inercia de la absoluta indiferencia, cualquier maniobra política, por muy extravagante que parezca, carecerá socialmente de consecuencias y para determinados intereses de dudosa estética, obviar “el pasado reciente” ya es la mejor de las estrategias.
