Pocas cosas suenan tan nuestras como una jota, ¿verdad? Ver a los bailarines con el traje regional segoviano dar pequeños saltos con los brazos en alto, al ritmo de la dulzaina, la bandurria y el tamboril… Una tradición muy arraigada en la gente no solo de Segovia. Recordemos que la jota puede ser castellana, aragonesa, valenciana o hasta extremeña. Sin duda, se trata del más extendido y diverso de todos los géneros tradicionales que componen el mapa musical de España.
Así que casi hasta se podría decir que ha tardado en llegar lo que ayer anunciaba el Consejo de Ministros: la jota ha sido declarada manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial. Una decisión que sirve para proteger y salvaguardar un baile tradicional con más de 700 años de historia.
La jota nació en el antiguo Reino de Valencia, allá por el siglo XIV. E, incluso, podría ser más antigua, ya que los documentos hablan de esta danza como algo que ya estaba muy generalizado por entonces en esa zona. Se cree que a Castilla no llegó hasta el siglo XVI o XVII, en una versión más sobria y menos movida que la aragonesa o la valenciana.
La jota debe su nombre al verbo mozárabe sotar, que significa, simplemente, saltar o bailar. Y, aunque puede variar dependiendo de dónde se escuche, sus características comunes las conocemos todos: los pequeños pasos saltados, las manos ligeramente levantadas (con o sin castañuelas), el ritmo de la música… y sus letras. Estas se suelen escribir en cuartetos octosílabos y la temática puede ser variada: patriotismo, religión, picardías… Muchas veces suelen tener un toque de humor. Aunque, sin duda, las más populares son las que sirven como elemento de cohesión en el pueblo que las baila. Como nuestro querido tema que es casi un himno: ‘La chica segoviana’.
Con este nombramiento, la jota se asegura una protección que le puede dar muchos años más de vida. Y no solo eso. Supone un primer paso para que se convierta en patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO.
