“Me voy a dejar la piel para defender a la clase media y trabajadora” repite en sus comparecencias el Presidente Sánchez. A veces lo dice con conjunción y otras en plural. Clase media no significa mucho sociológicamente, es un amplísimo y cómodo espacio de los que no se sienten ricos ni pobres. Y por supuesto, clase trabajadora es solo la actualización de la “O” del PSOE. La intención es crear un nuevo sujeto político con un nicho de mercado de más del 70% de la población y, de paso, arrinconar al PP en la esquina de los ricos y los directivos del IBEX. Una nueva clase social para un tiempo nuevo donde el aumento de los precios de los bienes y servicios hace que la economía invada la política. Los partidos cambian su estrategia porque saben que estas elecciones van de cómo llenar huecos: el depósito, el bolsillo y la cesta de la compra. Hay que abaratar los mensajes para que las ofertas electorales no se conviertan también en artículos de lujo. Se aparca la guerra cultural y el modelo de Estado. “Ni se te ocurra hablarme de Puigdemont o la Ley Trans al precio que está la leche”.
La inflación económica esconde la inflación política y también se ceba con los precarios. Hay un hecho electoral inalterable en democracia: la altísima correlación entre la renta y la participación. Les aleja. Les aparta. A menos dinero, menos participación. En la Moraleja hay un 80%. En La Cañada Real un 20. A pesar del monárquico nombre y de que hay mucho Land Rover, perro y caballo como en Balmoral, es un ejemplo de agujero negro electoral que sitúa a los partidos como una realidad fuera de su alcance y comprensión. Como ver a un Rey enfadarse con la tinta de la pluma. Heredan la apatía y la contagian y claro, la indiferencia se vuelve recíproca y los partidos les sacan de su catálogo. A quién perjudica la abstención es un tema en revisión en ciencia política, pero hay evidencias de que sigue dañando más a la izquierda. Los ciudadanos con vidas más precarias, cuando votan, lo hacen por partidos más de izquierdas que de derechas y esto lo sabe el PSOE. Igual que sabe que esta movilización debe hacerse con tiempo. La campaña electoral es el peor momento para generar confianza entre los abstencionistas, sobre todo los estructurales. Hablar de pobreza un mes antes de votar es inútil y en situaciones de crisis, como la actual, podría volverse en contra porque hay quien prefiere volcar la mesa antes de seguir jugando. Ahí está Vox para empujar, aunque desdibujado porque a los “Espinosa de Los Monteros” les cuesta pasar por “los de abajo” y son más de Ventas que de Polígonos. Ahí está Yolanda Díaz metiendo codazos reclamando la histórica propiedad comunista de la pobreza: “crearla es fácil, lo difícil es que te siga votando”. Sánchez la deja decir para luego pasarla por el corrector jurídico y el Excel.
Una manera de ganar encuestas es llamar a Tezanos y otra, más lenta pero real, es ampliar el universo electoral activando a los abstencionistas con mensajes directos de empatía y de culpas. Por eso Sánchez va a una larga campaña deflacionada con un relato corto: Feijóo como representante del poder que no quiere asumir esfuerzos ni ceder privilegios y ganancias y Él poniendo voz a los que no la tienen y su cara para que se la partan. Aunque el líder popular trata de incluir en su discurso su idea blanda de clase media envuelta en formas (casi siempre) moderadas (“las empresas son también sus trabajadores; una cosa es tener piscina y otra tenerla climatizada; para poder, Sánchez” le dijo a Ana Pastor). Su oposición a las últimas medidas no contrasta con Sánchez sino con el Partido Popular Europeo que ha cambiado de paradigma y ahora sí habla de redistribución. Si en la crisis anterior los impuestos salvaron a los bancos, en esta toca viceversa. Feijóo se niega apelando a la diferencia entre facturación y beneficios y entre ayuda finalista y generalista. Explicaciones de política inflacionada, fuera del alcance de la mayoría, que amenazan con poner fin a su luna de miel y techo a su escapada demoscópica. Aunque la CEOE se empeñe, estas medidas no son estalinismo liberticida. Son Estado de Bienestar Europeo, el mejor sitio del mundo donde estar medio bien si las cosas van mal. Donde tener dinero sin llevar guardaespaldas y tener necesidades sin llevar machete. La semana pasada estaba Fukuyama en Madrid diciendo que la lucha de clases había muerto, pero como escribió el gran Javier Marías “No has cambiado mucho desde que te vi morir”.
