“Dharma-Kesetre Kuru-Ksetre…”. Así comienza, en sánscrito transliterado, una de las obras literarias más importantes de la historia de la humanidad: La “Bhagavad Gita”, traducida como “El Canto del Señor”. Una pequeña parte de la epopeya del Mahabharata. Nos relata la Gran Batalla acontecida en el campo de Kurukshetra, hace más de cinco mil años, entre las fuerzas del ejército defensor del caos y el valedor del orden. Un libro, a todas luces, simbólico y transformador, que narra el enfrentamiento que se libra a cada instante entre el bien y el mal, en el campo de batalla, ya sea del mundo, de nuestra pequeña ciudad o de nuestra propia mente. Contada de boca a oreja (lo recordado), se plasma en lenguaje escrito más de dos mil años atrás. Sorprende su absoluta vigencia en la actualidad; porque, ¿qué es la vida, desde que ser es humano, sino una lucha permanente entre estas dos tendencias antagónicas? Y es que, tal y como comienza este Texto, “nos encontramos reunidos, impacientes por luchar, en la llanura sagrada de Kurukshetra”.
La diferencia en el modo de actuar entre los guerreros de uno y otro bando, consiste en que unos siempre han tratado de dominar a los otros para el logro de sus pérfidos fines, mientras que estos otros lo único que desean es ser felices y vivir en paz. Hasta hace poco tiempo, los primeros se imponían por la fuerza sobre los segundos. En una dictadura, cada cual sabe en qué bando se encuentra. Y en este sistema, los más inteligentes utilizan su discernimiento para burlar a la censura. Tenemos un ejemplo con el recientemente fallecido Carlos Saura. Pero cuando todo se diluye, nadie sabe dónde está.
El caso es que los “buenos” son buenos por naturaleza y los “malos” siempre están maquinando, nunca los dejan en paz, porque sus deseos no tienen fin. Por ello, sus maquiavélicos planes siempre están en permanente evolución. Una de las armas sabiamente utilizada ahora por el batallón de las fuerzas del caos tiene el poder de engañar, ocultar y manipular la verdad. Hacen mucho ruido y crean tupidas cortinas de humo para entretener, despistar y hacer olvidar su naturaleza real a los componentes del bando de las fuerzas del orden. De este modo, hacen parecer verdadero lo que es evidentemente falso; y así, crean necesidades innecesarias, inventan artilugios adictivos, ingenian modas estúpidas, trazan realidades irreales y avivan la apariencia de ser a lo que no es.
El pasado día ocho de febrero dejó de ser obligatorio el uso de la mascarilla en el transporte público. ¡Silencio en la sala! Ningún ruido mediático. Lo cierto es que la Asociación Liberum había interpuesto un recurso contencioso administrativo contra la resolución del gobierno que mantenía su utilización, siendo España el único país de la Unión Europea que mantenía su uso. El demandante interesó, como medida cautelarísima, su eliminación. Ante la contestación del ejecutivo de la necesidad de la disposición en base a un supuesto informe de expertos, la Sala les concedió veinte días para que lo aportaran. El plazo vencía, curiosamente, el 8 de febrero y, como cabía esperar, el gobierno no presentó el informe requerido, suponemos que, porque éste jamás ha existido más allá de su imaginación. Eliminada la norma, el proceso judicial deja de tener sentido y la presentación de lo inexistente deja de ser obligada.
Toda celebración de cualquier tratado internacional, comienza con las fases de reuniones y otorgamiento de plenos poderes, como pasos previos a la negociación, la manifestación de consentimiento y la adhesión. Curiosamente, aclamadas las dos últimas reuniones importantes (G20 y Davos) se ha venido perfilando en ellas la plenipotencialidad absoluta en materia sanitaria mundial de la OMS para la toma de decisiones que todo estado adherido al tratado deberá asumir. Y las fichas han comenzado a moverse. Esta organización acaba de contratar y nombrar a su nuevo director científico jefe del servicio de salud global, el Dr. Jeremy Farrar. Resulta sencillo investigar un poco sobre las políticas e intenciones que viene manteniendo este personaje. Por otro lado, ya la Unión Europea está lanzando la “disposición de capacidades e instrumentos necesarios en el sistema sanitario para que se pueda responder ante posibles nuevas pandemias sanitarias globales, como son las identidades digitales, el control digital de datos e historias clínicas de las personas”.
Como respuesta inmediata a lo anterior y, precisamente el día en que se silenció la no presentación del supuesto informe de expertos, lo que se publicitó en los medios, a bombo y platillo, fue el anteproyecto de ley de la Agencia Estatal de Salud Pública, vestido con el manto de la gran salvación. Sus fines, “vigilar, identificar y evaluar el estado de salud de la población, con obligación de suministro de datos por parte de todas las entidades públicas y privadas a la citada Agencia”. Ello supone hacer volar por los aires, como el estallido de un polvorín, toda la normativa y la parafernalia que se ha venido construyendo alrededor de la protección de datos. Consecuencia: control social a través de certificados, identidad digital y sumisión a la autoimpuesta agenda 2030. Resulta costoso creer que esta información íntima y secreta vaya a ser utilizada para el bien, viniendo, como viene, del ejército del mal.
El estado de vigilancia y el ultra control del ser humano puede ser el arma que provoque su extinción sobre de la faz de la tierra y que dé paso a una nueva especie domesticada para realizar las labores pesadas al servicio de la nueva casta de los vencedores. Nos encontramos ante un nuevo paradigma en el que todo está regulado. Es tanto lo que hay que obedecer, que no queda tiempo ni espacio para discernir.
“Dharma-Kesetre Kuru-Ksetre”, anunciaban ya el retumbar de los timbales y chiflo de los cuernos hace más de cinco mil años.
