La indumentaria del danzante es, y ha sido, en la provincia de Segovia, un tema muy estudiado desde distintas disciplinas. Una de ellas, la Historia. Y, además, entendiendo por danzante exclusivamente aquel que adorna la procesión el día de la función. En la provincia, actualmente más de 30 localidades mantienen en activo sus danzas rituales, pero siglos atrás la danza ritual estaba presente prácticamente en todos los pueblos o bien en el Corpus, Rosario o en distintas advocaciones locales y a la indumentaria del danzante (los datos hasta el momento encontrados sólo se refieren a los danzantes en masculino) formaba parte del rito, como iremos viendo.
Es por ello que para estudiar la indumentaria de la danza ritual a lo largo de la historia nos remitamos en este estudio a los libros de cofradías, las piezas testigo y la fotografía etnográfica, sin olvidar el estado actual de la cuestión. Hoy en día, sólo siete pueblos de la sierra (San Pedro de Gaíllos, Valleruela de Pedraza, Gallegos, La Torre, Arcones, Orejana, y Castroserna de Abajo) mantienen el uso del enaguado (en la historia no aparece este término, sino que se refieren a la indumentaria como ropellas, vestuario, vestidos…), y Carrascal de la Cuesta es el único que mantiene las casaquillas. Y no sólo mantiene ese modelo de indumentaria sino que además conserva piezas testigo de modelos anteriores, con gorra para el danzante incluida (FOTO 1). Y no podíamos omitir el dato de Cuéllar cuyos danzantes del Niño de la Bola llevaban un modelo único en la provincia compuesto de un mono de dos piezas más cercano a la indumentaria actual de la danza palentina que a la segoviana.
En el resto de la provincia, el modelo se ciñe al de calzón corto, pero veremos que, en siglos anteriores, el adorno y aderezo del danzante era mucho más rico, tal y como hemos podido comprobar en el alquiler en Segovia o Sepúlveda, de las ropellas, libreas y vestidos para los danzantes que en ocasiones se pagan con pollos (dos pollos exactamente pagó la Cofradía del Corpus de Torrecaballeros en 1730 por el alquiler de los vestidos de los danzantes e incluso aparecen gastos de “irlos a buscar”). Y no sólo se alquilaban los trajes en Segovia o Sepúlveda, sino que las cofradías que poseían la indumentaria, la alquilaban a pueblos vecinos aumentando así sus ingresos, pudiéndose con estos datos ampliar el mapa de danzas rituales en el tiempo y el espacio, y entendiendo además que las festividades no serían coincidentes.
Para comprender la preocupación que las cofradías tenían por la indumentaria del danzante debemos entender bien el contexto en el que se producía esa danza. Estamos a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, en el Barroco español, con todo lo que implica. Las “fiestas” de los pueblos suponían un desembolso importante en comedias con el gasto en sus vestidos, “el que sacó” la comedia, el tablaó, e incluso el papel; se corrían toros, se tiraban cohetes, se adornaba la carrera con tomillo o fuentes de vino; o se ponían enramadas. Las cofradías se convertían en verdaderas estructuras organizativas nombrando a cada hermano para los oficios mayores y menores incluyendo el pendón – mayormente de damasco encarnado-, la cruz, las andas de la Virgen y las varas del palio, sin olvidar la comensalía festiva con carneros, ovejas y arrobas de vino. Podía haber varias danzas como la de arquillos, gitanos o la danza de caballeros onzados (seguramente danza hablada) que se registra en el Corpus de San Pedro de Gaíllos. Y es que, en ocasiones, la festividad tenía una convocatoria comarcal como es en este último caso donde asistían vecinos de Aldearraso, Aldealafuente, El Barruelo, y La Ventosilla. Pero la carrera (procesión) tenía también otros protagonistas como las soldadescas o el zarragón o zorra que acompañaba a los danzantes. Entre este despliegue, la indumentaria del danzante, protagonista de la procesión, no podía ser cosa menor.
Desde finales del siglo XVI se documentan para la danza, danzantes, danzantas, gitanas (localizadas en los pueblos situados exactamente al norte del río Cega), niñas, mozas, hombres…pero las referencias a su indumentaria, especialmente en la provincia, se centra nada más en los danzantes, detalle al que, de momento, no hemos podido dar explicación.
Pormenorizando en los modelos de los vestidos para dichos danzantes, investigadores como MacGrath o Flecniakoska estudiaron el Corpus urbano de los siglos XVI y XVII a través de los protocolos notariales y documentaron hombres con tocados de tafetán, vestidos de blanco, con jubones, sayas, gregüescos, calzones, medias de colores, zapatos blancos y todo ello con telas como cotonía, frisa, holandilla, tiritaña.
En la provincia la documentación nos la darán los libros de cofradía, especialmente del Corpus y Rosario. Estas festividades ya fueron estudiadas por autores como el Rvdo. Arribas en Fuentepelayo, Fuentenebro en Cantalejo y Cuesta Polo en Veganzones sacando a la luz en los dos últimos casos la presencia de casaquillas. En Veganzones se documentan desde al menos el siglo XVIII y sabemos que se las alquilaban a Cantalejo que durante ese siglo terminó por confeccionarlas en droguete igualmente y alquilándoselas a Torrecilla del Pinar. Con el tiempo, los danzantes de Cantalejo cambiaron las casacas por el enaguado, actualmente perdido y Veganzones, aunque cuenta con piezas testigo que podrían permitir su réplica, ha perdido igualmente las casacas de la indumentaria de sus danzantes (FOTO 2).

Fuentepelayo documenta además, durante el siglo XVII máscaras, carátulas o rostros posiblemente para la danza de la enmascarada. Y no será el único pueblo que documente carátulas en este siglo ya que estudios actuales están sacando a la luz, nuevos datos en relación al “aderezo y adorno” de los danzantes que completarán las danzas de máscaras en la provincia de Segovia. Por tanto, no sólo hablamos de los vestidos de los danzantes, sino también de “los aderezos” como es el ejemplo de las carátulas, colonias, y cascabeles ensartados en cintas, concretamente dos juegos por danzante.
Pero siguiendo el hilo conductor del siglo XVIII y las casaquillas, cabe destacar el hallazgo del pueblo de Muñoveros, que tiene dentro de sus piezas testigo, ejemplos de casaquillas estampadas (FOTO 3). Al igual que Cantalejo, utilizaron a principios del siglo XX un modelo de enaguado, actualmente perdido y sustituido por el de calzón corto para el danzante.

Pero no solo casaquillas gastaban los danzantes en la provincia. Un acta de gastos de 1756 de la Cofradía del Corpus de Torrecaballeros nos hace referencia a lo que podría ser un modelo de enaguado, primero por la cantidad de tela que compran, que podría corresponderse con la cantidad suficiente para hacer “faldillas o engaüillas”- y segundo por las telas, tales como saetín fino de Inglaterra, seda y holanda cruda, además de los complementos a base de colonias y cascabeles. Fue un gasto importante en el que además contribuyo económicamente la cofradía del Rosario de la localidad en la que llama la atención que el gasto en indumentaria se haga para los danzantes y no para las danzantas (FOTO 4).

A mediados del siglo XIX, gracias a las aportaciones de Víctor Sanz sabemos que los danzantes de los Santos Mártires de Caballar vestían con chamarretas y toneletes con cintura de hiladillo azul. Y a finales de siglo, sabemos por los libros de la cofradía del Rosario de La Matilla que los danzantes llevaban gorros, dato que sirvió a Diego Hernández Benito, alcalde de la localidad, para localizar en los desvanes del pueblo, el único ejemplo que se ha conservado (FOTO 5).

Gorras de colores con plumas se documentan también a finales de siglo XIX igualmente en la vecina localidad de Valleruela de Pedraza en el inventario de la Virgen del Amparo enlazando con la fotografía etnográfica del Padre Benito de Frutos que dejó muestra de la indumentaria de estos danzantes y de su zarragón.
Por su parte, el zarragón se documenta en los libros de cofradía desde el siglo XVIII y actualmente tiene una presencia significativa en Carrascal de la Cuesta, Gallegos y Bernardos, donde aún guarda una indumentaria característica. No obstante deberíamos diferenciar entre el zarragón o zorra con una función mas jocosa en la danza, y la del guión o pastor de la danza (buen ejemplo tenemos en la danza del arco de La Torre o en la Cruz de San Pedro de Gaíllos cuyo personaje ejerce de zarragón a los danzantes y guión a las danzantas). Sea como fuere, el zarragón se registra a lo largo de la historia y con él su indumentaria, no solo con las referencias escritas de los libros de cofradía de Veganzones – “un vestido para el zarragón de los danzantes compuesto de varios colores y retazos y consta de chupa, calzones y un morral o talego”- sino que en este caso contamos también con piezas testigo y fotografía etnográfica donde aparecen los modelos descritos . En Prádena igualmente en 1783 aparece la figura del zarragón y en esa fecha también La Matilla se gasta 67 reales en el paño y el forro del vestido del zarragón. Un siglo más tarde será Valleruela de Pedraza en 1894 quienes registren un vestido de colores para el zarragón, de calzón y chaqueta y morral para llevar los palos. Dato curioso porque nos hace referencia a la función que desempeñaba en la danza de palos.
La fotografía etnográfica nos aporta datos sustanciales con respecto a este personaje ya que aparece por ejemplo con los danzantes de Caballar en una feria de turismo junto a las alcaldesas de Zamarramala en 1912.
Pero significativo fue el hallazgo del pueblo de Prádena (actualmente sin danza ritual) al encontrar el traje del zarragón – y otros tantos enseres del Corpus- el cual se pudo restaurar y sacar a la luz. Sabemos por los gastos de la cofradía que ese traje es de entorno a 1800 y que se corresponde con la estética descrita de varios colores, retazos y morral para llevar los palos, lo que situaría las danzas de palos en Prádena desde al menos esa fecha (salvo que aparezcan datos claros sobre palos, las danzas podían ser de cascabeles y no necesariamente paloteos que actualmente copan el panorama ritual) FOTO 6.

Y representativo es el caso de Gallegos cuyo zarragón tiene tres modelos distintos siempre respondiendo a las telas o retazos de varios colores y gorro o capucha; o en Carrascal que además complementa el indumento con una cola de zorro.
Con este recorrido histórico debemos mirar la danza ritual como una manifestación que lleva viva casi quinientos años. Y no solo la danza, sino sus protagonistas y su contexto. Los vestidos para la danza que se documentan en la historia, si bien se refieren exclusivamente a la danza masculina, han llegado vigentes hasta nuestros días uniendo la memoria escrita con la memoria oral y la cultura tradicional con la historia y por tanto los debemos tratar como testimonio del pasado. Seguramente hayan sufrido adaptaciones en manos de sus protagonistas, pero no pueden someterse a recreaciones individuales exógenas, libremente, sin que se produzca la documentación pertinente.
Por su parte, la mujer ha estado presente en la danza ritual desde las primeras documentaciones y entonces ¿por qué no se la asigna una indumentaria concreta como a los danzantes con las casacas o las enaguas? La mujer danzaba en prácticamente todos los tiempos festivos desde finales del siglo XVI, y generalmente ofrecía roscas e igualmente pasaron a ejecutar las danzas que los gitanos ambulantes debieron interpretar en tiempos lejanos. Pero la mujer a finales del siglo XIX desaparece del contexto ritual – debido seguramente a indicaciones del poder religioso- y los nuevos formatos del siglo XX a base de certámenes y concursos la vuelven a poner en escena, nunca mejor dicho. Y la mujer se viste para la ocasión tirando de los manteos de los días de fiesta que bien pudieran ser rojos o amarillos sin que esta diferenciación de colores supusiera una distinción laboral (erróneamente se ha atribuido el amarillo a las segadoras y el ejemplo lo tenemos en Arcones donde en la Virgen de la Lastra podemos ver grandes ejemplos de manteos adornados con cintas negras y de color rojo, amarillo, e incluso serranos, sin ninguna significación laboral).
Pongamos en valor la pervivencia en la actualidad de los distintos formatos de vestidos para los danzantes (enagüillas/faldillas y casacas); las piezas testigo conservadas y que esperemos que vayan aumentándose en el tiempo; y en definitiva, la historia de nuestros pueblos, que año tras año mantienen viva la tradición.
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(*) Investigadora de la Cultura Tradicional Segoviana.
