¿Existe en esta vida algo más fascinante que el conocimiento de la mente? Si por un momento paráramos los pensamientos, inmediatamente experimentaríamos la certeza de que la mente es la hacedora de nuestro pequeño mundo, capaz de conducirnos a la gloria, al éxtasis, a la felicidad absoluta y también de sumirnos en el infierno de la ansiedad más angustiosa o de la depresión más profunda.
Y, ¿qué es la mente? Ramana Maharsi nos dice que “la mente es meramente pensamientos. De todos ellos, el pensamiento ´yo´ es la raíz. La indagación de ese ´yo´ nos conduce a la felicidad permanente oculta tras esa maraña mental”. Swami Muktananda indica que “si conocemos la mente, podemos encontrar con facilidad un remedio para sus problemas”. Einstein repitió en varias ocasiones que “ningún problema puede ser resuelto en el mismo plano de pensamiento en el que fue creado”.
La mente no es un objeto ni una sustancia física. Se trata de algo sutil cuyo funcionamiento se encuentra regido por reglas mucho más allá de lo puramente mecánico. Percepciones, pensamientos, sentimientos, emociones, cogniciones, recuerdos, etc., configuran todo este proceso maravilloso denominado mente. Todo pasa pues, por controlar a los caballos desbocados del pensar que tratan de hacernos transitar por caminos equivocados.
Antiguamente los científicos investigaban el método para el logro del estado de felicidad permanente. Se dieron cuenta de que la satisfacción de los deseos simplemente confería un brevísimo estado de dicha que desaparecía una vez conseguido el objetivo. Este modo de actuar convertía a la vida en una alocada carrera de metas interminables que alternaba dicha e infelicidad y conducía a un angustioso vacío existencial que abocaba, en ocasiones, a un trastorno mental. Por ello, su “medicina” se asentaba en métodos y técnicas encaminados a aquietar la mente. De ahí el Yoga (el auténtico) y la meditación (la verdadera).
En la actualidad, los investigadores simplemente indagan sobre la sustancia capaz de combatir el síntoma concreto que se manifiesta en una alteración mental que permanece en el tiempo. La psiquiatría se ha olvidado por completo aquello que se encuentra más allá de la química. Se ha dedicado a etiquetar un conjunto generalizado de síntomas para bautizarlos con el nombre de un imaginario trastorno. Se ha convertido en la ciencia de la dosis justa del medicamente adecuado. Y no podemos olvidar que en la tierra cohabitan tantas mentes como personas y, consecuentemente, tantos mundos como individuos. De ahí, que la idea de la mente para unos sea muy diferente que para otros.
Vayamos pues a un terreno más palpable. En primer lugar, a la estadística. La depresión suponía en 2019, la segunda causa de incapacidad laboral, sólo por detrás de los trastornos osteomusculares. Se estima que el coste de la depresión en España oscilaba aquel año entre los 150 y 370 millones de euros anuales, incluyendo los costes derivados por baja laboral o incapacidad, disminución de la productividad, etc. 2020 se convirtió en el año con más suicidios en la historia de España desde que se comenzaron a registrar en 1906. En total, 3.941 personas se quitaron la vida, lo que supone un incremento del 7,4% con respecto a 2019. A partir del suceso “covid 19” la incidencia de una y otro se ha elevado exponencialmente.
En segundo término, pisemos tierra más cercana. En Segovia, el tiempo medio de una primera cita con especialista en Salud Mental, ante un caso de urgencia, se estima en un mes y medio. Las subsiguientes consultas se suelen distanciar unos cincuenta días, salvo bajas, jubilaciones o traslados, que lo pudieran alargar más. La atención (debido generalmente más al sistema organizativo que al facultativo) escueta, distante, limitativa a la revisión de la medicación. “La planta” es ya otro cantar; una prisión en toda regla, en la que, sin entrar en más profundidades, el castigo al enfermo y el control del visitante siguen teniendo plena vigencia a día de hoy. Un auténtico horror. Los seguros privados carecen de un “cuadro” que pueda atender mínimamente a las necesidades de los pagadores de sus primas. Y en relación a la privada pura y dura, como la propia palabra indica, la opinión debe mantenerse en privado. El caso es que ha pasado a formar parte del inconsciente colectivo que, “si te entra la ansiedad, tómate un lorazepan y si te da la depresión, pásala en el sillón y si duermes intranquila, tómate una dormidina”.
Ante este lúgubre panorama impera la ley del “sálvese quien pueda”, “conócete a ti mismo”, “descubre el misterio de la mente”, “realiza los cambios necesarios para transformar lo que te altera” y “mantente alejado del infierno que supone tener que solicitar ayuda especializada”. ¡Quién sabe!, quizá haya llegado el momento de indagar un poco más sobre el funcionamiento de nuestra mente y evitar dejarnos llevar por ella, como un barco a la deriva, en la tormenta de un mundo que unos pocos se dedican a complicar día a día, para volvernos tan locos como la propia psiquiatría.
