En esta realidad se mueve el fútbol español desde tiempo inmemorial. Como en la canción de Georges Brassens, interpretada en castellano por Paco Ibáñez, aunque con diferencias en el contenido. Si en mi anterior columna asocié la corrupción como inherente a la izquierda a través del ejemplo de mi finado y corruptor amigo José Antonio Arízaga, vengo a completar el círculo haciendo lo mismo con la derecha y Rafael Louzán, nuevo presidente de la Federación Española de Fútbol y condenado (no imputado) por prevaricación.
En unas elecciones, por llamarlo de algún modo, con 141 asambleístas con derecho a voto, los mítines para convencer al votante se sustituyen por contactos directos con el mismo, escenario ideal para la extorsión y el soborno. Sin pensar mal, pero sí atando cabos con cierta lógica, no me resulta extraño que algunos asambleístas afines a Louzán reclamen sin rubor alguno, nada más saberse el resultado, la presunción de inocencia del nuevo presidente, insisto, ya condenado.
Pero tampoco que algunos, como el presidente de la AFE, reclamen (o amenacen, no sé muy bien) un puesto en la directiva: “Tenemos que aparecer y sería una pena no estar en la Junta Directiva”. U, otros, la validación de licencias de entrenadores formados, al margen de la Federación, en escuelas privadas… propiedad de los propios demandantes de esta medida. Puede que el 5 de febrero, cuando el Supremo se manifieste sobre el recurso de Louzán, haya que convocar nuevas elecciones por su inhabilitación. Pero la esperanza está perdida. Esto es como darle la capacidad de decidir el cobro de impuestos a quien los gestiona, tal y como, precisamente, sucede en la realidad, sin ningún pudor por parte de la clase política, ni reacción alguna por parte de nosotros, los administrados. “Yo ya me he rendido” me afirmaba resignado mi amigo José Luis Gómez Moya hace un par de días.
En fin, que me hubiera gustado terminar mi columna del año con otro mensaje, pero es que uno ya está hasta el gorro de tanta podredumbre.
Feliz Navidad a todos.
