El baloncesto segoviano está de luto estos días. Uno de los máximos representantes de este deporte, Juan Pascual Manzano, nos ha dejado, pero su legado sigue vivo entre todos aquellos que tuvimos la suerte de compartir muchas horas a su lado, bien en las canchas de juego o bien en animadas charlas acompañadas de unas cañas.
Su comienzo en el deporte está irremediablemente unido a quien en ese momento lo organizaba, el Frente de Juventudes (FJ) de Falange Española y su continuación la Organización Juvenil Española (OJE). Durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, los jóvenes tenían muy pocas opciones de practicar deporte al margen de este Organismo. En sus Hogares, la juventud se reunía para entretenerse y compartir su tiempo de ocio practicando las numerosas disciplinas deportivas que ahí se organizaban, entre las que se encontraba el baloncesto. Sin embargo, fue el balonmano el primer deporte con el que Juan inició su faceta como entrenador.
Al baloncesto llegó más tarde, cuando realizaba su labor como instructor de juventudes en el Hogar ‘Pedro de Valdivia’. Aquí realmente es cuando comenzó su dilatada y brillante labor como gestor de un grupo humano. A pesar de que eran muchos los chavales que se acercaban para querer participar en el equipo de baloncesto, Juan empezó pronto a desarrollar esa intuición para determinar quiénes podían aportar más en el terreno de juego, y fuera de él. Ya en 1965, recién estrenada la cubierta del pabellón Enrique Serichol, sus jóvenes jugadores competían contra las figuras consagradas del baloncesto local. Las primeras ‘joyas’ que disfrutaron de sus enseñanzas, Ibáñez, Baños, Nicanor, Vaquero o San Juan, eran capaces de plantar cara a los consagrados en esos momentos del Imperio y de la Gimnástica Segoviana, tales como Grande, Pérez Soria, Tabanera o Cantalejo. Ya en ese momento Juan empezaba a dar muestras de su valía, ganándose el respeto de las personas vinculadas al baloncesto. Quizás le faltaban conocimientos técnicos y tácticos sobre este deporte, sin embargo, entre sus facultades se encontraba el saber transmitir a sus jugadores lo que tenían que hacer con consignas breves pero muy claras y una visión del juego que para sí quisieran muchos entrenadores actuales de la élite.
A pesar de su valía, no se hizo cargo del equipo sénior del Imperio hasta más adelante, en la temporada 1967-1968, en la que se volvieron a juntar los mejores jugadores locales tras el cisma que supuso la creación de la sección de baloncesto de la Gimnástica Segoviana. De este modo, Manzano dispuso de lo más selecto de este deporte para conseguir el ascenso a la segunda división nacional. Además de los veteranos, subió al primer equipo a un grupo de jóvenes que venía pisando fuerte, y que tendría mucho peso en los años venideros, como Prada, Barroso, Lázaro, Viloria o Tapia.
Precisamente, el dar la oportunidad de jugar a los valores emergentes fue una constante en su vida como entrenador. Así lo hizo valer en otro episodio que removió los pilares del baloncesto local. En la temporada 1971-1972 el club Imperio conformó una plantilla de un alto nivel, teniendo a Prada y Tabanera como máximos exponentes. Sin embargo, ambos fueron fichados a mitad de la temporada por el Breogán, club de la primera división. En esos momentos el equipo comandaba la clasificación de su grupo de segunda división, sin embargo, la salida de éstos provocó una diáspora en el resto de la plantilla y del mismo entrenador. Ante esta situación, Juan volvió a hacerse cargo del equipo, pero echando mano de los jugadores del equipo juvenil, quienes tanto recorrido tuvieron en los años posteriores, entre otros se encontraban Herranz, Santiño, Duque, Castrillo o Juanpi.
La época del Imperio FJ/OJE se acabó con la desaparición en 1977 de esta organización franquista como promotora del deporte español. Esta desaparición ocasionó en Segovia un panorama desolador por la falta de financiación económica y patrocinadores, tema este que ya no dominaba Juan. El caso es que, en 1979, para superar estas penurias, se encontró a un mecenas, quien puso su dinero a disposición del Club para intentar poner al equipo entre los mejores de España. Este anhelo produjo una decisión inesperada. Manzano, quien hasta ese momento ejercía de presidente, entrenador, director de la cantera y ‘máximo accionista’ se vio apartado de todas estas responsabilidades. Esta situación no entraba en sus planes y decidió desvincularse del que hasta ese momento había sido su club y al que había dedicado tanto esfuerzo y dinero.
Aunque aparentemente era una persona tranquila, tenía los arrestos suficientes como para salir adelante en situaciones problemáticas. Tras su salida del Imperio, el baloncesto seguía siendo una prioridad para él, por esta razón tomó la decisión de crear su propio club, el JPM (Juan Pascual Manzano). A partir de este momento, su proyecto pasaba por formar una cantera de jugadores, a los que había que proporcionar muchas horas de entrenamiento, pagar las fichas para competir en las diferentes ligas y, siguiendo la tradición, disfrutar de los pospartidos. Eso sí, siempre a costa de su propio capital, que él entendía que tenía que ser puesto a disposición de quienes le devolvían su entusiasmo por el baloncesto.
Por el JPM pasaron decenas de jugadores por las diferentes categorías, desde los más pequeños en la de minibásquet a los mayores en la sénior. En casi todos los casos era frecuente ver a sus equipos alzarse con los campeonatos en las ligas provinciales. Estas victorias locales tenían su continuación con la disputa de las fases de sector a nivel autonómico, en las que el pabellón segoviano siempre quedaba en un buen lugar. Incluso llegó a ganar en la categoría juvenil al todopoderoso Fórum Filatélico de Valladolid, con una generación de excelentes jugadores como Santi, Jacobo, Chema, David o Pastrana.
Los años iban pasando, y ya con la jubilación en sus hombros, seguía dedicando sus esfuerzos a dar salida a unos jugadores sénior que confiaban en él y compartían su entusiasmo por competir en este deporte. Sin embargo, las fuerzas ya no le daban para comenzar un nuevo ciclo acompañando a las nuevas generaciones.
Sus últimos años, apartado ya de las canchas de juego, estuvieron marcados por las visitas que recibía de muchos de los jugadores que habían compartido con él innumerables momentos. En cualquiera de estos encuentros, Juan demostraba que su cabeza seguía recordando nombres y situaciones que para otros ya habían pasado desapercibidos. Y siempre, siempre, el baloncesto era el centro de las conversaciones.
Juan Pascual Manzano fue una persona singular, con sus filias y fobias, que supo descubrir el talento, dio confianza y forjó lazos de amistad con sus jugadores, con relaciones que han perdurado a lo largo de los años. Aunque en vida ya recibió algún que otro merecido reconocimiento, con estas líneas quiero ofrecer mi más sincero homenaje a quien me enseñó, creo que también a muchos más, que el baloncesto es más que un deporte. Su legado en el baloncesto segoviano será recordado con respeto y gratitud.
