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La guerra. Las guerras. Las balas y las flores

por Miguel Velasco
1 de noviembre de 2021
MIGUEL VELASCO
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Ena, la serie Woke

No sois para él lo que él es para vosotros

¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

Quizá porque lo contemplamos desde la distancia, los de esta parte del planeta no vemos con nitidez la tragedia que padecen los pueblos más vulnerables frente a las férreas dictaduras políticas o los profundos fanatismos religiosos. Por eso, las catástrofes bélicas, incluidos los irreparables efectos psíquicos a quienes les atormentan el ruido destructor de las bombas y la sangre derramada por los misiles teledirigidos con precisión demoledora se nos dibujan sustancialmente alejadas, imprecisas, a veces insensibles aquellas horrorosas situaciones de las guerras, de unas guerras que el hombre se empeña en reactivar focalmente en territorios iguales o distintos cuando se ha exterminado determinado escenario. Y estremece esa rebusca por los niños infelices entre los escombros, entre los que les gustaría encontrar más flores que balas. Los niños de la guerra, de las guerras, no quieren encontrar chatarra asesina, quieren encontrar comida contra el hambre, no contra el odio.

De nada sirvió —ni ha servido— el tiroteo aniquilador de los Navy Seals norteamericanos en el escondrijo en Abbottabad, en Pakistán para acabar con la vida —hace 10 años— del cabecilla Bin Laden en Pakistán ni la ocupación americana en Afganistán hasta el otro día.

Los hombres de la guerra son como niños. Y a los niños les hacen hombres antes de tiempo. En vez de enseñarles el amor a los libros y a las flores les inculcan el amor a la guerra y a las balas. Los hombres de la guerra inoculan en las mentes infantiles —apenas despiertas—. la semilla del rencor y de la muerte disfrazada de amor patrio. Los niños de la guerra aprenden antes el regocijo por la caída del adversario que la dulzura de la solidaridad. Las mujeres de la guerra también. Frente a la conciliación, el enfrentamiento. Y frente al amor, el odio Y sobre todo un terror de futuro invalidante. La guerra siempre es sucia. Gane quien gane. Siempre habrá perdedores de ambos bandos. Los que se llevó la muerte.

Por eso, me parece que lo más reciente en Afganistán, se prepara para continuar con la muerte. No sólo para la guerra y activa, exultante, la disposición al odio y al rencor. Matar siempre es morir. Es más que espeluznante seguir las crónicas del teatro de la guerra; pero al mismo tiempo comprobar la frialdad con que pueblos que se supone civilizados se mentalizan para la guerra. Para la muerte. Sin que lleguen a entenderse muy bien los motivos —nunca justificados— para ella. Se regulan armas nucleares, incluso los sofisticados drones, que matan, ¡con qué fría precisión! Se buscan consejos y justificaciones entre la tropa política leal. Dicen que nadie quiere la guerra. No lo ven. Una vez planteado el escenario la muerte lo sobrevuela. Los misiles harán el resto sembrando el pánico de cuerpos enterrados entre los escombros de unas ruinas que quizá fueron patrimonio de la humanidad. De nada habrá servido la experiencia de destrucción y de muerte anterior. Cuando todavía no se han restañado las heridas ni se han puesto en pie las piezas destruidas, se anuncian sucesos más clamorosos. —Mas, la convulsión de la guerra se extiende en un gran radio sin fronteras. Pero nadie lo evita sabiendo que siempre hay perdedores. Siempre son los de abajo. Los que pelean o se esconden víctimas de la persecución o del pavor—. Pero en estas guerras hay gente que también gana. Que no son precisamente los de la arena. Son los de los despachos. Alguien fabrica las bombas. No nacen como los perros. Con las bombas se gana dinero; con las flores, en esos yermos, no. Aquéllas de trafican. Se trasportan. Con ellas se dotan ejércitos y se siegan vidas. No importa. Si es necesario se fabrican más y en paz. . No. En paz no. En guerra. En guerras que no quiere nadie pero que todos consienten. Cuando empieza el tiroteo habrá empezado el beneficio. Esas son las claves ocultas y perversas de cualquier odisea bélica. Antes en Irak y Siria. Luego en Afganistán y en el mundo negro. Y antes que después brotarán los obuses en otros sitios donde ya no pueden crecer las flores ni madurar los trigos. Qué más da. Para ellos siempre es bueno el conflicto. Qué triste. Cuando se abra el telón de la tragedia el mundo contemplará con frialdad la escena: los protagonistas, los figurantes, y personajes secundarios que nada tuvieron que ver con la maldad impuesta: Yemen, Etiopía, Israel-Palestina, Marruecos-Argelia, Irán, Irak, Sudán, Camerún, Afganistán, Pakistán, Mozambique. Y cuando se cierre, detrás quedará la tragedia. Qué triste.1

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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