Es impropio de una sociedad civilizada convertir la muerte en un derecho. Algo que resulta, aparte de aberrante, éticamente perverso. No acierto a señalar de otro modo lo que se pretende hacer con la ley de la eutanasia recientemente aprobada en España.
Con esta ley se consuma el proceso de transformación de la ley natural y de los derechos humanos, en derechos subjetivos, según los propios deseos de cada uno.
Es el Estado quien debe garantizar este cuidado y protección
Se debe hacer énfasis una vez más en que no existe el derecho a la muerte. La vida humana es siempre un don que nos precede y que merece ser cuidada personal, familiar y socialmente desde la perspectiva del bien común hasta la muerte natural. Es el Estado quien debe garantizar este cuidado y protección, y no hacerlo lo convierte en un Estado que no cumple su misión y queda ilegitimado en el ejercicio de este poder.
Argumentos los habrá a cientos, y la perversa utilización de los mismos inocula un veneno con efectos de tisana, amparados en un ‘derecho’, pero que conlleva el fracaso de una civilización.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la eutanasia como aquella “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”. Esta definición resalta la intención del acto médico, es decir, el hecho de querer provocar voluntariamente la muerte del otro, en contraposición con el juramento hipocrático y el código deontológico de los médicos que en su artículo 5 dice: “La profesión médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico”.
Legalizar la eutanasia es una declaración de derrota social, política y médica ante el enfermo que no acabará con las perplejidades de la vida, ni de la muerte, ni con las dudas de conciencia de los médicos de los pacientes y de los familiares.
Uno puede querer la libertad sólo para sí mismo, ya que no hay ser humano sin los otros
La autonomía personal no es un absoluto. Uno puede querer la libertad sólo para sí mismo, ya que no hay ser humano sin los otros. Nuestra libertad personal está siempre vinculada a la responsabilidad por todos aquellos que nos rodean y la humanidad entera. ¿Por qué no queremos descubrir un bien social en la protección legal de la vida en su final? ¿Qué cultura dejaremos a nuestros hijos si les transmitimos que los enfermos no merecen la protección de todos?
Una circunstancia difícil, una experiencia familiar desagradable puede ser causa de una posición a favor de la eutanasia. Pero los casos extremos no generan leyes socialmente justas, por las dificultades que estos mismos comportan. Los casos extremos se utilizan y se presentan como irresolubles, razón por la cual si hoy aceptamos matar intencionadamente un paciente como una solución para un problema, mañana podremos encontrar un centenar de problemas para los cuales matar sea la solución.
Su aprobación es la manifestación más ignominiosa de la dignidad humana y de la vida. Pero en VOX la recurriremos ante el Constitucional y cuando tengamos la posibilidad que los españoles nos otorguen, ¡la derogaremos!
(*) Diputado de VOX por Segovia.
