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La historia… tarea interminable

por Julio Montero
9 de marzo de 2022
JULIO MONTERO 1
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Salvemos nuestro patrimonio en riesgo de ruina

Intrascendente celebración

Jacinto Guerrero y ‘El Huésped del Sevillano’ en el Cervantes

Aunque casi todo el mundo piensa que sabe de historia, con este saber ocurre como con el fútbol: son muy pocos los que han hecho de ese conocimiento un modo de vida. Y de esos, únicamente una parte muy reducida saben de verdad sobre el balompié (entrenadores de primer nivel, jugadores profesionales y algunos directivos y agentes). Luego están quienes se pasan la vida juzgando qué saben los que saben aunque ellos apenas sepan.

El personal suele afirmar, y al hacerlo ponen cara de saberlo todo, que la historia son los hechos, que es como confundir la cocina con las cacerolas y sartenes. Los historiadores de oficio, los que viven de ‘practicar’ la historia, son una minoría aún más reducida que los que saben de fútbol y sufren las mismas intromisiones que la catarata de ignorantes que cada semana hace la alineación de su equipo favorito, alrededor de un montón de cervezas, mientras ponen cara de haber descubierto algún misterio velado a los mortales hasta entonces.

La historia es un saber tan complicado como el que sustenta cualquier oficio. Y antes de empezar a aprenderlo hay que situarse en el complejo mundo de los historiadores profesionales. Los que se asoman a esa puerta, especialmente los jóvenes, al comenzar sus tesis doctorales, les parecerá que entran a un salón de baile de enormes proporciones en el que se interpretan muy distintas melodías: y además y a la vez, con volúmenes distintos y mejor o peor sonorización, en función del rincón o parte de la sala en que se ejecutan.

La historia es un dar cuenta racional de un fragmento del pasado (en espacio y tiempo) desde las fuentes

Esas piezas musicales no son para escuchar: son para bailar, porque el historiador actúa, escribe, habla, graba en imágenes… la historia. Pero no hay que complicarse mucho. La historia es un dar cuenta racional de un fragmento del pasado (en espacio y tiempo) desde las fuentes. Añadir ‘conocidas’ sería una redundancia, porque las fuentes ocultas e ignoradas no son fuentes… hasta que se descubren claro.

Tras moverse por el salón hay que elegir pista y música. Hay cosas muy distintas. Desde discretos cuartetos de cuerda a orquestas completas, unos de frac y otros disfrazados de gente normal como si vinieran o fueran a un concierto sorpresa en medio de cualquier sitio (una ‘flashmob’); también raperos: unos, sutiles captadores de realidades sociales y, otros, de medio pelo con su máquina de crear música al hombro. Y en medio de todo: grupos pop no muy numerosos, algunos tan antiguos que se autodenominan aún ‘conjuntos’; y no faltan los rock o heavy; solistas…

Y sí: en el salón de la fama de la historia académica aún actúan gentes enamoradas de las clásicas estructuras de ‘paradigmas sólidos’, no solo de los marxismos en continua y pausada renovación. Están también los distintos ‘giros’: el lingüístico y el cultural por señalar los dos más conocidos; y las metahistorias con tantas cabezas como una hidra; y las microhistorias o historias en migajas; y las historias postmodernas; y las cuantitativas; y las económico-sociales de larga duración, media y coyuntural; y ahora, claro, las historias críticas de todo signo: feministas, étnicas, imperialistas, de género (de todo tipo de género). Y para arreglar el lío se nos ha colado la memoria, los relatos de memoria, que aunque siempre son plurales solo atienden en cada momento a una banda. Y paro aquí porque el párrafo se va a convertir en un libro.

Frente a este galimatías está la historia ‘para todos los públicos’, la de los grandes relatos aplicada a entidades grandes o más reducidas, en mayor o menor escala cronológica. Grandes relatos que pueden hacerse de cosas no tan grandes o de periodos relativamente breves. Es una historia para andar por casa, para uso corriente en el presente.

No hay que engañarse, los grandes relatos son muy limitados

No hay que engañarse, los grandes relatos son muy limitados. Durante siglos la historia universal ha sido la de Europa y la de los lugares donde llegaba su influencia. Hemos vivido felices sin saber nada de China, de la India, de África o de una inmensa extensión de territorios entre Israel y la península arábiga y China fragmentados en países que terminaban en ‘-án’. Hasta que se convirtieron en colonias o ‘zonas de influencia’ nos respondieron con la misma moneda: nos ignoraron. Y ahora que nos importan, o nos preocupan, o les tememos, hemos ampliado nuestras fronteras mentales. Porque esa es otra de las características de nuestra historia: historiamos lo que nos importa del presente. La historia es un modo de meter el pasado en la actualidad. En realidad solo una parte del pasado.

Si nos ponemos en plan mercantilista podríamos decir que hay ciudades, regiones, países y hasta continentes (Europa es el mejor ejemplo) que viven de su historia. Han logrado convertirla en un producto que se desgaja en turismo cultural. Aunque no hay que hacerse ilusiones, la historia en estos casos no es un saber, ni siquiera la modesta explicación de una guía: es un sello de garantía de calidad, de antigüedad auténtica, que hace más importante el fondo de un ‘selfie’. A nadie se le oculta que lo clave de estas fotos es el primer plano de la pareja o del individuo sonriente. No es un ‘esto está aquí’, sino un ‘yo estuve aquí’.

Europa lleva camino de convertirse en un amplísimo parque temático para disfrute de ricos de otros continentes (especialmente asiáticos bañados por el océano Pacífico). Su capacidad de comprender la cultura europea ‘clásica’ es similar a la de los europeos ricos de las novelas de Agatha Christie que visitaban las pirámides de Egipto: absolutamente nula. Importaba también la foto: como había más tiempo los posados eran más cuidados y la esfinge o las tres pirámides daban sensación de eternidad y de misterio. La realidad era más modesta: unos ricos sin prisa y una ignorancia grande. Recibimos lo que dimos. Inventamos el turismo y lo sufrimos ahora.

En parte, esta es una de las grandes traiciones de la historia: ofrecer versiones para su uso y disfrute. Y esto no es solo cuestión de promoción de parques temáticos. Ocurre igual cuando justifica y promueve políticas. Hasta parece que vuelve aquello de los años 60 y 70: lo que importa es la revolución y la historia solo es un instrumento de su promoción.

Pero Occidente necesita la historia. Es parte de nuestra vida actual siempre. Y la gente que la reclama (a veces sin saberlo) busca un lugar en ella. No quieren su biografía, pero sí el poder identificarse. Algunos relatos lo logran tanto que cuando los ancianos cuentan su vida están narrando lo que han leído en un libro sobre aquello o visto en una película: ¡y lo hacen sin ser conscientes! ¡Asumen como vivido y real en su biografía aquel relato! Necesitamos que nos digan que formamos parte de algo y que eso no exija engañarnos contra nuestra experiencia. No podemos prescindir de la historia ni como comunidad ni como personas.

Dejamos al aprendiz de historiador en el salón de baile, entrando. Lo principal es que logre poner en la misma línea sus preferencias, con el tipo de música, el grupo de músicos que la toca, incluso lo que pide el mercado y la actualidad… y sobre todo su conciencia.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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